La voz de alarma por la situación epidemiológica en Matanzas vuelve a salir —y fuerte— desde la propia comunidad periodística de la provincia. Esta vez fue la comunicadora Lien Villavicencio quien, en un extenso y emotivo post en Facebook, describió un panorama de arbovirosis “acabando con la salud de la gente” y una gestión pública que, dice, “está acabando con todo”. Su denuncia no se queda en las generalidades: enumera barrios sin fumigación, montones de basura sin recoger, fosas desbordadas, apagones que impiden hasta cocinar, hospitales sin jeringuillas, reactivos escasos para diagnosticar y una “falta de empatía gigantesca”. Exige “acciones” y remata: “Busquen soluciones o váyanse, pero no sigan haciendo daño”.
La publicación provocó un inmediato coro de apoyos y testimonios. Colegas, vecinos y lectores contaron que maestros, estudiantes y personal sanitario están cayendo enfermos; que hay zonas que llevan “ocho meses sin agua”; y que, mientras tanto, no faltan los actos políticos en plazas céntricas con luces y amplificación, en una ciudad “a oscuras” y con escuelas semivacías por los cuadros febriles.
“No necesitamos más carteles con medidas, necesitamos acciones”, insistió Lien, enferma ella misma y sin fuerzas “ni para agarrar el celular”. La ex presidenta de la UPEC en Matanzas, Yirmara Torres, respaldó el post: “Se les ha ido de las manos todo”, escribió, lamentando “el mal karma” de una provincia que —asegura— lleva años pidiendo soluciones sin ser escuchada.
Yirmara ha sido desde hace ya un buen rato una pieza fundamental en las denuncias sobre TODO lo que está sucediendo en Matanzas. La expresidenta de la Unión de Periodistas de Cuba en la provincia, es una de las varias figuras del sistema mediático nacional que han cruzado el umbral del “desahogo” para entrar en la denuncia abierta, un gesto inusual en la prensa oficial. Yirmara ha intervenido en debates públicos recientes —como el del sepelio de Juana Bacallao— cuestionando la opacidad y la mala gestión comunicacional, lo que refuerza su perfil de comunicadora que no se calla ante la precariedad sanitaria y la ineficiencia institucional.
Yirmara Torres Hernández no es nueva en hacer críticas públicas. En junio de 2025 denunció que los apagones prolongados la obligaron a botar arroz, frijoles y picadillo que había comprado con esfuerzo, describiendo cómo “apenas tienes 3 horas de corriente en 30 horas” y cómo eso destruye la comida que tantos se esfuerzan por conseguir; y en otra ocasión anterior, en diciembre de 2024, relató un robo en su propia vivienda en Matanzas mientras su hijo dormía solo, lo que para ella simbolizó la fragilidad de la seguridad ciudadana y una policía que no responde.
Es por eso que no resulta extraño verla ahora manifestándose de manera pública contra la focalización mediática oficial del brote sanitario en Cárdenas, rechazando que se asuma que solo ese municipio está enfermo.
En una de sus publicaciones recientes escribió: “Sobredimensionarlo como algo que solo sucede en Cárdenas es un irrespeto al pueblo … en toda Matanzas también se enferma”; pero sus publicaciones en general describen siempre un panorama que combina enfermedad y desidia: “24 horas continuas sin electricidad”, aulas vacías por fiebre, docentes y estudiantes enfermos, y un aumento sostenido de casos febriles en la provincia. Ha narrado más de 20 días con síntomas compatibles con arbovirosis, exige sacar de las calles a las personas enfermas y reclama acciones concretas, no carteles con medidas. Su queja pone nombres y tiempos a lo que muchos viven: apagones, falta de sueros y jeringuillas, reactivos escasos y barrios sin fumigación efectiva.
Una denuncia más cercana a la «zona cero» proviene del médico cubano Miguel Alejandro Guerra Domínguez, quien denunció en redes sociales la grave situación del Hospital Territorial de Cárdenas, en Matanzas, en medio del brote de dengue, recoge el portal Alas Tensas.
Según explicó el galeno, los pacientes con sospecha de la enfermedad no están recibiendo exámenes básicos como leucograma, hematocrito y plaquetas, pruebas imprescindibles para el diagnóstico y control de posibles complicaciones.
Guerra, quien actualmente padece dengue, advirtió que esta omisión pone en riesgo la vida de los enfermos, ya que impide detectar a tiempo condiciones peligrosas como la trombocitopenia o la hemoconcentración. Calificó la situación como “una falta total de respeto” hacia los pacientes y hacia la medicina misma, responsabilizando al hospital y a los propios médicos que, al aceptar esta carencia, se convierten —dijo— en cómplices de un “desastre sanitario”.
Más allá de la denuncia ciudadana
Más allá de la denuncia ciudadana, hay señales institucionales que avalan el cuadro clínico que describe la comunicadora Lien Villavicencio y la perioditas Yirmara Torres Hernández.
En la vecina Ciego de Ávila, las autoridades sanitarias declararon transmisión de arbovirosis en áreas específicas y confirmaron casos de Oropouche, además de “fuerte sospecha” de chikunguña; precisaron que el diagnóstico certero requiere pruebas (como la IgM al sexto día de fiebre) y, para chikunguña, el aislamiento viral en el Instituto Pedro Kourí (IPK), procedimientos que no siempre pueden realizarse con rapidez por la falta de insumos y capacidades de laboratorio en el territorio.
Ese cuello de botella diagnóstico —repetido por usuarios que afirman no encontrar reactivos en hospitales— agrava la percepción de descontrol: sin confirmación oportuna es difícil orientar tratamientos de soporte, diferenciar dengue de otras arbovirosis y trazar cercos epidemiológicos efectivos. Mientras tanto, los factores de riesgo se acumulan: lluvias, calor, cortes eléctricos prolongados, agua almacenada sin control y basura que permanece días en la vía pública, todo ello ideal para el Aedes aegypti y otros vectores.
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Otra vez Matanzas u otro #SOSCuba
La historia reciente pesa. No pocos lectores recordaron el #SOSCuba que estalló en 2021 con Matanzas como epicentro del desborde hospitalario en plena ola Delta por la COVID-19. Informes de la época ya daban cuenta de hospitales saturados, como ahora, en Colón y Cárdenas, donde hay camas en los pasillos de los hospitales; y una respuesta estatal tardía, mientras el país lidió con su peor fase de la pandemia y crecían los reclamos ciudadanos dentro y fuera de la isla.
Ese antecedente explica por qué hoy, ante la sucesión de fiebres, exantemas y dolores invalidantes, muchos piden transparencia, datos diarios y medidas concretas de saneamiento ambiental, no solo exhortos a “evitar las picaduras”.
El contexto regional también importa. La OPS/OMS y los CDC han venido alertando sobre la expansión de virus transmitidos por mosquitos y jejenes en el Caribe, incluido el Oropouche, reportado en Cuba desde 2024, y el riesgo de chikunguña en varios países; advierten que el control depende tanto del vector como de la capacidad de vigilancia y diagnóstico temprano.
La nota más dura del post de Lien no fue sanitaria, sino cívica. Apunta al “hábito” de resolver cada trámite cargando con una planta eléctrica, de comprar jeringuillas “en el particular”, de conseguir “una bolsita de suero” por la izquierda. Esa normalización de la escasez —sostiene— perpetúa el problema y deja a los más vulnerables (niños, ancianos, embarazadas) sin red. En paralelo, lectores señalan que parte del personal de Salud también está enfermo, lo que tensiona aún más los servicios.
¿Qué haría la diferencia ahora? Tres cosas, a juzgar por lo que piden los propios matanceros: (1) saneamiento y fumigación sostenidos con cronogramas públicos; (2) información transparente sobre la circulación viral, con datos por municipios (Cárdenas, Colón, Matanzas) y guías claras de cuándo acudir y qué pruebas exigir; y (3) abastecimiento de insumos básicos para urgencias y diagnóstico. Mientras no ocurra, posts como el de Lien seguirán llenando el vacío. Y también la presión ciudadana para que, al fin, “pasen cosas” donde más falta hacen: en la esquina de los mosquitos, la basura y la fiebre.





