La Habana está llena de esquinas célebres: de Tejas, Toyo, 23 y M, Prado y Neptuno, con chachachá incluido, e incluso una Esquina Caliente en 23 y 12, feudo de deambulantes, cinéfilos y cafeteros… Sin embargo, hay un cruce de calles en la frontera del Casco Histórico, que durante años fue sinónimo de sordidez, felaciones y ejercicio grotesco del oficio más antiguo del mundo: Monte y Cienfuegos…
Ahora no tanto, pero hubo un tiempo en que decir Monte y Cienfuegos era sinónimo de prostitución, pero de baja estofa, de “fletera” en catre mugriento o pared sin repellar, de “chupis” en serie, de chulos más o menos discretos que pregonan su mercancía o esperan por el cliente que quiere desfogarse, pero no puede permitirse los escrúpulos, ni un “matadero” mejor.
El tiempo, el éxodo, el acoso policial -no necesariamente para el arresto- y la decadencia de una ciudad que a duras penas sobrevive, fueron diluyendo la mística de esa suerte de Babilonia de parias y canallas, que ahora buscan saciarse en barrios más periféricos, como la Palma, donde hay lugares donde “matar jugada” para cada bolsillo, y algún que otro burdel que no se reconoce como tal, aunque de hecho lo sea.
Volviendo a Monte y Cienfuegos, este entronque nace a pocos pasos de lo que fuera el Hotel Saratoga, una zona de mucho y constante flujo de personas, desde los habitantes que confluyen desde cualquier rincón de la capital, hasta los que “desembarcan” desde el interior en la cercana Terminal de Trenes, o avanzan hasta La Coubre en busca de un pasaje de última hora para salir de La Habana. Un ajetreo ideal para el negocio…
La calle Cienfuegos, en particular, muere ante los muros de la Estación Central de Ferrocarriles, y contrario a lo que algunos pudieran inferir, su nombre no tiene que ver con el apellido del famoso comandante Camilo, si no con el español José María Cienfuegos y Jovellanos, quien fuera Capitán General de la isla de 1816 a 1819, y en cuyo honor también fue bautizada la sureña ciudad que baña la bahía de Jagua.
Antes de que fuera particularmente conocida por la prostitución, Monte y Cienfuegos fue noticia a mediados del siglo XX porque en esa esquina, donde estuvo el famoso Café La Zambumbia, fue acribillado a balazos desde un auto en marcha el entonces jefe del Servicio Secreto del Palacio Presidencial, Enrique Enríquez Ravena, víctima de un ajuste de cuentas entre pandillas. Dicen que él mismo era cabecilla de una…
Cuando el “Período Especial” comenzó a hacerse sentir, y debutó el fenómeno social del “jineterismo”, Monte y Cienfuegos pasó a ser uno de los cotos más socorridos para la prostitución. En su reportaje “La Habana no es para todos los cubanos”, la revista Gatopardo resume las dinámicas de esa suerte de “barrio rojo”, aunque sin la sofisticación de Ámsterdam o el glamour del Pigalle parisino.
“Cuando aparece alguno (un cliente), (los proxenetas) lo hacen pasar por un pasillo estrecho lleno de habitaciones con puertas de madera o cortinas de tela. Dentro, camas cubiertas con sabanas amarillas. En el medio del pasillo, aguardan sentadas todas las chicas que en ese momento no tienen trabajo. Cuando el proxeneta llega con el cliente, todas se ponen de pie como un resorte, como si hubiese llegado un general y ellas fueran soldados rasos. Atacan al cliente con la mirada, lo sonsacan con gestos, se meten los dedos en la boca, se viran de costado y empiezan a provocar con frases hechas”, describe Gatopardo.
En aquellos tiempos, antes de la faena, el proxeneta cobraba cinco “fulas” (CUC), de los cuales le daba dos a su “protegida”. Desaparecido el CUC y con la inflación disparada, las tarifas han cambiado, pero la prostitución no: como la materia, o como la energía, no desaparece, solo se transforma… Como Monte y Cienfuegos, que ya no es lo que fue, pero su historia perdura en el imaginario de una ciudad pecaminosa y prostibular…
