Mi recuerdo personal sobre Armando Hart no está en discursos ni efemérides, sino en una anécdota mucho más terrenal… y cinematográfica. Y se las cuento aquí.
Este 13 de junio se conmemoraron 95 años del nacimiento de Armando Hart Dávalos. Intelectual, político y figura crucial en la historia cultural de Cuba, Hart es celebrado por las instituciones oficiales como un “brillante humanista”, un “fundador” y un “faro ético”. Lo honran desde la Casa del ALBA hasta la cuenta de Abel Prieto, que lo describe como un espíritu martiano que luchó contra la mezquindad y el sectarismo, especialmente durante el triste episodio del quinquenio gris.
Pero mi recuerdo de Hart no está en discursos ni efemérides, sino en una anécdota mucho más terrenal… y cinematográfica.
Entre 1990 y 1995 cursaba la carrera de Historia del Arte en la Universidad de La Habana, cuando se incorporó a nuestro grupo en el 1992 una muchacha bastante alegre, aunque refinada en sus maneras, llamada Eloísa Carreras Varona. Dijo venir de la AHS. Se ausentaba a menudo de las clases y nunca explicaba demasiado.
Hicimos buenas migas, pues quiso la casualidad que ella optase por sentarse en un pupitre a mi lado. Un día, tras una conversación sobre películas, me pidió prestado un cassette Beta que me vio en la mano que contenía una copia pirateada de la cinta Ghost, esa joya del cine romántico con Patrick Swayze, Demi Moore y Whoopi Goldberg, y que estaba en boca de todos.
El problema es que esa copia no era mía. Me la había prestado Raúl Rodríguez, alias “El Peco”, estudiante de Periodismo, amigo y coterráneo cienfueguero, que la había tomado prestada de la mismísima Cinemateca. Y tenía que devolverla.
“El Peco”, justo es decirlo, dado mi interés por el cine en esos años, y porque siempre andaba con películas frescas yo en la mano, me había hecho una promesa casi mística: que cuando él se graduara, yo heredaría el legendario piso 8A de la beca universitaria de F y 3ra, un paraíso terrenal de la vida estudiantil donde se hacían fiestas y se proyectaban películas todos los días. Era un piso para mí solo. Una promesa de libertad.
Sin embargo, a raíz de ese suceso —y la inexplicable demora en la devolución de Ghost por parte de Eloisa— aquella promesa se cayó como un decorado de cartón piedra. Y estuve condenado tres años más a convivir en cuartos con varias personas, entre malos olores de medias, zapatos y pies ajenos. Un castigo digno del infierno de Dante, versión beca cubana.
Sí, luego de prestarle yo la película a Eloisa pasaron días. Luego semanas. Dos, tres, y Eloísa no aparecía. Ni la película.


Nadie en la Facultad me supo decir donde vivía.
Fui a la AHS a preguntar por ella, pero no me dieron muchas pistas la primera vez que fui. Fui una segunda. Una tercera. Hasta que un día, la misma persona que me recibió siempre me lo confesó: «Compadre, espera que Eloisa aparezca, porque aquí nadie te va a decir donde ella vive, pues ella es la esposa de Armando Hart».
Resignado regresé a la beca, escondiéndome de «El Peco», hasta que un día, casi un mes después, Eloisa volvió al aula y cuando le pedí de favor que me devolviera el cassete, porque había que devolverlo, me dijo, con aire casual : “Es que mi esposo no la ha visto todavía”.
Le pregunté: “¿Y quién es tu esposo, que tiene la película secuestrada?”. Ella desvió la mirada. Se hizo la misteriosa. Hasta que le dije: “Yo sé quién es él”. A los pocos días, apareció ella con el cassette en la mano. Sonrió y me lo devolvió. Nunca supe si fue él quien lo retuvo por tanto tiempo o si ella prefirió mantenerlo en su altar doméstico como joya de la cultura pop occidental. Hubiese sido provechoso que de paso la hubiese devuelto con un «Autorizo» firmado por el propio Hart, así «El Peco» se hubiese quitado la responsabilidad de pagar dinero de su bolsillo por los días extras que tuvo – ¿en sus manos? podría decirse – el dichoso cassete que prestarlo, me puso tan en malas con él.
Años después confirmé vía NTV que, en efecto, el esposo de Eloísa era Armando Hart. El mismo Hart que se oponía a la mezquindad y al prejuicio. El mismo que, según la leyenda, se consultaba de madrugada con una palera para que nadie del PCC se enterara de «los trabajos» que él hacía. No me lo dijo nadie, yo mismo lo vi. La misma palera a la que también visitaban la profesora Lázara Meneses, especialista en estudios afrocubanos y profesora en nuestra Facultad; y Adalberto Álvarez. De ahí esa línea inolvidable en la canción de Adalberto: “Hay gente que te dice que no están en ná, y van a consultarse por la madrugá”.
Así era y es Cuba. Una mezcla irrepetible de sucesos absurdos. De gente que se prestaba películas pirateadas y ministros fans a la regla de Palo Monte.
Hoy todos lo recuerdan con respeto y solemnidad. Yo lo recuerdo también con mi cinta de Ghost Imagino a Hart, de madrugada, viendo a Demi Moore moldear el barro con sus piernas abiertas al ritmo de “Unchained Melody”, mientras pensaba en cómo frenar la colonización cultural; pero también lo recuerdo por la promesa perdida del piso 8A… y el eterno olor a medias húmedas que tuve que soportar tres años más en otros cuartos de la beca.
tal vez quieras leer: «Sábados de Gloria» o qué actores quedan en Cuba