El exdirigente castrista Otto Rivero volvió a escena con un video casero y un post en Facebook que encendieron un viejo debate sobre el deterioro de los servicios en Cuba. Específicamente sobre las tiendas en divisas. En este caso, una tienda en MLC.
A la entrada de la tienda Galerías Paseo, en La Habana, el exdirigente juvenil grabó una denuncia breve, de tono cansado y directo, donde asegura que el establecimiento debía abrir más temprano y, sin embargo, a esa hora todavía entraba mercancía por la puerta. Dijo que había llegado ahí para comprarle a su mamá algo con unos pocos MLC que le quedaban y…
Lo que ve adentro, dice, son anaqueles ralos y un puñado de surtidos; enumera líquidos de limpieza, algo de perfumería, botellas que no le interesan y la impresión de estar parado en una liquidación de misceláneas; para rematar luego con dos ideas que se repiten en sus comentarios escritos: que en la tienda había “como veinte empleados tratando de abrirla” y que nada de lo que describe “tiene que ver con el bloqueo”. Para Rivero, la imagen general es “un desastre”, muy lejos de lo que recuerda de hace unos años.
La publicación corrió rápido entre sus contactos y derivó en una cadena de reacciones donde el respaldo a la denuncia convivió con reproches a su pasado y con críticas más amplias al funcionamiento del comercio estatal.
Rivero, que intervino varias veces en el hilo, aseguró que su “denuncia pública” superó las cuatro mil reproducciones en pocas horas y que “la gran mayoría” de las respuestas validaba el malestar.
“Cogí y me fui”, escribió al explicar que prefiere evitar que el mal servicio le arruine el día. Junto a ese gesto de renuncia, defendió una tesis que atraviesa toda la conversación: la crisis de las tiendas no se explica por el embargo externo, sino por una “cultura de malos hábitos establecidos” que se normalizó y que hoy, a su juicio, manda.
Buena parte de los usuarios coincidió en ese diagnóstico.
“Nuestro bloqueo interno… ese sí es fuerte”, terció una comentarista. “Eso no es bloqueo… es sálvese quien pueda”, dijo otra. Se habló de indisciplina y de falta de control a todos los niveles, de una cadena de responsabilidad que va “desde las altas esferas hasta la base”, de dependientes que “propician la indisciplina que generan los coleros” y de jefaturas que, aun sabiendo lo que ocurre, miran a otro lado. Dentro de ese inventario aparecieron, como señalamientos, nombres de conglomerados y corporaciones estatales que administran unidades comerciales, apuntando a la sensación de abandono de un local que, según algunos, “tiempo atrás fue un crisol” para el consumo capitalino y también, por qué no, nacional.
No faltaron, sin embargo, los dardos dirigidos al propio Rivero.
“En una época contribuiste a la construcción de este desastre”, escribió un usuario, reclamándole coherencia histórica. Otra lectora, que aseguró recordarlo de sus años en la Unión de Jóvenes Comunistas, preguntó con ironía: “¿Desde cuándo te diste cuenta?”. Hubo quien lo llamó “arrogante” y quien lo acusó de haberse beneficiado del sistema que hoy censura.
Rivero, en respuesta, insistió en que asume “toda su responsabilidad” y que su reclamo presente no pretende borrar el pasado; se limitó a pedir que se discutiera lo esencial: el trato al consumidor, la ética de trabajo y la disciplina en un punto de venta que mucha gente recuerda como referencia de la ciudad.
Entre los apoyos, emergieron claves sociológicas.
“Hay cosas que nada tienen que ver con el embargo”, escribió alguien que habló de “planificación sin control” y de una cadena rota de exigencia. Desde la emigración, otro lector comparó la puntualidad y el cumplimiento en su empleo en España con lo que vivió en Cuba, y defendió la disciplina como un requisito mínimo del servicio. Se cruzaron también miradas más crudas: “Eso es un asco. Hace rato que a esa tienda no se puede ir”, resumió un comentario que recibió múltiples reacciones. En el mismo hilo, una usuaria recordó los tiempos “de esplendor” de Galerías Paseo a fines de los noventa y contrapuso aquella memoria con lo que hoy se ve en los anaqueles.
La conversación, además, destapó el conflicto emocional que rodea cualquier crítica en medio de la escasez. Una parte del público acusa a quien denuncia de “no entender las causas” o de “hacer leña del árbol caído”. Otra parte, en cambio, agradece que alguien con nombre y apellido ponga el cuerpo y grabe lo que tantos ven a diario.
Rivero eligió pararse en esa segunda orilla, con un discurso que intenta separar factores: aun si mañana se levantaran las sanciones, dijo, “transformar esa mentalidad ya establecida costará años”. Habló de “una complejidad sociológica, psicológica y ética” y de la necesidad de que las leyes y los controles funcionen como marco civilizador, sean cuales sean las etiquetas del sistema.
En paralelo, se colaron en los comentarios relatos concretos que dotan de textura al diagnóstico general: la empleada que “sabe de antemano lo que va a salir” y marca varias veces; la limitación por tarjeta a un producto, mientras “los coleros salen con cajas”; la idea de que el mercado, público o privado, opera sobre la base de la confianza y que allí donde se quiebra el respeto al cliente se rompe todo. Son pequeñas historias que, magnéticas por su cotidianeidad, completan el cuadro de una experiencia de consumo que hace años dejó de ser neutral y se volvió asunto político, ejercicio de paciencia y, muchas veces, un gesto de supervivencia.
Más allá de las tensiones cruzadas por su biografía, Rivero volvió a poner el foco en una tienda emblemática. Galerías Paseo ha sido, para varias generaciones de habaneros, un punto de referencia. Por eso duele más la idea de que, al menos en la jornada que él documentó, había caos en la apertura, góndolas flacas y trabajadores sin una coreografía clara. Duele, sobre todo, porque lo que ahí ocurre parece replicarse en otras unidades y porque esa escena, repetida hasta el cansancio, educa. Educa en la espera resignada, en el no exigir para evitar un mal rato, en la lógica del “sálvese quien pueda” que convierte a cada consumidor en sospechoso y a cada empleado en guardián.
La repercusión del post —miles de reproducciones y decenas de intervenciones, entre aplausos y fustigaciones— confirma que el tema toca una fibra sensible. No es un tecnicismo ni una pelea de Facebook: es una radiografía de cómo se vive, compra y espera en un país exhausto.
Lo que hace particular el episodio es que quien la firma es un antiguo rostro de la “Batalla de Ideas”, y ese dato provoca, como se leyó, una mezcla de morbo y exigencia: al que alguna vez estuvo arriba se le pide más. Con todo, la denuncia existe y circula, y no depende ya de su autor.
Este, luego, al otro día, se fue al Malecón a comentar sobre lo sucedido con el video filmado en Galerías Paseo y, a decir, que se había levantado bien temprano, 6:00am, para ir a comprarle el pan en la bodega a su mamá. Pero ese, es otro video.
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