Cuando el hambre y la sed se convierten en delito: protestas y represión en el oriente cubano

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Mayarí, un municipio de la provincia de Holguín, vivió a finales de julio una protesta ciudadana que surgió de la desesperación. Vecinos salieron a las calles pidiendo comida y agua. No reclamaban libertades abstractas ni cambios políticos: exigían que aparecieran recursos básicos para sobrevivir.

Según reportes de testigos presenciales, la protesta fue espontánea y rápida, pero suficiente para que el régimen desplegara a sus fuerzas represivas.

Días después, el agua llegó, pero también llegaron las detenciones. No hay cifras oficiales, pero varios familiares aseguran que los arrestados fueron llevados a centros de instrucción penal sin orden judicial ni acusación formal.

En otro hecho relacionado y que aconteció a escasos kilómetros de Cayo Saetía, donde se encuentra viviendo – aseguran – el general de Ejército, Raúl Castro Ruz, un grupo de pobladores de Cajimaya, en el Holguín rural, salieron a las calles a protestar también, espontáneamente, por la falta de alimentos y hasta de agua.

Este no fue un hecho aislado. Según el Observatorio Cubano de Conflictos, durante el mes de julio se documentaron 845 protestas en todo el país. De ellas, 209 derivaron en enfrentamientos directos con fuerzas de la Seguridad del Estado.

Las razones principales de las manifestaciones son la falta de alimentos, de electricidad, de agua potable y de medicamentos. Pero la respuesta del Estado sigue siendo la misma: represión, vigilancia y castigos ejemplarizantes. En Granma, varios ciudadanos que participaron en las protestas de marzo de este año acaban de ser condenados a hasta siete años de prisión. Otro tanto ha ocurrido con pobladores de Encrucijada.

La criminalización del descontento popular ocurre en paralelo con una pobreza que se profundiza.

El caso de la familia que duerme bajo una tarima en una feria agropecuaria en Matanzas y se alimenta con sobras recolectadas de los restos de comida abandonados por otros visitantes fue ampliamente compartido en redes sociales. También lo fue el de una vendedora que, desde una cafetería informal, describió que en su casa “se come lo que aparezca”. No lo dijo como chiste, sino como declaración de derrota.

En este contexto, cualquier expresión de inconformidad se vuelve peligrosa. La protesta en Mayarí fue una alerta, pero no un hecho nuevo. En los barrios, se murmura lo que en redes se denuncia a gritos: que en Cuba hay hambre, y que quienes se atreven a decirlo pueden ir a prisión.

La combinación de escasez, represión y desamparo está generando una nueva ola de desesperación que ya no espera consignas. Solo pide agua, arroz, corriente y un mínimo de dignidad para vivir. Y ni eso está garantizado.

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