En Cuba, el Departamento Ideológico del Comité Central es la sala de máquinas del discurso oficial. Desde allí se trazan líneas editoriales, se bajan orientaciones a los medios estatales, se calibran campañas de propaganda, se coordinan mensajes con ministerios como Educación, Cultura y Educación Superior y se supervisa la relación con organizaciones de masas (UJC, FMC, CTC, FEU, UPEC, ICRT). Es, en la práctica, el filtro político de todo lo que se publica, se enseña y se emite en radio, televisión e internet, además del “torniquete” que aprieta o afloja la censura cultural. En su estructura conviven áreas de prensa y comunicación, cultura y publicaciones, educación ideológica y —cada vez con más peso— monitoreo digital y redes.
En ese puesto acaba de ser colocada Yuniasky Crespo Baquero. La nota oficial del Partido (26 de septiembre de 2025) la presenta como una verdadera crack: licenciada en Educación en la especialidad Marxismo-Leninismo e Historia, diputada, con trayectoria en FEU y UJC —de la que fue primera secretaria— y con pasos por el Buró del PCC en La Habana, la primera secretaría en Mayabeque y, más recientemente, la jefatura del Departamento de Atención al Sector Social del propio Comité Central. El Buró Político vendió el movimiento como “fortalecimiento de la actividad ideológica”, y promovió a Rolando Ernesto Yero Travieso para sustituirla en el Sector Social.
El ascenso llega a contraluz de un expediente político discutible. Reportes locales difundidos por El Vigía de Cuba han descrito el paso de Crespo Baquero por Mayabeque como un “campo minado” en términos sociales —marginalidad, insalubridad y delincuencia— y la señalan por su travesía inmediata hacia el “limbo” del Comité Central en una oficina bautizada con sorna como ASI (Asuntos Sin Importancia), mientras, en paralelo, se le atribuye participación en mipymes que prosperan al calor del poder. Son denuncias que sus fuentes sostienen bajo anonimato y que dibujan el molde del burócrata-empresario: carnet rojo en una mano y terminal de cobro en la otra.
Cuando El Vigía… publicó esa nota, no hubo desmentidos públicos, pero tampoco hubo investigación visible. En un país donde el poder se recicla, el guion se repite: del descrédito provincial a la promoción en La Habana. Y de estos casos tenemos ya unos cuantos pejes. La hija de uno de ellos, actriz, está en Miami, sustentando – presuntamente – la economía familiar en La Habana.
Para dimensionar lo que controla ahora Crespo, conviene mirar el linaje del cargo.
Los dirigentes del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido
Durante años, Rolando Alfonso Borges fue el rostro más reconocido del Departamento Ideológico, símbolo de los tiempos en que la “orientación” era un telefonazo previo al cierre de edición. Ya en la década de 2010 y comienzos de la de 2020, Rogelio Polanco Fuentes —diplomático, ex director de Juventud Rebelde y Cubadebate— pasó por la jefatura y el Secretariado como responsable de ideología y comunicación política, en plena transición hacia el ecosistema digital y las batallas de narrativa en redes.
Para que se tenga una idea… En 2015, a raíz de la censura a la obra El rey se muere de Juan Carlos Cremata, una asamblea de cineastas en Fresa y Chocolate destapó públicamente la tensión entre el sector cultural y la maquinaria ideológica. Varios realizadores señalaron entonces directamente a Rolando Alfonso Borges, conocido como “Alfonsito”, como jefe del Departamento Ideológico y “principal censor” de los medios oficiales. La crónica, recogida en un texto de CubaNet, describe además cómo la Seguridad del Estado, mediante la intervención de Roberto Samada, intentó expulsar al opositor Eliécer Ávila del lugar, un episodio que los asistentes impidieron in situ. Fue uno de esos momentos en que la arquitectura de la censura institucional se expuso con crudeza, mientras el gremio reclamaba una Ley de Cine y denunciaba vetos y expulsiones.
Existen referencias con intención documental sobre la figura de Rolando Alfonso, quien desde su oficina condensó reiteradamente prácticas que el periodismo estatal conoce de sobra: el uso de las consignas, el control directo sobre lo que se escribía en el Granma, la satanización de medios como OnCuba y El Toque, y hasta la amenaza explícita de sancionar a quiénes allí escribían o quien se atreviese a rebelarse. Un modus operandi basado en el castigo, el control económico y el disciplinamiento. Existe también otra anécdota sobre «Alfonsito» no encontrada en la web ahora. Un «sancionado» fue a visitarlo a su oficina, para discutir el asunto, y Alfonsito se escondió y no salió a recibirlo.
Rogelio Polanco Fuentes aparece en registros distintos, pero complementarios. Primero como el ideólogo que salió a desacreditar la Marcha Cívica del 15N en 2021, presentándola como una operación impulsada desde Estados Unidos y reforzando el marco de “injerencia externa” con el sello del Comité Central. En paralelo, se le vio en fotos celebrando – bailando – en un acto interno mientras el país registraba entre 60 y 80 muertes diarias por la pandemia de COVID-19, contraste que se leyó como una desvergüenza simbólica en medio de la crisis. Más tarde, las notas reportaron su salida del cargo y su reciclaje en la carrera diplomática. No se trata de expedientes judiciales, sino de una secuencia de hechos que hablan del uso del aparato ideológico para criminalizar protestas y del doble rasero con el que la élite política administra su imagen.
El resumen que dejan esas fuentes no oficiales en los artículos publicados por medios independientes es claro. A Alfonso se le asocia con censura cultural y operaciones de fuerza alrededor de eventos incómodos; a Polanco, con la criminalización de la protesta, la exhibición frívola en plena crisis sanitaria, y el reciclaje premiado con un cargo diplomático.
Si se retrocede más, aparece la era previa del DOR (Departamento de Orientación Revolucionaria), con figuras como Carlos Aldana en los años 80-90, cuando la censura cultural y la construcción del relato revolucionario se administraban con puño más visible. El hilo común es el mismo: control del mensaje, disciplinamiento de los aparatos culturales y mediáticos y fijación de un marco doctrinal que se impone de arriba hacia abajo.
¿Qué cambia con Yuniasky Crespo? En el corto plazo, es razonable esperar continuidad: alineamiento milimétrico con el Buró Político, énfasis en “unidad ideológica”, manejo centralizado de crisis comunicacionales y campañas de legitimación hacia el exterior y el mercado interno (“resiliencia”). Donde sí puede notarse su impronta es en la interfaz con las organizaciones juveniles y el ecosistema de mipymes afines al poder, dos mundos donde se le atribuye cintura operativa. Si el Departamento Ideológico ya venía colonizando la conversación digital, la nueva jefatura puede afianzar ese cerco con más “influencers” orgánicos, contratos de contenidos y penalización selectiva de voces críticas.
La paradoja es evidente: mientras reportes ciudadanos asocian su gestión provincial a deterioro social y favoritismos, la misma dirigente es premiada con el mando del aparato que decide qué se cuenta del país y cómo se cuenta. La designación no habla solo de Crespo Baquero; habla del sistema que la produce y la protege. En Cuba, el mérito que pesa no es la gestión pública verificable, sino la lealtad y la utilidad narrativa. Por eso, aunque el currículum exhiba baches, el ascensor ideológico sigue funcionando.





