La muerte del boxeador Daikel Gé Arias, 24 años, llegó con la firma burocrática de siempre que se viene denunciando desde hace meses, años en Cuba: paro respiratorio.
La familia y los vecinos dicen otra cosa. Dicen virus. Y, sobre todo, dicen carencia: reactivos que no aparecen, medicamentos imposibles, salas sin oxígeno y un sistema que cuida su relato antes que a sus pacientes.
No es un caso aislado; es la foto de una crisis que se repite de oriente a occidente mientras el Ministerio de Salud Pública calla o rebaja diagnósticos para no nombrar la epidemia que la gente describe en la fila del policlínico. Este otro caso, ya documentado por nosotros, es una copia fiel del anterior.
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Una denuncia hecha por la activista Irma Lidia Broek sobre el modo en que se manipula y esconde la verdad, prendió entre sus seguidores porque conectó con lo que muchos viven a diario: hospitales colapsados, médicos obligados a recetar agua y té a enfermos con fiebre alta, vómitos y diarreas, y certificados que nunca dicen la palabra prohibida.
El dolor tuvo eco en testimonios recientes.
“Mi papá falleció el 20 de octubre. Vomitó, defecó… y después el infarto. Ya son muchos los casos similares. Tantos infartos incluso con gente joven. Por supuesto que fue el virus. No quisieron ni hacer autopsia”, denunció Mabel Sheila Fernández, a quien decenas respondieron con pésames y relatos parecidos.
Otros usuarios reclamaron a directores de hospitales y al Ministerio de Salud que admitan el colapso y pidan públicamente recursos; que se ponga por delante la vida y no la propaganda. La indignación salta de caso en caso y deriva en un clamor: intervención humanitaria con medicinas, reactivos y material básico, no con armas.
El cuadro que dibujan familiares, pacientes y personal extenuado es el de una epidemia que corre por debajo de los partes oficiales. Hospitales llenos, basura acumulada en barrios que favorece todo tipo de contagios, falta de fumigación, cortes de luz y agua que empeoran cuadros febriles, y, sobre todo, la sensación de que cada día se pierden vidas que pudieron salvarse. En ese contexto, los certificados que evitan nombrar causas, la negativa a practicar autopsias y el silencio informativo alimentan la percepción de una verdad fragmentada.





