Las calles de La Habana se han convertido en un calvario para miles de cubanos que dependen del transporte público. El panorama del transporte en la capital se ha visto gravemente afectado por la creciente rotura de las «gacelas», microbuses marca Gazelle, de origen ruso, que fueron introducidos en Cuba en 2019 como una solución para paliar la crisis de movilidad en la ciudad. Sin embargo, a cinco años de su llegada, solo el 60% de estos vehículos sigue en funcionamiento, lo que ha exacerbado los problemas de transporte en la capital.
Las gacelas, que inicialmente llegaron con la promesa de mejorar el transporte público en La Habana, han visto un declive en su operatividad debido a una serie de problemas logísticos y de mantenimiento.
De las casi 400 unidades que comenzaron a circular en 2019, más de 150 están fuera de servicio, según informes recientes de la prensa oficial. Este déficit ha generado largas esperas y un deterioro general en la calidad del servicio, afectando la vida diaria de los habaneros.
Uno de los principales problemas identificados es la falta de recursos para el mantenimiento de estos vehículos. La pandemia de COVID-19, que ha afectado gravemente la economía cubana, es señalada como uno de los factores que ha complicado el acceso a piezas de repuesto y otros insumos necesarios para mantener las gacelas en buen estado.
A esto se suman las dificultades económicas que enfrenta el país, las cuales han impedido cumplir con los contratos de arrendamiento y han obligado a los conductores a improvisar soluciones para mantener los vehículos en funcionamiento.
Los problemas de las gacelas no son meramente mecánicos. Los usuarios se quejan de largas horas de espera, mal estado de las paradas, y un servicio que no siempre cumple con las expectativas.
Muchos de los conductores, debido a la falta de supervisión y recursos, determinan los tramos y costos de manera arbitraria, lo que ha generado insatisfacción entre los pasajeros. Además, fuera del horario establecido, los precios suelen aumentar, basándose en la oferta y la demanda, lo que agrava aún más la situación para los usuarios que dependen de este servicio.
Las estadísticas oficiales revelan un panorama desalentador para el transporte en La Habana y en toda Cuba. Al cierre del primer semestre de 2024, se había transportado solo el 72% de lo planificado, con una disminución significativa en el número de pasajeros comparado con el año anterior. Se estima que el transporte estatal cubano moverá alrededor de 930 millones de pasajeros en 2024, menos de la mitad de lo que se lograba antes de la pandemia.
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El transporte local es el que se encuentra en peor situación, con solo un 39% de lo planificado al cierre de junio, y más de la mitad de las rutas paralizadas en las provincias, según el ministro del Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila. Esta situación crítica refleja no solo el deterioro del parque vehicular, sino también la falta de combustible y las dificultades logísticas que enfrenta el país.
La rotura de las gacelas es solo una parte del problema, pero su impacto en el transporte de la capital es innegable. La falta de soluciones a corto plazo y la necesidad de una mejor coordinación y gestión del servicio son urgentes, no solo para mejorar la movilidad en La Habana, sino también para aliviar la carga diaria que enfrentan los ciudadanos cubanos en su vida cotidiana.
La crisis del transporte en Cuba más allá de unas cuantas gacelas rotas
La crisis del transporte en Cuba afecta tanto a los ómnibus estatales como a los transportistas privados, conocidos como boteros, y está profundamente influenciada por la falta de piezas de repuesto y la escasez de combustible.
El sistema de transporte público, particularmente el servicio de ómnibus, ha sufrido un deterioro significativo debido a la falta de mantenimiento y repuestos. La escasez de combustible también ha obligado a las autoridades a reducir la frecuencia de los viajes y a priorizar ciertas rutas, especialmente en ciudades grandes como La Habana y Santiago de Cuba.
Por ejemplo, en Santiago, la crisis energética ha llevado a que solo el 40% de los vehículos estén en operación, lo que obliga a reducir la regularidad de los servicios de ómnibus y otros medios de transporte público, afectando gravemente a los ciudadanos que dependen de estos servicios.
Los boteros que operan en su inmensa mayoría los famosos almendrones (automóviles antiguos) en La Habana también enfrentan enormes desafíos debido a la misma crisis.
Estos choferes, que juegan un papel crucial en la movilidad de la ciudad, han visto disminuir su capacidad de operar debido al alto costo y la escasez de combustible y piezas de repuesto.
Recientemente, la imposición de nuevas tarifas por parte del gobierno ha agravado la situación, llevando a muchos boteros a reducir sus servicios o incluso a declararse en huelga, pues los precios fijos establecidos por el gobierno no cubren los costos operativos, especialmente en un contexto donde los repuestos y el combustible se adquieren a precios elevados en el mercado negro.
La combinación de estos factores ha generado un ambiente de precariedad en el transporte público y privado. La disminución en la disponibilidad de ómnibus y almendrones ha llevado a largas esperas, rutas menos frecuentes, y un incremento en las tarifas ilegales, afectando de manera desproporcionada a la población que depende de estos servicios para sus actividades diarias.





