Chikungunya fuera de control, mucha gente sin techo y llegó el frío

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Mientras miles de familias siguen secando colchones al sol o durmiendo sobre el piso en casas anegadas y techos a la intemperie, Cuba entra en una semana de condiciones invernales tempranas. Los partes meteorológicos anuncian el primer frente frío extendido sobre todo el país, justo cuando los hospitales reportan alzas de fiebre, dolores articulares y manchas en la piel asociadas a un brote simultáneo de dengue y chikungunya, mientras las autoridades prometen más “investigaciones” y “seguimiento” epidemiológico.

El telón de fondo es el huracán Melissa, que golpeó a Cuba a fines de octubre, dejó comunicaciones cortadas en centenares de comunidades, forzó evacuaciones masivas y agravó una escasez crónica de medicamentos y materiales de higiene.

La ONU activó un plan de acción para la respuesta humanitaria en la isla y, en sus partes más recientes, advierte de daños en vivienda, salud, educación y agua que mantienen a decenas de miles de personas en vulnerabilidad. Esas mismas familias son las más expuestas a la ola de arbovirosis: los recipientes improvisados para almacenar agua por los apagones y los sistemas rotos de abasto son caldo de cultivo para Aedes aegypti, el mosquito que transmite dengue y chikungunya.

En la última semana, medios y reportes locales recogieron el deterioro en la capital y en provincias del occidente y centro. En La Habana, el término “situación crítica” ya no suena exagerado: la propia prensa reconoce que en algunos municipios no se registran con precisión los casos y que la falta de reactivos ha ido a la par de una demanda hospitalaria que supera la capacidad de respuesta.

En Sancti Spíritus se habla de alzas simultáneas de dengue y chikungunya, mientras que en notas oficiales se promete acelerar estudios sobre el virus de chikungunya sin que todavía trasciendan cifras consolidadas y verificables. Esa brecha informativa choca con el pulso de los consultorios y de las colas en urgencias.

El invierno entra de lleno en la narrativa sanitaria por dos razones. La primera es humana: con el frío, la percepción del dolor y las artralgias típicas del chikungunya se intensifican, y la convalecencia se vuelve más penosa en casas abiertas, húmedas y sin abrigo.

La segunda es ecológica: ¿baja el mosquito con el invierno? En climas templados fríos la actividad de Aedes aegypti cae; los adultos rara vez sobreviven a inviernos rigurosos. Pero Cuba no es Suecia. En escenarios subtropicales como el cubano, el vector no desaparece; se desplaza y resiste.

La literatura especializada señala que la reproducción continua está ligada a temperaturas altas, pero documenta que los huevos de Aedes pueden sobrevivir periodos de frío e incluso de desecación, reanudando el ciclo cuando vuelven las condiciones favorables. En ciudades densas y cálidas, con calor residual en interiores, almacenamiento de agua y basura acumulada, la transmisión puede menguar estacionalmente, no extinguirse. En resumen: el frente frío puede dar un respiro en el exterior, pero no borra el riesgo en patios, tanques, bañeras y depósitos domésticos.

Organismos internacionales vienen alertando desde hace años que los ciclos de dengue en la región se amplifican cada tres o cuatro temporadas, y que la expansión climática del vector empuja brotes más largos y menos predecibles. El rebrote cubano ocurre, además, en un contexto de interrupción de campañas de control por falta de combustible y de personal, y con brigadas de fumigación que llegan tarde o no llegan. La combinación de crisis energética, viviendas dañadas por Melissa y presión epidemiológica es la ecuación que vuelve “invernal” un pico que antes asociábamos solo a las lluvias.

En paralelo, la emergencia habitacional no cede. Los partes humanitarios de Naciones Unidas mantienen el énfasis en refugio, agua y saneamiento, y subrayan que la falta de techos y la dependencia de recipientes para almacenar agua, en zonas con cortes de electricidad, son combustible epidemiológico. De poco sirven los partes de “restablecimiento parcial” del servicio si la cadena diaria de higiene se quiebra y la gente guarda agua en cubos abiertos o en tanques sin tapa. En ese tablero, cada aula de escuela reconvertida, cada bloque de hotel vacío que se habilite y cada colchón que salga de un almacén a una casa concreta es, al mismo tiempo, una medida sanitaria. Abrigar y aislar a la gente del mosquito en enero es tan importante como hacerlo en agosto, si la biología del vector y la realidad de la vivienda así lo imponen.

No es un fenómeno desconectado del Caribe. Estimaciones de pérdidas aseguradas por Melissa en la región ofrecen una dimensión de la violencia meteorológica de esta temporada, mientras que reportes periodísticos de alcance regional confirman la magnitud del desastre y la necesidad de sostener la ayuda más allá de la foto inicial. En Cuba, donde se reportaron más de setecientas mil evacuaciones y cero muertes directas por el huracán, el desafío ya no es huir del viento sino volver a habitar con dignidad en medio de cortes, colas y salas repletas. La epidemiología recuerda que el mosquito es una pieza más de ese rompecabezas.

El Ministerio de Salud ha prometido “reforzar medidas en todos los niveles”, y la prensa partidaria habló de “acelerar investigaciones” sobre el virus de chikungunya. Son anuncios necesarios, pero insuficientes si no vienen acompañados de datos transparentes, calendarios de fumigación públicos y abastecimiento sostenido de reactivos, analgésicos y antipiréticos. La gente necesita saber con precisión dónde hay transmisión activa y qué servicios están operativos. Y quienes siguen sin techo, con frío y dolor, necesitan más que partes: necesitan paredes secas, mosquiteros, cloro, agua segura y un colchón al que no le entre la lluvia. El invierno, en Cuba, no mata al mosquito; mata la paciencia.

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