Si algo deja claro el parte de esta semana es que Cuba no enfrenta un brote aislado, sino una crisis encadenada y multisectorial que exige decisiones a las que el régimen no está dispuesto a ceder, tales como declarar una emergencia sanitaria internacional.
En apenas una semana, Cuba reportó más de 13 mil personas con fiebre y se activó una alarma epidemiológica que confirma lo que desde hace meses se intuía en consultas y pasillos: el sistema sanitario transita una tormenta perfecta.
El parte de esta semana, publicado el 22 de octubre, fijó el volumen de casos febriles en 13.071 y una incidencia de 24,3 por cada 100.000 habitantes, con el dengue y el chikungunya empujando la curva hacia arriba. La circulación del serotipo 4 del dengue —peligrosa para quienes ya enfermaron antes— agrega un factor de riesgo que los médicos no pasan por alto.
Sin embargo, es necesario hacer una precisión. Ese es el parte oficial, y de sobra sabemos todos los cubanos que el oficialismo en la isla falsea los partes.
Desde hace varias semanas, al menos con mayor énfasis en las últimas dos, no existe un cubano que no le cuente a Ud. que en su cuadra, todo el mundo está con fiebre, ya sea por el dengue, por el Zika, por el Oropouche o por el Chikungunya. Lo dicen y las imágenes que se ven de los cuerpos de guardia de los hospitales lo confirman. Si eso es así, ¿cómo es posible que solo sean 13 mil los casos?
El mapa no es homogéneo, pero sí persistente: transmisión en buena parte del país, criaderos sin controlar y basureros que funcionan como incubadoras de mosquitos. Las provincias más «jodidas», a juzgar por lo que se reporta en las redes sociales, son Matanzas, Ciego de Ávila, Camagüey, Cienfuegos, Granma y desde la pasada semana, La Habana.
La respuesta demorada
A mediados de septiembre ya se advertía un repunte de casos graves y pacientes en terapia intensiva; hoy ese cuadro se ha vuelto más frecuente, con internamientos que tensionan hospitales donde faltan camas, sueros y reactivos básicos. Los epidemiólogos insisten en que el fenómeno no sorprende: varias cepas del virus coinciden en circulación, lo que multiplica reinfecciones y complica la evolución clínica.
Mientras los arbovirus ganan terreno, otra enfermedad respiratoria reemerge con fuerza: la tuberculosis pulmonar.
En Santiago de Cuba, médicos y exdirectivos han denunciado un incremento de casos en un contexto de escasez de medicamentos, pruebas diagnósticas y equipos para estudios imprescindibles. El testimonio del doctor Miguel Ángel Ruano describe hospitales sin insumos y laboratorios desabastecidos, justo cuando la epidemia de arbovirosis ya tiene al personal al límite. El hilo que conecta ambos brotes es el mismo: un sistema debilitado que no logra contener ni una fiebre masiva ni una bacteria que requiere pesquisa, aislamiento y tratamiento estrictos.
Frente a este panorama, el Observatorio Cubano de Derechos Humanos pidió este 22 de octubre al Gobierno que declare la emergencia sanitaria. La organización argumenta que la combinación de colapso hospitalario, falta de medicamentos y diagnósticos imprecisos, sumada a la expansión del dengue, el chikungunya e incluso el virus de Oropouche, configura un escenario que desborda los mecanismos ordinarios de respuesta.
El reclamo no es solo simbólico: una declaración de emergencia abre puertas institucionales para gestionar ayuda, reordenar prioridades presupuestarias y transparentar datos, pero ya sabemos todos cómo se resiste la alta crápula – perdón, cúpula – del oficialismo en Cuba a reconocer que su «potencia médica», cada día más se vuelve impotente.
La respuesta oficial, por ahora, se ancla en el control vectorial tradicional —fumigación, pesquisa y control larvario— y en partes tranquilizadores que aseguran la ausencia de fallecidos por dengue. Pero el contraste con lo que reportan pacientes y personal sanitario vuelve a ensanchar la brecha entre discurso y realidad.
Sin un refuerzo inmediato de insumos, diagnóstico y vigilancia, la combinación de fiebre masiva, cuadros graves de dengue y un rebrote de tuberculosis puede empujar a más provincias a una situación de difícil manejo, justo cuando el calendario epidemiológico entra en semanas climáticas propicias para el mosquito. Si algo deja claro el parte de esta semana es que el país no enfrenta un brote aislado, sino una crisis encadenada que exige decisiones extraordinarias, datos abiertos y cooperación real para impedir que el verano sanitario se prolongue hasta el invierno.



















