Un padre cubano fue rescatado por bomberos de un voraz incendio desatado dentro de su vivienda la noche del 28 de marzo de 2025 en el municipio de Guantánamo. Lugerio Soto Lescaille, trabajador de mantenimiento en la Escuela Provincial de Música, dijo más tarde que se había lanzado a las llamas, pensando que al interior del edificio todavía se encontraba su hija.
La historia quedará grabada en la memoria de los vecinos de la calle Beneficencia, entre 3 y 4 Norte, no solo por el estruendo de las llamas, sino por el coraje humano que brotó en medio del desastre. En una vivienda devorada por el fuego, Lugerio tomó la decisión más difícil: regresar al infierno sin saber que su hija ya estaba a salvo.
Según relató el comunicador oficialista Carlos Pérez en su cuenta de Facebook, “el humo lo venció y cayó inconsciente, atrapado por el fuego”. No sabía que la joven había escapado por la parte trasera, entre el caos de una noche que transformó el barrio en un hervidero de voces, carreras y angustia.
Los incendios en viviendas cubanas no son hechos aislados. En una realidad marcada por el deterioro del parque electrodoméstico, las fluctuaciones de voltaje y la precariedad de los sistemas constructivos, estos eventos se repiten con una frecuencia que preocupa. La falta de mantenimiento, el uso de instalaciones eléctricas improvisadas y la carencia de materiales adecuados convierten cada apagón en una amenaza latente.
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En ese contexto, la respuesta de los cuerpos de bomberos en Cuba es una mezcla de vocación, riesgo y recursos limitados. Aquella noche en Guantánamo, los vecinos salieron a la calle con cubos de agua, teléfonos en mano y el corazón en la boca. El arribo de los bomberos marcó el inicio de una carrera contra el tiempo. Dos jóvenes rescatistas, cuyos nombres no han trascendido públicamente, se adentraron en la casa sin pensarlo dos veces, desafiando el humo, el calor y el derrumbe inminente.
Soto fue encontrado inconsciente, con quemaduras, pero con vida. Lo sacaron entre escombros, mientras la multitud contenía la respiración. Un mes después, el guantanamero continúa su recuperación, rodeado del cariño de su familia, colegas y vecinos que no han dejado de visitarlo, ni de contar una y otra vez lo ocurrido, como si al repetirlo pudieran entender mejor la magnitud de lo vivido.