Fallecen dos mujeres en el Oriente del país por «un virus». Autoridades no lo nombran, pero todos saben es dengue

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Dos muertes reportadas en Moa, Holguín, y en Palma Soriano, Santiago de Cuba, han devuelto con crudeza el eufemismo oficial del “virus” que nadie nombra, pero que vecinos y familiares identifican como dengue. En ambos casos, las noticias circularon primero en redes sociales, con mensajes de duelo y detalles que apuntan a la misma causa: cuadros graves compatibles con dengue, en un contexto de transmisión sostenida y precariedad sanitaria.

En Moa, la comunidad despidió a Dannita, una joven madre presentada por allegados como una “alma noble” y “excelente persona”.

La publicación de la activista Irma Lidia Broek recogió testimonios que atribuyen el deceso a dengue hemorrágico, una forma severa de la enfermedad que, sin tratamiento oportuno ni condiciones hospitalarias adecuadas, puede resultar letal. Los mensajes de pésame, acompañados de la etiqueta de protesta política, dan cuenta de un duelo que se mezcla con indignación: cada nueva muerte se siente evitable en un país que fue referencia regional en control vectorial.

Horas después, otra nota luctuosa llegó desde Palma Soriano, también de manos de la propia activista. Allí falleció Elsa Ivis, de 45 años, “por complicaciones derivadas de un virus”, según relató la misma fuente, que añadió la palabra que las autoridades eluden: “probablemente dengue”. Amigos y vecinos describieron un cuadro que se agravó en pocos días, hasta el desenlace fatal. La sensación de estar “como en plena COVID”, como escribió una comentarista, no viene solo del miedo al contagio, sino de la mezcla de hospitales desbordados, escasez de fármacos y mensajes oficiales que minimizan el alcance del problema.

La brecha entre el parte institucional y lo que circula en los barrios se ensancha. En Matanzas, el ministro de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda, sostuvo esta semana que dengue y chikungunya “ni son nuevas ni raras” y negó fallecidos por esas causas durante una reunión territorial. La captura de pantalla de esa intervención, replicada en los hilos de condolencias, contrasta con la evidencia social de dos comunidades orientales que acaban de enterrar a sus muertas. La discordancia erosiona la confianza y alimenta la percepción de que las cifras oficiales no alcanzan a describir la magnitud real de la epidemia.

En los comentarios que acompañan ambos decesos se repiten tres ideas: sin medicamentos básicos, con cuerpos debilitados por la mala alimentación y con mosquitos proliferando en aguas estancadas, el riesgo se multiplica; la atención llega tarde, cuando ya los signos de alarma son ineludibles; y la comunicación pública, al rehuir la palabra dengue, desactiva los reflejos de prevención comunitaria. Mientras no se nombre el problema, insisten los vecinos, no habrá plan creíble para frenarlo. Hoy, en Moa y en Palma Soriano, el vacío que dejan Dannita y Elsa Ivis es la prueba más dolorosa de esa omisión.

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