La muerte de Zoila Esther Chávez Pérez, madre del escritor y preso político José Gabriel Barrenechea, ha dejado al desnudo, una vez más, la cara más fría y desalmada del régimen cubano. La anciana falleció este domingo en Encrucijada, Villa Clara, tras una larga lucha contra el cáncer, sin que le permitieran ver por última vez al único hijo que tenía. José Gabriel, encarcelado desde noviembre de 2024 por manifestarse contra los apagones, nunca pudo despedirse de ella. Según Cubanet, no se ha fijado aún fecha para su juicio.
La sociedad civil y el activismo independiente no tardaron en reaccionar. Las redes sociales se inundaron de mensajes cargados de dolor, rabia y repudio. Para el cineasta Ian Padrón, no existe justificación alguna: “Los reto a dar alguna razón humana para semejante abuso”, dijo en su perfil de Facebook.
Por su parte, la Saily González Velázquez fue tajante: “La mataron quienes le encerraron al hijo. La mataron lentamente. Y no la dejaron ni verlo”. Elaine Acosta afirmó que “murió Zoila y con ella un poco de todos nosotros”.
El periodista José Raúl Gallego fue más allá en una sentida publicación hecha en sus redes sociales: “¿Perdía algo la dictadura con permitirle a José Gabriel salir una hora? No. Pero el mensaje que quisieron mandar es claro: si protestas, pagas con todo, incluso con tu madre”. En la misma línea, Lara Crofs sentenció: “No vamos a olvidar. No vamos a perdonar”.
La escritora Yania Suárez, quien visitó a Zoila Chávez días antes de su muerte, denunció el ensañamiento: “La anciana solo pedía ver a su hijo. Pero el régimen cumplió su promesa infame: no dejarlos despedirse. Una crueldad desmesurada, exactamente una semana antes del Día de las Madres”.
Muchos cubanos ven en esta tragedia una alegoría de la propia Revolución devenida en distopía: una “roboilusión” que consume sin remordimientos a los más débiles. “Ya no hay límites para la crueldad e insensibilidad en esta cosa llamada país”, escribió el escritor Carlos Esquivel.
La muerte de Zoila Chávez ha sido más que una pérdida personal para Barrenechea. Es un símbolo de cómo el poder, en su forma más despiadada, castiga no solo al disidente, sino también a quienes lo aman. Y frente a eso, el activismo cubano ha respondido con su arma más poderosa: la memoria. Porque no hay dictadura que resista al peso de los recuerdos justos.