En un país que aún carece de un sistema público y auditable de datos en emergencias, el periodismo —esté en Santiago o en Miami— vuelve a ocupar un rol de primera respuesta informativa. La muerte de Roberto Pedrera, con nombre y apellido, no solo corrige una estadística; señala un modo de narrar la tragedia que deja a los ciudadanos a oscuras. Y recuerda, de paso, que la verdad en Cuba rara vez entra al parte por la puerta de servicio: el pueblo empuja y la prensa la sostiene. Hoy, esa verdad se llama Roberto. Y desmiente.
“No hay muertos, porque los muertos solo le duelen a quienes los pierden”, escribe, con amarga ironía, desmintiendo así las declaraciones del Ministro de Salud Pública, y las de las máximas autoridades del Partido Comunista de Cuba y el Gobierno en la provincia, recogidas como papagayo oficialista amaestrado por el Periódico Girón.
En Santa Ifigenia, el escultor sigue firme, esperando la charla de mañana con su ilustre cliente. Total, en una Cuba donde lo absurdo se normaliza, hablar con Fidel todos los días es, como mínimo, coherente con el resto del guion.
Este episodio pone de relieve las tensiones existentes entre la tradición musical académica y las expresiones populares emergentes, evidenciando la complejidad del panorama cultural en la Cuba contemporánea.
La pésima estrategia comunicacional del régimen cubano ha vuelto a dejar en evidencia su ineficacia a la hora de informar sobre sucesos importantes en la isla. Dos recientes incidentes han demostrado el desorden informativo que reina en los medios oficiales, generando desconcierto y frustración en la población.
Ambos casos subrayan la falta de respeto por los derechos humanos y la vida en Cuba. Los presos políticos continúan siendo usados como moneda de cambio, mientras que las familias de los fallecidos en Holguín buscan respuestas en medio del silencio institucional. Es evidente que, para el régimen, la narrativa oficial es más importante que la justicia y la verdad.
El artículo plantea un llamado a reflexionar sobre el futuro profesional de los jóvenes en Cuba, destacando la urgencia de adaptar las políticas educativas y laborales a las realidades económicas y sociales actuales, para asegurar que la próxima generación de profesionales pueda contribuir efectivamente al desarrollo socioeconómico del país.