El nieto del fallecido dictador cubano Fidel Castro vuelve a agitar el avispero mediático en Cuba y fuera de la isla. Sandro Castro concedió su primera entrevista, y fue para el youtuber venezolano Cazorla Espino, anfitrión del pódcast “Solo gente bonita”. Cazorla difundió algunos fragmentos en Instagram con el gancho de que su invitado respondería “todas las preguntas”. En esas imágenes, Sandro se desmarca de la política y reafirma que su exposición pública se debe únicamente a su apellido y a su trabajo en redes sociales.
“Mi apellido es político, por mi familia. Y yo con mucho orgullo también de mi apellido, lógicamente. Pero yo, en lo personal, no tengo nada que ver con esto de la política. De hecho, a mí ni me gusta la política, no es lo mío”, declaró con énfasis. Una confesión que no sorprende, pero que reaviva el debate sobre el lugar que ocupa en la opinión pública.
El joven asegura que su notoriedad no nace de la ideología, sino de su actividad digital: “Como yo me he dedicado también de hace un tiempo atrás a trabajar las redes sociales, me he puesto más mediático; a lo mejor por eso es que me atacan a mí”. No obstante, la polémica persiste porque, aunque intenta desprenderse del apellido, ese mismo apellido es el que lo convierte en un rostro inevitablemente político.
Más allá de los dardos, Sandro apuesta por la música como nueva carta de presentación. En la entrevista reveló que está creando su propia disquera, “Castro Récord”, con la intención de impulsar no solo su carrera personal sino también la de otros artistas cubanos. La propuesta, según adelantó, incluirá la producción de documentales y contenidos audiovisuales. Se trata de un proyecto que llega justo después de su entrada al género urbano con el tema “La Cristach”, estrenado el 28 de agosto en YouTube junto a un trío de jóvenes que se hacen llamar “los hijos de Obbatalá”.
Esta incursión musical se suma a un historial de apariciones que alimentan la percepción de frivolidad. La memoria colectiva recuerda todavía el escándalo de 2021, cuando apareció conduciendo un Mercedes Benz en plena crisis de combustible. Aquella escena encendió la indignación popular y lo obligó a pedir disculpas públicas. Desde entonces, cada paso suyo es escrutado con lupa: sus fiestas privadas, la exhibición de lujos y hasta los proyectos empresariales como el bar EFE, en la céntrica esquina de 23 y F, en La Habana.
Con más de 132 mil seguidores en Instagram, Sandro cultiva la figura de influencer que mezcla negocios, música y un estilo de vida que muchos identifican con la élite desconectada del día a día de la mayoría. Aunque él asegura que “no tiene privilegios” y que “sufre apagones como todos”, sus publicaciones suelen mostrar el reverso de esa declaración.
Su insistencia en que “no me interesa la política” contrasta con la fuerza simbólica de su apellido. Cada nuevo proyecto artístico, cada declaración en público y cada foto en redes sociales alimentan la contradicción entre el discurso de sencillez que pregona y la imagen de ostentación que transmite. Para sus críticos, Sandro es la viva representación de una paradoja: un joven que intenta reinventarse como artista y empresario, pero que carga sobre los hombros la herencia de uno de los apellidos más pesados de la historia cubana.
