A más de un año de la visita a La Habana de un submarino nuclear ruso de última generación, el episodio continúa siendo citado en análisis militares y debates estratégicos en Estados Unidos como una señal de advertencia sobre el nuevo equilibrio de poder naval en el Caribe. Aunque el atraque ocurrió en junio de 2024, su eco no se ha disipado, en un contexto marcado por la guerra en Ucrania, el deterioro de las relaciones entre Moscú y Washington y la creciente militarización de las grandes potencias.
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El protagonista fue el K-561 Kazan, un submarino de propulsión nuclear de la clase Yasen-M, considerado uno de los más avanzados de la flota de Rusia. Su llegada al puerto de La Habana, junto a otros buques de guerra rusos, fue presentada oficialmente como una visita de cortesía dentro de las relaciones bilaterales con Cuba. Sin embargo, para analistas estadounidenses, el mensaje fue más profundo que lo protocolar.
Medios especializados en defensa y seguridad han seguido mencionando el caso como ejemplo de la capacidad rusa para desplegar submarinos silenciosos y altamente armados cerca del área de influencia directa de Estados Unidos. La clase Yasen está diseñada para misiones de ataque, vigilancia y lanzamiento de misiles de largo alcance, incluidos sistemas hipersónicos como el Zircon, un factor que amplifica la preocupación estratégica más allá de la visita puntual.
Desde la óptica de la United States Navy, el episodio de 2024 se inscribe en una tendencia más amplia: la erosión de la superioridad naval indiscutida de Washington en regiones que históricamente ha considerado sensibles. Aunque no existen confirmaciones oficiales de que el Kazan realizara operaciones de inteligencia durante su paso por el Caribe, el solo hecho de su presencia obligó a un seguimiento estrecho por parte de las fuerzas estadounidenses.
El interés persistente en este antecedente también responde a su carga simbólica. Se trató de la primera visita conocida de un submarino Yasen-M a un puerto extranjero, y tuvo lugar en un país que sigue siendo un punto neurálgico en la memoria estratégica estadounidense desde la Guerra Fría. Para Rusia, el gesto funcionó como demostración de alcance global en un momento de aislamiento diplomático; para Cuba, como reafirmación de una alianza política en medio de una profunda crisis económica.
Hoy, cuando se analizan posibles escenarios de escalada indirecta entre Moscú y Washington, la escala del Kazan en La Habana vuelve a aparecer como referencia. No como un hecho aislado del pasado, sino como un antecedente que ayuda a explicar por qué el Caribe sigue siendo un espacio observado con atención, donde incluso movimientos aparentemente discretos pueden tener un impacto duradero en la percepción de seguridad regional.



















