En un reciente concierto del artista cubano Oniel Bebeshito, un incidente de violencia ha resurgido la discusión sobre la normalización de la violencia en la sociedad cubana. Una fanática del cantante, identificada en redes como «La tigreza hp», fue bajada a la fuerza del escenario por la seguridad del evento. A pesar del claro acto de brutal agresión cometido contra ella, la joven ha decidido no presentar cargos, argumentando que «no tiene intención de hacerle daño a nadie».
noticia relacionada: Fan de Bebeshito es agredida en pleno escenario: “El seguridad me bajó como si yo fuera un perro”
Este acto de perdón, aunque noble en algunos contextos, refleja un fenómeno preocupante en muchas sociedades, particularmente aquellas con fuertes raíces patriarcales. En tales culturas, a menudo se enseña a las mujeres a perdonar a los hombres, subyugando sus propias experiencias y sufrimientos. La decisión de «La tigreza hp» de no denunciar podría ser vista como un ejemplo de cómo la violencia se ha normalizado y cómo las víctimas son socialmente condicionadas para minimizar sus traumas.
Peor aún, la joven había ya dado indicios, mediante palabras expresadas en las redes, si no de sentirse ella LA CULPABLE de haber generado el problema, al menos de enfocarlo desde una necesidad de homenajear al artista mediante el abrazo que quiso darle. Incluso, dice que «quiere disculparse».


Ahora lo confirma: No le interesa la actitud criminal del guardia de seguridad, y de otros, hacia ella, porque ella – lo siente así y es un gravísimo error que así lo interiorice – es la iniciadora de un conflicto que está en boca de todos. Que la joven no denuncia contribuye a perceptuar en la memoria de otras personas que, a pesar de la brutalidad, no hay consecuencias contra los agresores.

En Cuba, donde los movimientos feministas están ganando terreno pero aún enfrentan grandes desafíos, incidentes como este podrían ser un llamado a la acción.
Organizaciones como la Federación de Mujeres Cubanas, el Ministerio de Cultura de Cuba y la UNEAC tienen un papel crucial en este tema que involucra a una mujer violentada, por un equipo de seguridad en un evento artístico. Estas instituciones podrían utilizar su influencia para no solo apoyar a las víctimas, sino también para educar y cambiar la percepción pública sobre la violencia de género.
La reacción en redes sociales muestra una división; mientras algunos apoyan la decisión de la joven de no denunciar, otros exigen justicia y critican la actitud del artista y sus familiares más inmediatos – dos mujeres, esposa y madre -, quienes no solo desestiman el incidente sino que culpan a la víctima por su comportamiento. Este tipo de reacciones por parte de figuras públicas y de mujeres, solo perpetúa la toxicidad de la masculinidad y la normalización de la violencia en el espectro público.


noticias relacionadas: Mamá de Bebeshito sale en su defensa: “Eres un hijo maravilloso y un ser humano excelente” y Rachel Arderi y fan agredida defienden en redes a Bebeshito
Las palabras de él, iniciales, donde asegura que no se va a disculpar con la joven, y la de su esposa y madre, después, donde ni siquiera hacen mención al asunto, parece confirmar la tesis de que no les interesa lo que le haya sucedido a la joven, ni les interesa hacer la crítica que correspondería al agresor.

Incluso, en una conversación privada con la joven, la vuelve a victimizar – y ella lo asume – bajo el pretexto de que lo sucedido, sucedió porque ella fue muy tosca.

Muy probablemente hasta la responsabilice por la cancelación de sus conciertos.
noticia relacionada: Bebeshito cancela todos sus conciertos en Cuba tras incidente con una fanática
Que dentro del público, nadie haya salido en su defensa, y que por el contrario la culpen por su actitud mediante burlas a su ropa, a su pelo y a su raza, refuerza la idea del machismo, el elitismo, el blanquismo y el racismo en la sociedad cubana.
A todas luces, si una mujer blanca, vestida y ataviada con accesorios de lujos, hubiese sido «la protagonista» del incidente, es obvio que el trato de la Seguridad, del artista, de su pareja y su madre, y sobre todo el del público y los internautas, hubiese sido distinto.
Este caso ilustra la necesidad urgente de una discusión más amplia y profunda sobre la violencia de género en Cuba y el racismo. No solo debe abordarse el acto de violencia en sí, sino también la respuesta cultural que lo rodea. La enseñanza de este incidente debe ser clara: la normalización de la violencia debe ser desafiada en todos los frentes, especialmente cuando las voces más vulnerables son silenciadas en un ciclo de perdón no consensuado y olvido forzado.
Cuba luce ya, y desde hace muchísimo rato, una sociedad perdida. Tanto en enseñanzas como en la interpretación de las leyes y los castigos que estas imponen. Una sociedad que parece negarse a los procesos transformativos y educacionales. El activismo independiente, enfocado en influenciar en campos marginados y soslayados por los organismos e instituciones sociales y gubernamentales, poco puede hacer porque el régimen no solo lo criminaliza, sino que ni siquiera le interesa colaborar con él, para beneficio de la sociedad y sus ciudadanos.
Dicho de otra manera: A corto plazo, no se vislumbra una solución. Las mujeres seguirán sintiéndose culpable ante los hombres violentos y agresores. Ya sea por un guiño, una sonrisa, una mirada, un vestido demasiado corto, o simplemente porque a ellos les da la gana.





