Crónica de una familia en Cienfuegos que ha tenido que reinventarse poco a poco, «perseguidos» por regulaciones, sanciones y epidemias.
Al tío de Joaquín Antonio en Cienfuegos se le hace cada día más difícil la lucha. Sobrevivir, digamos, luego de que el gobierno de Cuba decretara la pesca como ilegal.
Nacido y criado en el Castillo de Jagua, en la bahía de Cienfuegos, Miguel no hizo muchas otras cosas en su vida, aunque aprendió el oficio de tornería y sabe reparar bicicletas. Su sobrino lo ayudaba bastante. Trabajaba en una paladar en la ciudad de Cienfuegos y le mandaba dinero, hasta que debutó con problemas de circulación y debió cambiar de oficio. Ahora este último reparte mandados en su motorina. Gana menos, pero dice que ni a él ni a su tío, el coronavirus les ha dejado muchos chances.
«A veces él se esconde, y se va a coger su pescadito. Esto no está nada fácil. Y aquí tampoco están dejando circular mucho», dice J.A.
No tener qué cenar se ha vuelto para ambos un problema; pero el padre de J.A. es un luchador nato de toda la vida. Eso sí, como a millones de cubanos les convendría que «a Cuba no la sancionaran tanto».
«Al menos tener alimentos y medicinas», dice J.A. que nació en el mismísimo año 90´ y todo lo que ha vivido son miserias y escaseces.
Llevan, los tres, 18 meses en Cienfuegos «luchándola». Por suerte, en la casa de J.A. hay un patio donde su padre tiene lo mismo algo sembrado, que cría gallinas y conejos. Ahora tienen un chivo y están «cebando» un puerco.
«Ese no pasa del 31», dice riéndose J.A.
La vieja de la casa tiene su misión clara. Es ella la que se encarga de cuidar el «negocio» (los cuatro animales) cuando J.A. o su papá salen a buscar la comida.
Ya empezaron a vacunarse, dicen, y solo aspiran a que el 2022 empiece de otra manera.
«La vieja quiere ponerse a teñir pelo. Tiene un tío, que es químico. Él va a venir y ponerle todo. ¿ONAT? No chico, aquí la ONAT es una mala palabra. Apenas nos da para vivir ¿y vamos a pagar una patente?»
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