El consumo de sustancias ilícitas es una respuesta común a la desesperanza y la incertidumbre, y Cuba no es una excepción.
Redadas contra boteros, leyes contra Mipymes, multas a troche y moche y el colmo de los colmos: culpar a los viajeros foráneos del aumento del consumo de drogas en Cuba. Esa es, grosso modo «la estrategia» del régimen y de las autoridades cubanas para culpar los males que erosionan un país desde 65 años: encontrar un culpable distinto a ellos.
Lucen – y lucirán – como un disparador míope apuntando a un blanco equivocado con una vieja escopeta. Y de cartuchos.
Las recientes declaraciones del coronel Juan Carlos Poey, jefe del órgano antidroga del Ministerio del Interior, durante el programa Mesa Redonda, ejemplifican esta tendencia del gobierno cubano de desviar la responsabilidad de sus crisis hacia factores externos.
El funcionario, en su comparecencia, insistió en que el aumento del consumo de drogas en la isla es culpa de los emigrados cubanos y de la influencia de países como Estados Unidos. Según Poey, el «químico» —un tipo de cannabinoide sintético— entra en Cuba desde Estados Unidos, mezclado en acetona, impregnado en papel o disuelto en líquidos, y es distribuido principalmente por cubanos emigrados que regresan al país .
Sin embargo, señala el portal 14ymedio, las cifras presentadas por el propio Poey contradicen la gravedad que él mismo intenta atribuirle al fenómeno. Durante el primer semestre de 2024, las autoridades cubanas detectaron 82 recalos de droga en las costas de la isla, sumando un total de 507 kilogramos, en su mayoría cocaína. Además, se realizaron 107 operaciones interprovinciales que resultaron en la detención de 174 personas y la incautación de 23 kilogramos de droga.
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Aunque las autoridades insisten en culpar a los emigrados y a factores externos, la magnitud del problema que describen parece más bien limitada en comparación con otras crisis que enfrenta el país.
Este enfoque en culpar a los emigrados y a los extranjeros distrae de problemas más profundos y sistémicos que han llevado a Cuba a su situación actual. Uno de estos tantos problemas es la crisis del transporte, exacerbada por la escasez de combustible y el mal estado del transporte público. Ante esta situación, incluso con la escasez de combustible generalizada, los boteros, o taxistas informales, han proliferado en La Habana y otras ciudades.
Sin embargo, en lugar de buscar soluciones que beneficien tanto a los boteros como a los ciudadanos, las autoridades han lanzado una campaña de redadas y multas contra estos trabajadores, acusándolos de operar sin los permisos adecuados, recoge también el portal independiente 14ymedio en otra nota.
A esta serie de medidas represivas se suma la reciente publicación en la Gaceta Oficial de nuevas leyes que aumentan el control fiscal sobre las micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes).
Estas nuevas regulaciones dificultan aún más el ya precario panorama para los emprendedores privados en la isla, quienes enfrentan no solo una crisis económica sin precedentes, sino también la constante presión y vigilancia del gobierno. Las autoridades han culpado a las Mipymes de la inflación y otros problemas económicos, en lugar de abordar las verdaderas causas de la crisis.
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Una consideración general y privada… En Cuba, la lucha contra el consumo de drogas enfrenta múltiples desafíos, comenzando por la falta de campañas de concienciación efectivas tanto en la televisión como en las escuelas.
En un país donde la crisis económica y social es profunda, el consumo de sustancias ilícitas se ha convertido en una forma de evasión para muchos, en especial entre los jóvenes. La ausencia de programas educativos que aborden el problema de las drogas de manera directa y elocuente deja a las nuevas generaciones desinformadas y vulnerables a caer en estas prácticas destructivas.
La crisis de salud mental en Cuba agrava aún más la situación. Los servicios de psicología en la isla son deficientes, con una escasez marcada de especialistas y medicamentos necesarios para tratar afecciones como la depresión y la adicción. Esta carencia de apoyo profesional lleva a muchos cubanos a buscar soluciones inmediatas y peligrosas, como el consumo de alcohol y drogas, para lidiar con sus problemas emocionales y psicológicos. El círculo vicioso de la depresión no tratada y la adicción es cada vez más difícil de romper en un entorno donde los recursos médicos son limitados.
En un contexto global donde el consumo de sustancias ilícitas es una respuesta común a la desesperanza y la incertidumbre, Cuba no es una excepción.
Sin embargo, la particularidad del caso cubano radica en la combinación de una crisis sistémica y una falta casi total de recursos para la salud mental. En lugar de enfrentar y tratar estos problemas de manera adecuada, muchos optan por la enajenación que ofrecen las drogas y el alcohol, lo que no solo perpetúa su sufrimiento, sino que también contribuye al deterioro generalizado del tejido social del país.
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