En Carrollton, Virginia, una tienda de barrio se convirtió en puente hacia el oriente de Cuba. Finley’s General Store, con su campanilla de entrada y la caja de propinas junto al mostrador, no parece un centro de operaciones humanitarias.
Sin embargo, desde allí, su dueña, Cheryl Ketcham, lleva dos años hilando una relación que empezó como viaje de aprendizaje y terminó en compromiso continuo con escuelas y familias cubanas. El huracán Melissa, que el 29 de octubre anegó pueblos del interior y dejó techos por el suelo, solo apuró los tiempos y alargó la lista de lo imprescindible: agua, alimentos, calzado, pero también cuadernos, lápices, la persistencia de las clases en medio del desastre.
Para alguien que viviera en Miami, ese apego emocional sería más fácil de explicar. La proximidad cultural, los parentescos, la memoria de barrio justificarían casi cualquier gesto.
Ketcham no viene de ese mapa. Su primer contacto real con Cuba fue hace dos años, cuando conoció a una mujer que, desde su iglesia, tutoraba a niños con lo que había a mano. Allí entendió que un paquete de libretas podía cambiar una semana entera. Volvió a Virginia y convirtió su tienda en buzón de donaciones. Y volvió a ir a Cuba. Su perfil de Facebook está lleno de imágenes que son, como documentos, de esa relación que ha establecido con la empobrecida isla.
Su post más reciente expresaba:
«Estoy buscando ropa para niños en edad escolar (de primero a cuarto grado, especialmente de varones) para llevar a Cuba. Ya tenemos zapatos. ¡Gracias! Y gracias a todos los que han donado hasta ahora.«
En julio de 2024, ya anunciaba una colecta de útiles para apoyar la puesta en marcha de ocho escuelas en templos locales de la isla: la convocatoria era sencilla, aprovechar las ofertas de regreso a clases en Estados Unidos y dejar los insumos en el mostrador. No había grandes campañas ni portadas; hubo, en cambio, constancia de vecindario y ese goteo de clientes que, entre un encargo y otro, dejan una bolsa con lápices, reglas y mochilas.
El vínculo creció también por la vía de las personas. Un año antes, en agosto de 2023, Ketcham agradecía la ayuda para un próximo viaje misionero y presentaba a un pastor cubano, Carlos Alamino, de visita temporal en Estados Unidos. Su historia, tejida entre vocación religiosa y trabajo comunitario, servía para poner nombres y rostros a una realidad que en Virginia suele llegar como rumor de crisis.
Ese tipo de aproximaciones —cara a cara, sin grandilocuencia— explica por qué, cuando Melissa golpeó a finales de octubre, la respuesta en la tienda fue inmediata.
Ketcham repite que la emergencia no suspende el derecho a estudiar. Por eso, junto a la ropa y los zapatos para los niños, insiste en completar las cajas con materiales escolares que, incluso antes del ciclón, ya escaseaban.
Hay también un cálculo práctico: por normas aéreas, solo puede cargar alrededor de 50 libras en equipaje, de modo que cada artículo tiene que justificar su peso. El efectivo que entra en el bote de la caja —monedas, billetes sueltos— no se convertirá en bultos; viajará como capacidad de compra en la isla para mover alimentos donde más se necesiten. La logística es casera, pero no improvisada: pidió que las donaciones de esta ronda lleguen este martes 11 de noviembre por la tarde a la tienda en Sugar Hill Road, y avisó que habrá otro viaje en diciembre o enero para lo que ahora no quepa.
En estos días, mientras Jamaica ocupa titulares por sus destrozos, Ketcham insiste en mirar hacia el este cubano, señala Yahoo News, donde barrios enteros cargan aún con agua en el piso y sombras en el techo. No habla de heroicidades ni de epopeyas; habla de niños que esperan un par de zapatos y una caja de lápices secos.
Y ese matiz, en alguien que no vive en Miami, dice más que cualquier consigna: la empatía no necesita pasaporte común, sino memoria de lo visto y voluntad de sostenerlo. Dos años después de aquel primer viaje, la campanilla de la puerta en Carrollton, Virginia, suena por razones que no salen en un mapa: cada vez que entra un vecino con una bolsa de útiles, el oriente de Cuba queda un poco menos lejos.





