La escena con la que el mundo ve a Cuba no es la que venden los catálogos: La Habana a oscuras, el occidente del país paralizado por un apagón de casi 12 horas, y millones de personas sin electricidad en plena temporada alta del Caribe. Una falla en una línea de transmisión clave dejó sin servicio a la capital y a varias provincias occidentales el 3 de diciembre, en lo que Reuters y AP describieron como un nuevo colapso parcial de un sistema eléctrico que ya venía castigando a la población con cortes de hasta 20 horas diarias.
Al mismo tiempo, Cuba intenta contener una epidemia de enfermedades transmitidas por mosquitos que, según el propio Ministerio de Salud, ha dejado al menos 33 muertos por dengue y chikungunya y afecta a alrededor de un tercio de la población. La mayoría de las víctimas son menores de edad y el brote se agrava por la falta de fumigación, la basura acumulada y las fugas de agua que el Estado no puede controlar. Informes independientes elevan ya el número real de fallecidos a cerca de 87, al sumar casos recogidos por observatorios ciudadanos y organizaciones de derechos humanos, muy por encima de la cifra oficial.
Con ese telón de fondo, el turismo, que debería ser la tabla de salvación de la economía, entra en la temporada alta con una campaña global de mala prensa que el propio gobierno se ha ganado a pulso. En los últimos días, un epidemiólogo ruso citado por 14ymedio y reproducido por Havana Times recomendó abiertamente no viajar a Cuba por el riesgo de contagio, justo cuando el mercado ruso seguía siendo uno de los pocos que alimentaba los resorts de Varadero y los polos de sol y playa.
Varios gobiernos han actualizado sus advertencias. El Reino Unido recuerda que el propio gobierno cubano declaró una epidemia de arbovirosis —dengue, chikungunya y Oropouche— y pide extremar las precauciones por picaduras de mosquitos. Canadá, Irlanda, Australia y Nueva Zelanda señalan a Cuba como destino con riesgo de dengue y chikungunya y recomiendan cautela, subrayando además los problemas de escasez, apagones y servicios limitados. La embajada de Estados Unidos en La Habana emitió en agosto una alerta sanitaria por el aumento de casos de dengue, chikungunya y Oropouche.
A todo esto se ha sumado un golpe devastador para la imagen del destino: el portal de viajes Travel Off Path, muy influyente entre turistas norteamericanos, publicó el 2 de diciembre un artículo titulado “Why You Should Not Visit This One Country In 2026”, donde identifica a Cuba como el único país que recomiendan saltarse el próximo año. No porque no sea atractiva, aclaran, sino porque las condiciones mínimas para unas vacaciones seguras y previsibles —electricidad, agua, comida, atención médica y un sistema monetario utilizable— “se están derrumbando al mismo tiempo”.
Los números ya reflejan esta desconfianza. Entre enero y septiembre de 2025, Cuba recibió apenas 1,4 millones de turistas, un 20 % menos que en el mismo periodo de 2024, según la Oficina Nacional de Estadística. Ese año, 2024, había sido ya el peor en dos décadas (excluida la pandemia), con solo 2,2 millones de visitantes, muy lejos de los 4,7 millones alcanzados en 2018.
Informes especializados apuntan que en la primera mitad de 2025 el descenso acumulado ronda el 25 % respecto a 2024, dejando la meta oficial de 2,6 millones de turistas como una quimera.
Agencias como Reuters y Bloomberg ya advertían, antes del último apagón, que el turismo cubano se está hundiendo precisamente por los apagones, la escasez de alimentos y bienes básicos, las sanciones y la precariedad de los servicios. Incluso grandes socios como Canadá han ajustado sus recomendaciones de viaje tras crisis energéticas anteriores, mientras turoperadores y aerolíneas europeas recortan capacidad o directamente abandonan rutas hacia la isla.
En paralelo, las redes de viajeros se han llenado de advertencias: relatos de vacaciones pasadas a oscuras, sin aire acondicionado, con mosquitos en las habitaciones, desabastecimiento en los hoteles más económicos y tensión palpable en las calles por el malestar social.
Cuba podría estar entrando así en la peor temporada turística de su historia reciente, no por falta de playas o de encanto, sino porque cada noticia de un nuevo apagón masivo, cada alerta por virus transmitidos por mosquitos y cada aviso consular que llama a la prudencia empuja a un turista potencial a mirar hacia otro lado del mapa. Y en un país que apostó casi todo a la industria del turismo, esa deserción silenciosa puede terminar siendo el golpe más duro de todos.





