“Yo conozco a esa señora, vecina de mi barrio, muy buena persona, querida por todos los vecinos, buena madre… Asere, tenemos que parar con ese odio que tenemos entre nosotros”. El comentario de Yannito Valdivieso abrió una grieta reconocible: el choque entre la imagen doméstica de una funcionaria y el expediente público que varios exalumnos y periodistas le atribuyen.

La aludida es Dania María Santí Morlanes, militante del Partido Comunista, exdecana de la Facultad de Lenguas y Comunicación de la Universidad de Camagüey, señalada por su rol en la expulsión como profesor del plantel, del periodista independiente José Luis Tan Estrada; y también, en un pasado no tan lejano, de otro profesor y periodista: José Raúl Gallego.
El comentario, está en el post que publicó en Facebook una de las víctimas de la exdecana ahora residente americana: Tan Estrada.
Según reportó Martí Noticias, Santí ingresó a Estados Unidos por reclamación familiar y obtuvo residencia permanente como IR-5 (madre de ciudadana estadounidense). En una breve llamada, negó tener residencia, pero fuentes cercanas afirman que llegó en febrero y regresó a Cuba con la famosa green card en septiembre. Luego de eso, la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba asegura haber incluido su nombre en listados remitidos a congresistas y agencias para evaluación administrativa.
La defensa vecinal de parte de Yannito es, sin embargo, un gesto humano y comprensible. En el barrio, la decana puede ser la madre que presta azúcar, la mujer que cuida plantas y saluda primero; en la escuela, sin embargo, el poder cambia de forma y peso.
Allí, su firma puede bloquear una carrera, cerrar una beca, convertir un desacuerdo ideológico en expediente. Esa dualidad no es nueva en Cuba: la sociabilidad amable coexiste con una cultura de control donde el cargo académico funciona como brazo dócil del aparato político. ¿Se puede ser “buena gente” y a la vez operar como engranaje de la represión cotidiana? La respuesta incómoda es que sí, y precisamente por eso cuesta tanto desmontar esas estructuras. Así que de nada le vale a Yunnito cerrar su comentario con un «me cag… en la madre de….», por demás machista y vulgar, porque ante sus ojos Dania Santí puede ser la persona más amable del mundo, pero en el ámbito profesional ser una verdadera tirana u – cuando menos en este caso – oportunista.
El caso de Dania Santí reabre preguntas jurídicas y éticas. ¿Declaró en su proceso migratorio su papel como autoridad universitaria en medidas disciplinarias por motivos políticos? La legislación estadounidense prevé causales de inadmisibilidad por participación en abusos de derechos humanos y permite reexaminar residencias si hubo omisión material o fraude. Cada caso requiere prueba documental y debido proceso, no linchamientos digitales. Pero la discusión pública es válida: no se trata de castigar ideas, sino de revisar eventuales responsabilidades de quienes, con poder institucional, “troncharon vidas” en nombre de la ideología. Nada de eso salvaría a Santí, y Yannito debería – al menos – saberlo.
La indignación que llenan los comentarios —“deporten a esta también”, “doble moral”, “que revisen su expediente”— convive con otra fatiga: la de quienes ven a familias trabajadoras enfrentarse a deportaciones, mientras figuras alineadas con el régimen logran instalarse en Estados Unidos por vías legales. El contraste erosiona la confianza y alimenta la sensación de agravio. No todo es blanco o negro, pero el agravio existe.
La reflexión de Yannito merece, aun así, una respuesta sin descalificaciones. No es odio pedir escrutinio; es memoria. Tampoco es justicia convertir en culpable a quien no ha sido procesada. Es, más bien, exigir reglas iguales para todos: que la vecina amable y la exdecana con poder sean miradas bajo el mismo estándar de verdad.
Si la documentación respalda que hubo represalias académicas por razones políticas, corresponde a las autoridades estadounidenses evaluar si la residencia se obtuvo con información completa. Si no, que quede claro y se cierre la polémica. Entre el barrio y la escuela, entre el saludo cordial y la firma que expulsa, hay una línea que define quiénes somos cuando nadie mira. Y esa línea —por más azúcar que se preste o sal que se regale— no se borra, Yannito.
En todo caso, el internauta debería saber que existen represiones y crímenes del llamado «cuello blanco», que son tan deleznables y condenables como cualquier otra.





