Lo sucedido el pasado 5 de julio no es un simple ataque vandálico: es un reflejo del descontento de un país al borde del estallido social, donde hasta los cajeros automáticos – sin dinero la mayoría de ellos – se convierten en blanco de ira y desesperación.
La madrugada del pasado sábado 5 de julio, un nuevo acto vandálico golpeó los cajeros automáticos de la sucursal 300 del Banco Metropolitano (Banmet), situada en la esquina de Diez de Octubre con Lacret, en La Habana, según reseñaron medios oficialistas como Tribuna de La Habana y Cubadebate.
Las imágenes publicadas por la entidad bancaria en su página oficial de Facebook muestran las máquinas seriamente dañadas, con paneles arrancados y componentes destruidos —una agresión que Banmet describe como una amenaza tanto a la seguridad pública como al servicio esencial que ofrecen; cuando lo ofrecen.
Se trata de uno más de una oleada de ataques motivados por el creciente descontento de una población que sufre la precariedad diaria: los cajeros casi nunca disponen de dinero, y cuando lo hacen, el flujo es insuficiente y errático. La falta de piezas y billetes en buen estado agrava el deterioro de la infraestructura bancaria.
Habitualmente funcionan solo durante algunas horas, debido a problemas técnicos, apagones y límites en los montos disponibles . Usuarios reportan colas que duran varios días y retiros limitados a apenas 500 o 2 000 CUP en momentos puntuales.
Esta situación no es nueva: ya en abril de 2024 se reportaron colapsos en los cajeros de La Habana, con largas filas y clientes frustrados por no poder acceder a su dinero.
Banmet, que llegó a operar con más de 525 cajeros automáticos, reconoce que su red se ha reducido considerablemente. La obsolescencia tecnológica y la imposibilidad de reemplazar piezas debido a restricciones financieras son citados continuamente por ellos como causas principales. Para proteger los equipos, el banco ha reubicado muchos cajeros dentro de sus oficinas y cerrado los accesos externos fuera del horario laboral, medida que complica aún más su uso.
Pero los ataques también tienen una dimensión social: representan expresiones de ira acumulada en una sociedad que lidia con apagones, escasez de agua, alimentos, medicinas y fallas crónicas de servicios básicos —un cóctel que erosiona la paciencia y la moral cívica. Este malestar latente puede desencadenar conductas de violencia ciudadana, especialmente entre quienes, cansados de esperar y sin herramientas cultoeducativas, actúan fuera de las normas legales y éticas.
Aunque actos como este no solucionan los problemas del sistema financiero, contribuyen a su colapso y dañan a la misma población que depende de ellos. El banco insiste en que continuará ampliando la banca electrónica, instalando nuevos cajeros y mejorando la atención remota, aunque admite los límites impuestos por la actual crisis económica.
Lo sucedido el 5 de julio no es un simple ataque vandálico: es un reflejo del descontento de un país al borde del estallido social, donde hasta los cajeros se convierten en blanco de ira y desesperación. Las autoridades bancarias, por su parte, alertan que estas acciones solo profundizan la crisis y prolongan el sufrimiento de todos.
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