El cinismo popular, como resistencia natural al absurdo, ya ha convertido el desastre energético en motivo de choteo nacional. Cada vez que una termoeléctrica “entra al sistema”, los cubanos bromean que otra, en efecto, “sale corriendo”. Dicen que hay un pacto no escrito —pero bien sincronizado— entre la Felton y la Guiteras: cuando una se pone el uniforme, la otra pide baja médica. En los barrios ya no se habla de averías, sino de “turnos” entre las plantas, como si jugaran a la soga o al escondido.
La situación en Cuba sigue siendo un punto focal en el debate más amplio sobre la democracia y la gobernabilidad en América Latina; y mientras la dirigencia cubana se escude en hablarle solo a los ignorantes, desconocedores y entusiastas del viejo modelo, no habrá democracia en Cuba, ni libertad, ni vida digna, para los cubanos.
La entrevista entre Ignacio Ramonet y Miguel Díaz-Canel, más que una exploración crítica de los desafíos y políticas del gobierno cubano, se presenta como un acto de propaganda descarada. Las preguntas suaves y las respuestas sin oposición refuerzan la narrativa oficial sin ofrecer espacio para el disenso o la verdad. La respuesta de críticos como José Raúl Gallego subraya la creciente desconfianza en las intenciones de Ramonet y pone de relieve la necesidad de un periodismo independiente y valiente que ponga en jaque al poder y no se someta a él.