El 95% de los evacuados por Melissa fue acogido por familiares y vecinos. Influencers anuncian ayudas solidarias

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El huracán Melissa dejó una estela de destrucción en el oriente de Cuba que todavía se está contando. Miles de viviendas dañadas, hospitales inundados, puentes colapsados, comunidades incomunicadas durante días. Ante ese panorama, el gobierno cubano ha insistido en que su sistema de defensa civil volvió a funcionar “con eficacia”. Pero la propia información oficial ofreció un dato que revela quién ha cargado realmente con el peso de la emergencia: el 95 por ciento de los evacuados fueron acogidos no en centros estatales, sino en casas de familiares y vecinos.

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Ese número, dicho casi de pasada en los partes gubernamentales, resume una verdad antigua: cuando la tragedia toca la puerta en Cuba, el refugio lo da la gente, no el Estado. Se presume organización, pero en la práctica el colchón lo ponen las familias que ya cargan con lo justo; el plato se estira en la mesa que ya estaba contado; la solidaridad popular hace lo que la infraestructura pública no alcanza.

Los días posteriores al ciclón han sido un catálogo de iniciativas ciudadanas: jóvenes que salen a recoger donativos; influencers que usan su alcance para conseguir agua, colchonetas o materiales de construcción; emigrados que buscan la manera de hacer llegar recursos sin toparse con trabas burocráticas. Y también organizaciones de la sociedad civil —religiosas o activistas— dispuestas a llenar vacíos que ningún parte televisivo reconoce.

Entre los gestos que más han trascendido está el de los creadores de contenido Rachel Arderi y Oniel Bebeshito, quienes mostraron en redes cómo la vivienda del abuelo de Oniel en Holguín quedó anegada hasta el segundo piso. Desde Miami, iniciaron una campaña para enviar ayuda directa y pidieron a sus seguidores no olvidar que hay familias completas durmiendo sobre el cemento y cocinando con leña improvisada. El testimonio familiar se volvió el rostro de una tragedia que no cabe en estadísticas.

En paralelo, otros cubanos dentro y fuera del país se organizaron por su cuenta para mandar linternas, alimentos no perecederos, medicinas básicas. Lo han hecho al margen de estructuras oficiales, conscientes de que los tiempos de la necesidad nunca coinciden con los tiempos del papeleo. A falta de canales formales ágiles, se han multiplicado las recogidas privadas, las colaboraciones entre viajeros y la circulación de donativos en maletas, autos o camiones alquilados.

La Iglesia Católica, históricamente presente en situaciones de desastre, también anunció que Cáritas Cuba se está preparando para canalizar ayuda directa a los damnificados. Los obispos hablaron de una emergencia humanitaria que requiere coordinación —sí—, pero sobre todo acceso y transparencia. Pidieron que las donaciones lleguen efectivamente a quienes perdieron techo, colchón, ropa… y certezas.

Desde Estados Unidos, una cubana residente en Miami y cuyo esposo fue deportado recientemente expresó que, a pesar de sus propias dificultades, está buscando la manera de enviar asistencia a los afectados. Su mensaje fue un recordatorio de que el vínculo con los de adentro no lo rompe ni la distancia ni la injusticia: si la familia se cae, se levanta con ayuda de la familia, aunque la frontera esté por medio.

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Incluso organizaciones centradas en otras causas se han sumado al esfuerzo. Bienestar Animal Cuba, que normalmente trabaja para rescatar y proteger animales callejeros, ofreció servir como puente para gestionar donaciones provenientes de Estados Unidos hacia comunidades orientales. La emergencia mostró que la solidaridad también improvisa cuando la necesidad manda.

Entre los artistas que han querido contribuir está el cantante conocido como Mamá Estoy Brillando, quien anunció en su cuenta de Instagram que donará las ganancias de su próximo concierto para apoyar a Holguín. Su gesto subraya el papel cultural de quienes, aun viviendo lejos del epicentro del desastre, deciden usar su trabajo para poner luz donde ahora hay tanto lodo.

Todo este movimiento contrasta con la narrativa oficial que pone el acento en la “respuesta organizada” del Estado. Pero cuando el propio gobierno admite que solo un 5% de los evacuados fueron alojados en locales preparados para tal fin, se hace evidente que el salvavidas vino mayoritariamente del barrio: de la tía que acogió a seis sobrinos; del vecino que abrió la puerta sin preguntar; del desconocido que compartió el último saco de arroz.

No es un reproche nuevo, pero sí una urgencia repetida: los ciclones, cada vez más frecuentes e intensos, están desnudando una fragilidad estructural que no se soluciona con partes triunfalistas ni con visitas oficiales a centros de evacuación. La residencia “temporal” en casa de un familiar puede convertirse en meses de hacinamiento y estrés, especialmente para ancianos, niños y personas con discapacidad. Las fotos de agradecimientos en redes desaparecen pronto; la reconstrucción tarda años.

La gran lección de Melissa —y quizás la más dolorosa— es que la resiliencia cubana existe, pero no puede seguir siendo la única política pública que funcione. La ayuda internacional y los esfuerzos privados están parcheando huecos que deberían estar cubiertos por un sistema robusto de prevención y recuperación. La gente está salvando a la gente, como siempre. Y eso es admirable. Pero también es una señal de alarma.

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