Armando Tomey forma parte de la lista de actores de la isla que se han esfumado del radar artístico del país. Muchos de ellos han escogido como destino para establecerse la ciudad de Miami, en EE.UU., un espacio en el que muchos logran equilibrar las bondades artísticas con otras brindadas por la ciudad del Sol.
En busca de nuevos caminos salió precisamente Tomey de Cuba en el año 2013 y aunque el sendero no ha sido de rosas, la lejanía de los medios y la tranquilidad de la familia le han traído al actor un escenario diferente donde vivir “el sueño americano”.
Durante años, Armando Tomey fue uno de los rostros más visibles y populares de la televisión cubana, ganándose el cariño y el respeto del público que seguía sus apariciones en estos espacios televisivos. Por la pequeña pantalla se le vio desfilar con múltiples personajes que se quedaron para siempre en la memoria de los de la isla, aún hoy cuando su presencia desde hace mucho tiempo en ella es completamente nula.
Muchos recordarán su interpretación de aquel joven aristócrata cubano Antonio Fresneda en la popular telenovela Sol de Batey, estrenada en 1985 y que le estampó un sello gracias a su frase “¡Oh, Charito, Oh!”. Fue con ese papel que Tomey se sumó a los rostros más queridos de la televisión, a pesar de los detractores que pudo tener por su personaje y su inexperiencia en las pantallas.
Más adelante marcó época con La cara oculta de la luna, donde fue protagonista de una de sus historias. En esa telenovela le dio vida a Mario, un homosexual que mantuvo una relación con Yasser (interpretado por Felito Lahera) a quien le contagia el VIH. Aunque dicho personaje le hizo merecedor del premio de actuación en el Festival de Televisión de ese año, Tomey ha comentado sobre los temores de enfrentarse al rol, bastante alejado de los “tipos duros” a los que estaba acostumbrado a interpretar.
Su trabajo pudo ser apreciado igualmente en otras telenovelas como Pasión y Prejuicio o El naranjo del patio, así como el espacio de aventuras con La máscara de hierro. Por otra parte, en el teatro intervino en obras cubanas como La emboscada o Andoba, además de clásicos universales como Bodas de sangre.
En el cine participó en cintas como Kangamba, dirigida por Rogelio París y gracias a la cual recibió numerosos elogios del público y la crítica, y otras como El soñador, La vida es un carnaval y Cuando la verdad despierta, dirigidas por Ángelo Rizo.
Después de esta amplia carrera, Tomey decidió emigrar junto a su esposa y sus hijos, aunque se mantiene visitando la isla en algunas ocasiones. En Miami su realidad cambió y, según contó en una entrevista, en algún momento tuvo que trabajar como chofer de Uber.
Posteriormente realizó pequeñas actuaciones especiales en telenovelas de la cadena Telemundo y la televisora Venevisión, pero no fue hasta el mes de marzo de 2022 que el actor volvió a subirse a las tablas después de mucho tiempo y por primera vez en Miami. Su vuelta a los escenarios fue con la obra Las lloronas, un drama en el que compartió escena con reconocidos actores de la isla como Zully Montero, Lili Rentería, Mauricio Rentería y Héctor Medina.
En una reciente entrevista con el medio independiente ADN, Armando Tomey mostró cómo es su vida a los 67 años, “lejos del bullicio, lejos de las luces y las cámaras”. El actor vive actualmente en lo que considera “su retiro espiritual”, el cual ha decorado a su gusto creando esculturas con troncos de árboles y trabajando el metal y la madera.
Desde sus redes sociales mantiene a sus seguidores y amigos actualizados de estos trabajos manuales que realiza con tanto empeño. Además, se le ha podido ver junto a su esposa celebrando su último cumpleaños y disfrutando de la nieve porque como bien ha dicho “más vale tarde que nunca”.
