En el corazón de Cuba, los camposantos se están transformando en advertencias silentes de una crisis mayor: el cementerio Cementerio Tomás Acea de Cienfuegos ha comenzado a abrir fosas comunes ante lo que los trabajadores llaman un “escenario de muertes múltiples” previstas, mientras el también abarrotado Cementerio General de Camagüey ya ofrece un panorama de saturación: ataúdes apilados, nichos improvisados, múltiples entierros diarios, no ya en fosas comunes, sino en los llamados pasillos. O al menos eso muestran las imágenes que no, no son hechas con la Inteligencia Artificial.
Por si lo dudan, acá le van las imágenes de Cienfuegos (las de Camagüey irán más adelante). Lo que ocurre no es solo un colapso funerario: es la traducción brutal de una crisis sanitaria grave que el gobierno cubano se resiste a reconocer plenamente.
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Desde el pasado mes de octubre, el país lidia con un brote complejo de arbovirosis —dengue, chikungunya, virus de Oropouche— que circulan al mismo tiempo y golpean en un contexto de comida escasa, medicinas agotadas y hospitales al borde del colapso.
Una nota del diario El País señalaba que “Cuba está al borde” en esta triple epidemia, mientras las autoridades insistían en minimizar los fallecimientos. En la provincia de Santiago de Cuba, la Universidad de Oriente registró ocho muertes entre profesores y estudiantes en apenas un mes, lo que disparó alarmas entre la población y la comunidad académica.
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Si tan solo en un lugar, ocurren ocho muertes, ¿qué puede suceder en el resto del país? No pocos cubanos creen que hay «algo más». El activista y periodista independiente Abdel Boneth, pidió que la Organización Mundial de la Salud investigue a fondo lo que está sucediendo en el país.
En Camagüey, los vídeos que circulan en redes muestran nichos abiertos con dos o tres ataúdes en cada uno, pasillos completos llenos de féretros y un ritmo que trabajadores del cementerio describen como “más de veinte entierros diarios”, cifra insostenible para la infraestructura existente.
Las historias personales hablan de familias que quedan con un cajón improvisado con cartón o tiempo de espera sin precedentes. Hasta más de 24 horas en recoger un fallecido. La situación es tan grave que el cementerio se convirtió en escenario de denuncia espontánea desde Facebook, con moradores que reclamaban que “la verdad también merece ser escuchada”.
En el caso de Cienfuegos, los testimonios recabados —a través de redes sociales y grupos de exiliados— dicen que el Tomás Acea ha comenzado a habilitar fosas comunes. Un mensaje en Facebook lo reporta: “Están abriendo fosas comunes en el cementerio Tomás Acea de Cienfuegos. Esperan muchos fallecidos por la alarmante emergencia epidemiológica y la falta de recursos médicos.”
Esa frase resume la confluencia de tres hechos: el repunte de enfermedades transmitidas por vectores, la carencia de medicamentos y la declaración casi tácita de desastre que no puede sostenerse ocultando cuerpos. Una fuente desde la provincia, trabajador del hospital, asegura que en días pasados, se reportaron 55 muertes en un solo día.
¿Por qué esta crisis cobra tal velocidad? En primer lugar, los vectores están activos y omnipresentes. En Camagüey, un estudio reciente registró que el mosquito Aedes aegypti coloniza decenas de tipos de criaderos domésticos de forma persistente a lo largo del año, lo que convierte a la provincia en terreno fértil para brotes repetidos. En segundo lugar, el sistema sanitario cubano, ya castigado por la crisis económica, tiene menos recursos para responder: faltan reactivos de diagnóstico, hay demoras en atención, los fármacos escasean y los medios de control vectorial están por debajo de lo requerido. En tercero, se suma la nutrición deteriorada: una población que en muchos casos vive con escasez, lo que empeora el pronóstico de los infectados. A ello súmele la falta de personal de la salud; ya sea por la emigración; ya sea porque el régimen intenta, con los pocos médicos que le quedan, «exportarlos» al extranjero para asegurar un buchito de divisas.
Las autoridades del Ministerio de Salud Pública de Cuba reconocieron la circulación de múltiples virus en octubre de 2025, pero se negaron a reconocer con claridad el número de muertes, la magnitud del contagio o la sobrecarga real del sistema. La opacidad oficial ha generado desconfianza: los reportes de muertes en centros académicos, residencias y comunidades han sido silenciados, y hasta los comentarios en redes sociales han sido borrados.
El resultado tangible lo vemos en los cementerios: espacios tradicionales de recogimiento que hoy evidencian una presión inédita. El impacto humano es profundo. La isla vive una combinación de carestía, precariedad, desnutrición y servicios de salud debilitados, condiciones que convierten una epidemia en una catástrofe lenta.
Este desencadenante sanitario se agrava en provincias como Matanzas, La Habana y otras, donde también se reporta saturación funeraria. En el célebre Cementerio de Colón de La Habana, familias denuncian más de 70 entierros diarios, según vídeos que han circulado, aunque no haya cifra oficial pública. En provincias centrales del país, el patrón se repite: mosquitos, insuficiencia estatal, muertes. Mientras tanto, las instituciones de salud y estatales guardan silencio, generando que el cementerio se vuelva crónica visible de una crisis invisible.
Para el país, este es un momento de inflexión: el brote de arbovirosis no esperado —que algunos cubanos califican como “peor que el Covid” por su velocidad, multiplicación y transparencia nula— se describe como una epidemia soterrada que golpea donde menos se ve, pero donde más duele: en la tierra donde descansan los muertos.





