El intento de apuntalar la imagen de Miguel Díaz-Canel, tras su desafortunada respuesta a una damnificada del huracán Melissa, ha terminado en un boomerang propagandístico.
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Lo que comenzó como una simple defensa en redes sociales acabó convirtiéndose en un juicio público donde la figura del gobernante perdió todavía más terreno. Ni el programa oficialista Chapeando bajito —encargado de apagar el incendio— ni la intervención de Abel Prieto en su papel de escudero intelectual lograron revertir el descontento: el presidente cubano parece perder “punch” incluso entre sectores tradicionalmente cautos.
El episodio tiene una cronología tan breve como elocuente. Durante un recorrido por zonas afectadas del oriente del país, una mujer le dice al presidente: “no tenemos cama”. Díaz-Canel responde: “ni yo tampoco tengo para dártela ahora”, acompañando sus palabras con un gesto brusco que muchos interpretaron como manoteo. La escena, grabada por vecinos y difundida el fin de semana, desató una ola de indignación inmediata. No por lo que dijo, sino por cómo lo dijo: con desdén, sin empatía y en el tono que resume toda una distancia de clase.
El video circuló en decenas de perfiles y fue compartido miles de veces antes de que los medios oficiales reaccionaran. Chapeando bajito, conducido por su vieja tracatana y amiga Arleen Rodríguez Derivet, decidió publicar una “transcripción completa” del momento para “aclarar” lo ocurrido. Pero la aclaración no incluía el video. Y eso fue suficiente para que las redes explotaran.
En el muro de Facebook del programa se repitieron frases que, en otro tiempo, habrían sido censuradas sin contemplaciones: “No aclaren que oscurecen”; “Video mata relato”; “¿Y el manoteo también está manipulado?”. En pocas horas, el foro oficial se transformó en una asamblea digital de frustración colectiva.
El intento de control informativo fracasó con estrépito. Los comentarios, lejos de seguir la línea del discurso oficial, se llenaron de ironía y rabia. Una frase, “ni cama ni empatía”, se volvió lema popular. La escribían usuarios desde dentro y fuera de la isla, como resumen de la deshumanización que vieron en la escena. Otros añadieron: “La cama puede esperar, la dignidad no”. Los moderadores del espacio comenzaron a eliminar los comentarios más críticos, pero para entonces la captura de pantalla ya circulaba por todo internet. La censura, una vez más, llegó tarde.

El contraste entre el relato oficial y la percepción ciudadana fue brutal. Mientras Chapeando acusaba a “enemigos” de manipular el video, los usuarios hablaban de manipulación emocional: “No fue el bloqueo, fue la falta de compasión”, escribió una mujer. El discurso paternalista, durante décadas herramienta de control, sonó vacío. La supuesta “continuidad” ya no inspira obediencia sino fastidio. “Fidel nunca hubiera respondido así”, decían algunos, no por nostalgia sino para subrayar el vacío de liderazgo. “El comandante tenía carisma; este tiene soberbia”, escribió otro usuario, en una comparación que recorría los muros digitales como un diagnóstico compartido: la revolución envejeció mal.
En ese contexto apareció Abel Prieto. El exministro de Cultura y actual presidente de Casa de las Américas salió en defensa de su líder con un tuit solemne: “El enemigo miente impúdicamente y hace lo imposible para dañar su imagen; pero nuestro pueblo lo quiere, lo admira y lo reconoce como digno continuador de Fidel y Raúl. #YoSigoAMiPresidente”.
El enemigo miente impúdicamente y hace lo imposible para dañar su imagen; pero nuestro pueblo lo quiere, lo admira y lo reconoce como digno continuador de Fidel y Raúl. #YoSigoAMiPresidente https://t.co/tfvqugnLxG
— Abel Prieto (@AbelPrieto11) November 10, 2025
Lo hizo retuiteando un tuit de otra acólita: la locutora Agnés Becerra que había expresado antes:
«Cuanta mentira se pierde, va a parar a sus espaldas pero es un hombre justo dirigiendo un país en situaciones extremas, con bloqueo y asumiendo una tarea inmensa.»
Las frases de ambos pretendían cerrar filas, pero sonaron a eco hueco. En vez de calmar las aguas, reforzaron la sensación de aislamiento del poder. La etiqueta #YoSigoAMiPresidente fue interpretada por muchos como una consigna desesperada, más parecida a un conjuro que a una afirmación real.
Horas después, Díaz-Canel respondió al mensaje felicitando a Prieto por su cumpleaños, con tono amistoso y referencias al “humor cubanísimo” del intelectual.
Al amigo entrañable y al brillante intelectual que muestra orgulloso su militancia revolucionaria sin renunciar jamás al humor cubanísimo, @AbelPrieto11, felicitaciones en tu juveniles 75. pic.twitter.com/0zmetI7nqQ
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) November 11, 2025
El intercambio, cuidadosamente calculado, intentaba proyectar unidad y camaradería. Pero el efecto fue el contrario: parecía una conversación entre funcionarios ajenos a la catástrofe que originó la crisis. Mientras ellos se intercambiaban frases de elogios, los damnificados del huracán seguían durmiendo sin camas ni colchones. Y sin comida. La escena, para muchos, resumía el divorcio entre la propaganda y la realidad.
La peor parte de todo este tracatanismo – permítaseme el término – se la llevó Cubadebate, medio oficialista dirigido por el recordista guinness en meneo de cabeza, Randy Alonso, quien a nombre de toda Cuba se permitió felicitar a Pietro por su onomástico; algo que no dejó pasar por alto el periodista Jaime Masó.
Analistas dentro y fuera de Cuba coinciden en que el episodio muestra un cambio de temperatura política. El poder ya no controla el tono emocional de la conversación pública. Durante años dictó qué sentir —resistencia, gratitud, fe—; hoy el pueblo responde con ironía, lucidez y cansancio. La figura de Díaz-Canel, que nunca llegó a despertar entusiasmo genuino, parece ahora el punto de convergencia del hartazgo. La torpeza de su respuesta a la anciana no es una anécdota, sino un símbolo: en la Cuba del 2025, el poder habla sin escuchar y pretende empatía con discursos mientras el pueblo exige hechos.
Lo cierto es que el pueblo habla, y ya no lo hace en voz baja. Las redes, antes vigiladas con celo, son ahora la plaza más viva del país. En ellas se ventilan frustraciones y se miden las distancias entre el discurso y la realidad. Lo ocurrido con Chapeando bajito demuestra que la propaganda perdió su monopolio narrativo: ni la edición ni la consigna logran tapar el ruido de fondo. Díaz-Canel puede seguir “chapeando”, pero cada vez convence a menos. Ni cama, ni empatía, ni carisma. Y ni siquiera Abel Prieto, con su verbo de letrado y su etiqueta digital, ha logrado tirarle el cabo.





