Un año de espera terminó en un emotivo reencuentro. La cubana Vivian Limonta, deportada en agosto de 2024 tras una cita rutinaria con inmigración en Miramar, pudo abrazar nuevamente a su hijo de apenas tres años, quien viajó a la isla para verla. Las imágenes difundidas muestran la emoción contenida de una madre que, desde su regreso forzado a Cuba, ha vivido entre la nostalgia y la incertidumbre.
El caso de Limonta refleja el peso humano de las decisiones migratorias. Llegó a Estados Unidos en 2020 y le fue otorgada una I-220B, un documento que le permitió permanecer en el país tras su entrada irregular. Su vida parecía encaminarse a la estabilidad: estaba casada con un ciudadano estadounidense y junto a él criaba a su hijo, diagnosticado con déficit de atención y en proceso de evaluación por posible autismo. Pero la tranquilidad se quebró cuando, tras su quinta cita con ICE, fue detenida y poco después deportada.
Desde entonces, su esposo, Osmani Pérez, ha cargado con la crianza en solitario.
“Yo puedo hacer todo lo posible como padre, pero ahora soy padre y madre. El cariño de la madre no se sustituye”, declaró en 2024, cuando apenas comenzaba el proceso de adaptación a esa ausencia. La visita del niño a Cuba, después de un año sin contacto físico con su madre, ha dado un respiro a ambos, pero también la amarga certeza de que el tiempo juntos es temporal.
El futuro de la familia depende ahora de un proceso legal complejo. Según declaró la abogada de inmigración Gladys Carradeguas a Telemundo51, Limonta podría acogerse a perdones como el I-212, aplicable tras una deportación, o el I-601, para casos de inadmisibilidad. Todo esto parte de una petición familiar y un argumento sólido de “daño irreparable” para el ciudadano estadounidense afectado: en este caso, el esposo y, sobre todo, el niño con necesidades especiales.
Mientras tanto, Limonta insiste en que no busca solo su beneficio personal, sino el derecho de su hijo a crecer con ambos padres. “No es justo que estén separando a las madres de sus hijos”, dijo desde La Habana, apelando a que las autoridades migratorias consideren las historias individuales más allá de las estadísticas.
El pequeño regresa a Miami en breve, nuevamente al cuidado exclusivo de su padre. Su madre, desde Cuba, mantiene la esperanza de que el próximo abrazo no tenga que esperar otro año.
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