Hace casi dos siglos que los cubanos aguardan con expectación y esperanza la Letra del Año, que les ofrecerá la guía espiritual, de vida, salud y política en que más confían.
La Letra del Año es, como la Virgen de la Caridad del Cobre, todo un símbolo cultural, arraigado en la médula de la nación, al que la mayoría de los cubanos atienden, entienden y respetan. Es la Letra Cubana, la Letra de Todos, la Letra de los destinos del país. El 1ro. de enero es Año Nuevo y es el día de la Letra. Sus primeras horas pertenecen a la Letra, a sus predicciones, consejos y recomendaciones.
Los cubanos la atienden y entienden por encima incluso de la fe de cada cual, que en el caso de la Isla siempre ha tenido un carácter más heterodoxo, o sea, que no existen divorcios totales entre los creyentes de las diferentes religiones.
Es más bien común entre los cubanos asumir prácticas de diferentes credos, sobre todo el católico y los afrocubanos, y conformar concepciones muy personales donde se le reza por igual a Changó y a Santa Bárbara, a San Lázaro y a Babalú Ayé. Donde se acude a misa y a toque, a confesión y a consulta. Se respetan las cruces y las “brujerías” echadas en las “cuatro esquinas”. Se toma la hostia y se tira un huevo para sacar lo malo de la casa.
Sus orígenes se localizan a mediados del siglo XIX, sin precisiones específicas, dada la falta de registros respecto a estas prácticas entonces clandestinas, condenadas al secreto por el gobierno colonial español, por la esclavitud y la extrema discriminación racial que imperaba en Cuba, que incluía la proscripción de toda manifestación cultural proveniente de África. El analfabetismo de la mayoría de sus cultores dejó la oralidad como única opción para transmitir el legado.
Pero este modo de registro histórico, preservado en gran medida por la Asociación Cultural Yoruba de Cuba, sí revela al presente que la primera Letra realizada en Cuba estuvo a cargo del Babalawo africano Remigio Herrera, Obara Meyi, Adeshina, quien arribó a Cuba como esclavo en 1830, que fuera apoyado en cinco ahijados: Marcos García-Ifalola Baba Ejiogbe, Oluguere-Oyeku Meji, Eulogio Rodríguez-Tata Gaitán Ogundafun, José Carmen Batista-Obeweñe, Salvador Montalvo-Okaran Meji, Bernardo Rojas-Ireteuntendi.
Este fue el primer grupo, que estaba haciendo historia sin saberlo, que inició una tradición fuerte, presente, viva, como es la Letra del Año.
En 1902 Adeshina cede el liderazgo a Tata Gaitán por problemas de salud y se suman a los babalawos originales otros cuatro: Secundino Crucet-Osaloforbeyo, Bernabé Menocal-Baba Ejiogbe, Quintín Lecón García-Oturaniko y José Asunción Villalonga-Ogundamasa. La muerte de Adeshina cuatro años después deja a Bernardo Rojas como el sucesor, heredero de las deidades mayores. Bajo la tutela de Tata Gaytán asume la dirección de la Letra del Año.
La Letra del Año se mantuvo como cimera ceremonia de cierre y apertura de año, con la participación de casi todos los babalawos de esos tiempos. Todo seguía sucediendo con gran discreción posible pues aun las prácticas de las religiones africanas eran en gran medida consideradas delitos. Bernardo Rojas fallece en mayo de 1959 y sus deidades, que eran las de Adeshina, son heredadas por el Dr. José Herrera, pero este cede la dirección de la apertura de la Letra a Joaquín Salazar, Babalawo mayor.
Según la Asociación Cultural Yoruba, 1986 fue un año importante para la realización de la Letra pues el gobierno cubano alivió un poco las tensiones contra las prácticas religiosas, marcadas por el ateísmo proveniente de la Unión Soviética, que se buscó establecer oficialmente pero sin éxito en un país eminentemente religioso como Cuba.
Bajo la dirección de Miguel Febles Padrón, un grupo de babalawos reasumió la ceremonia a partir de los principios originales del siglo XIX. Se crea entonces la Comisión Organizadora de la Letra del Año que hasta hoy efectúa la ceremonia cada 31 de diciembre y se da a conocer durante la madrugada del 1ro. de enero de cada año.
