Desde su llegada al poder en 2018, Miguel Díaz-Canel ha enfrentado una avalancha de retos que ha dejado clara su ineficiencia. La popularidad del bien llamado «puesto a dedo cubano está en declive», reflejando el descontento creciente de un pueblo con su gestión, con un país enfrentando un malestar social que no tiene precedentes en la historia moderna. De hecho, se dice que Cuba no había vivido una crisis como la de ahora desde 1898, apenas salida de las Guerras de Indepencia, y los cubanos están cada día más conscientes que «desde arriba», para ayudarles, un ser divino – Dios presumiblemente – les está enviando señales divinas.
La espiritualidad del cubano es un asunto complejo como en la mayoría de los países de este planeta. Unos profesan una religión y otros otra. Hay quien cree en Dios y en los santos, y hay quien no cree en estos últimos. Unos llaman a sus santos de una manera y otros de otra. Eleguá es el Santo Niño de Atocha o San Antonio de Padua. Obatalá es Nuestra Señora de las Mercedes. Yemayá es la Virgen de Regla. Oshún es la Virgen de la Caridad del Cobre; Orula (Orunmila) es San Francisco de Asís. Babalú Ayé es San Lázaro y Changó es Santa Bárbara. Y todos, absolutamente todos, parecen querer decir algo. O al menos eso creen quienes profesan la fe.
El mandato del dictador Díaz-Canel podría describirse como una sucesión de calamidades que él, y sus predecesores y acólitos más allegados al poder han intentado justificar durante décadas con el embargo estadounidense. Sin embargo, los cubanos creen cada día más que esta es una excusa trillada.
Al accidente aéreo en 2018 en La Habana que dejó una cifra de 112 muertos, le siguió un tornado devastador en 2019. Luego vino la explosión del Hotel Saratoga y el incendio en la base de supertanqueros de Matanzas, ambos eventos en 2022; y no mencionamos la pandemia del COVID-19 porque esa le tocó a todos en este mundo por igual.
La naturaleza no ha dado tregua, exacerbando la ya precaria situación en la isla, por lo que no podemos echar a un lado los huracanes; sobre todo dos que llegaron seguidos este año: Oscar y Rafael, pero varios sismos de magnitud severa e inusual también han golpeado a la isla – específicamente al Oriente del país – este 2024. A esto súmele tres desconexiones del sistema eléctrico nacional.
Una unificación de la moneda que ha provocado una inflación sin precedentes, con un peso cada vez más desvalorizado; una desdolarización ineficaz; un triunfo de Donald Trump a 90 millas; el nombramiento de Marco Rubio como su Secretario de Estado y el de Mauricio Claver Carone como enviado especial del Departamento de Estado para América Latina (estos dos últimos cubanoamericanos y acérrimos enemigos del régimen de La Habana)… todo eso junto ha fomentado la creencia entre muchísimos cubanos que la “gestión” de Díaz-Canel al frente de Cuba está maldecida y que, en buen cubano, su mandato, tiene un chino atrás; o como mínimo, está «cagao de aura”. Dicho en lenguaje afrocubano: el hombre, en lugar de tener Iré, tiene un osogbo de pi… Y ahora, para colmo de sus males, ocurre una explosión en un depósito de armamentos en Holguín, que deja por ahora la cifra de trece – ¡vaya número! – personas desaparecidas; presumiblemente todas muertas.
Si uno revisa las publicaciones hechas al respecto sobre este último fatídico suceso, encuentra en muchas de ellas un denominador común y es este: muchísimos internautas están seguro que esas son señales divinas «desde arriba», para exhortar al pueblo a que no aguante una más.
Algunos hablan de «las siete plagas de Egipto», pero, otros no son tan drásticos.
Reacciones de fe y espiritualidad ante la tragedia de Holguín
Tras la explosión en Holguín, muchos cubanos han acudido a la fe y la espiritualidad para encontrar consuelo y sentido frente a la tragedia. Varios comentarios expresaron que este evento es una señal de Dios o un llamado divino para reflexionar sobre la situación del país. Se pidió a Dios misericordia y protección para las familias afectadas y para el pueblo cubano en general, clamando por un fin a las desgracias que lo azotan constantemente.
Algunos señalaron que Cuba necesita volver a Dios para recuperar su protección divina, perdida por años de abandono espiritual. Otros interpretaron los sucesos como una muestra de que «los santos están hablando» y que estas desgracias son mensajes de advertencia sobre los errores del gobierno y la sociedad.
El dolor y la frustración llevaron a muchos a orar por los fallecidos y heridos, pidiendo fuerza para sus familias. También se hizo un llamado a la intervención divina para poner fin a la opresión y tragedias en la isla, mientras que otros consideraron estas calamidades como una forma de castigo o karma colectivo por las acciones del régimen y la falta de acción del pueblo.
En general, los comentarios reflejan un sentimiento de desesperación canalizado a través de la fe, buscando respuestas y alivio en lo espiritual frente a una realidad marcada por el sufrimiento y la pérdida.
También están los «más aterrizados», los que hablan de que ha sido «un error humano», culpa de un estado fallido; pero en todos, eso sí, el luto es palpable.
Desde mensajes de condolencias hasta promesas de no permitir que sus hijos pasen por lo mismo – se refieren a que vayan al Servicio Militar Obligatorio – los cubanos reiteran su dolor y frustración, cuestionando hasta cuándo su pueblo soportará tanto sufrimiento. Esta explosión se suma a una lista de calamidades que reflejan un sistema que, para muchos, está completamente descompuesto. Son reacciones de dolor, indignación y desesperanza en masa entre los cubanos, tanto dentro como fuera de la isla.
Las redes sociales se han llenado también de mensajes de solidaridad con las familias de los jóvenes afectados, la mayoría de ellos reclutas del servicio militar obligatorio. Muchos cuestionan la falta de preparación de los jóvenes para manejar situaciones peligrosas y critican al gobierno por exponerlos a riesgos innecesarios.
Numerosos comentarios recalcan que los fallecidos no son soldados entrenados, sino adolescentes obligados a cumplir con un servicio militar que consideran injusto. Madres expresaron su miedo e impotencia, preocupadas por el destino de sus hijos, mientras otros evocaron tragedias pasadas, como la explosión en los supertanqueros de Matanzas ya mencionada, en las que también perecieron jóvenes inexpertos.
Entre las reflexiones más comunes están las críticas al gobierno cubano, acusado de negligencia y de priorizar sus intereses por encima de la seguridad de su pueblo. La noticia fue presentada con frialdad en la televisión estatal, lo que aumentó la percepción de deshumanización hacia las víctimas. Varios señalaron la necesidad de un cambio profundo, con llamados al fin del servicio militar obligatorio y al fin de las tragedias recurrentes que afectan a las familias cubanas.
El luto, decíamos, es palpable. Desde mensajes de condolencias hasta promesas de no permitir que sus hijos pasen por lo mismo, los cubanos reiteran su dolor y frustración, cuestionando hasta cuándo su pueblo, con tantas «señales desde arriba», desde el 2018, soportará tanto sufrimiento.
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