El video duró apenas unos minutos, pero bastó con una frase para entender el tamaño del derrumbe: una joven holguinera, en un parque con sus cuatro hijos –uno en brazos, los otros a su lado, todos con cara de tristeza– mira a la cámara y dice que el huracán Melissa se lo llevó todo. Cuando el activista le pregunta qué necesita, responde que para ella no quiere nada, que solo pide comida para sus niños. La escena, grabada en el municipio de Cacocum por el activista Norge Ernesto Díaz Blak, conocido como Noly Blak, se hizo viral en cuestión de horas y saltó a medios y redes dentro y fuera de Cuba.
En el video, Noly, aún convalesciente de un accidente de tránsito dice que se va a hacer cargo del caso y comienzan a llegar las ayudas. Incluso, ayudas que no pasan por sus manos.
Tras contar la historia de la madre holguinera, Noly informó que tanto él como su esposa habían contraído dengue. La noticia encendió alarmas entre quienes siguen su trabajo: si el activista más visible de Holguín quedaba fuera de juego, ¿quién atendería ahora a esa familia?
En medio de esas preocupaciones, el propio Noly reapareció en Facebook con un anuncio inesperado: sus seguidores habían logrado reunir más de tres millones de pesos para la madre y sus cuatro hijos.
El post, lleno de capturas de pantalla con listas interminables de nombres, montos en CUP y pequeñas donaciones en dólares, parece el reverso exacto de cualquier reporte oficial de “ayuda a los damnificados”. No hay siglas de organismos ni consignas revolucionarias; hay una multitud de personas dispersas por Cuba y la diáspora que fueron poniendo lo que podían hasta levantar una cifra que, para la realidad cubana actual, es casi impensable.
Medios independientes han contado cómo, tras el paso de Melissa, Noly inició una colecta con el objetivo de conseguirle una casa a la familia, ante la ausencia de una respuesta estatal capaz de sacarlos de la intemperie. A pesar también de señalamientos de algunas personas que aseguraban conocer que a esta madre, con anterioridad, se le había dado una casa y que ella la había vendido. Gente que también aseguraba que ella «había perdido sus hijos», y que era su propia madre (abuela de los menores) quien los criaba.
Versiones a un lado, la historia de esta madre de Cacocum se suma a un panorama más amplio de comunidades golpeadas por las lluvias y las crecidas de los ríos en la región, donde aún se reportan rescates y viviendas reducidas a ruinas. También expone otra realidad menos visible: en muchas zonas rurales de Cuba, las mujeres enfrentan maternidades múltiples sin acceso real a planificación familiar, sin apoyo estatal y sin recursos para sostener a sus hijos, atrapadas en un ciclo de pobreza que no eligieron y del que es casi imposible salir.
En los comentarios al post de Noly se mezclan la gratitud y la preocupación. Unos celebran la “bendición” de haber llegado a esa cifra y piden a la madre que piense, ante todo, en una casa segura para sus hijos. Otros llaman a manejar con cuidado “tanto dinero” en un país donde los robos y la desesperación están al acecho. Hay quien sugiere que, en algún momento, la joven aparezca en un video agradeciendo y confirmando cuánto recibió, como forma básica de transparencia. Esa mezcla de fe, sospecha y sentido común es también un retrato del país.
Más allá de la cifra, lo que queda es la pregunta incómoda: ¿por qué una madre cubana tiene que esperar a hacerse viral, llorando en un parque con sus niños hambrientos, para que aparezca una red de ayuda que le ofrezca lo que el Estado no ha sido capaz de garantizarle? La colecta de más de tres millones de pesos habla de una solidaridad enorme, pero también de un vacío igual de grande.





