La periodista matancera Yirmara Torres Hernández, expresidenta de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) en su provincia, ha vuelto a sacudir las redes sociales con una denuncia que, más allá de lo personal, encapsula la frustración de miles de cubanos: la comida que con tanto sacrificio se compra, termina en la basura. El motivo, una vez más, son los apagones prolongados, tan frecuentes que ya no escandalizan a nadie.
“Botar comida… La comida no es barata”, comienza su post en Facebook, acompañado por fotos de arroz, frijoles y picadillo echados a perder.
“Cuando tienes apagones eternos… que duran casi todo el día… Cuando apenas tienes 3 horas de corriente en 30 horas… Entonces se te echa a perder y tienes que botarla… Pero naaa… no importa…”
, dijo con evidente sarcasmo.
El lamento de la expresidenta de la UPEC en Matanzas no es solo suyo. Los más de cuarenta comentarios que ha generado la publicación son una muestra del hartazgo colectivo: jubilados que pierden su compra del día, madres que ven dañados los alimentos escolares de sus hijos, personas con refrigeradores averiados por los picos de voltaje, y cubanos de a pie que ya no saben si cocinar poco para evitar desperdiciar, o cocinar más y arriesgar el gas o el carbón.
“Boté mi salario del día y un poco más”, confiesa Yirmara, quien cría sola a su hijo, “un joven que come en cubo”, según ella misma ha dicho con ironía. El dilema es cotidiano: cómo administrar la escasez sin que la falta de electricidad arruine lo poco que se consigue.

Curiosamente, en esta ocasión Yirmara no incluyó su ya habitual advertencia a los medios de prensa – independientes, obvio – sobre la reproducción de sus palabras. En publicaciones anteriores, había dejado claro que no autorizaba a que sus textos fueran citados fuera de su muro personal. Esta vez, quizás por la gravedad del tema o la desesperación acumulada, omitió ese mensaje. Y como era de esperarse, la publicación ha empezado a circular más allá de su perfil, provocando una ola de empatía e indignación.
El tono de su denuncia es marcadamente sarcástico. “Ah, no digan que escribí esto, que últimamente decir la verdad también es malo y deshonesto…”, ironiza, previendo las posibles represalias. Otros usuarios se sumaron al reclamo: “Gobernar sin resolver lo mínimo indispensable para el pueblo es muy fácil, así gobierna cualquiera”, comentó uno. Otro fue más ácido: “Resistencia creativa, ¿en esta situación cuál sería? ¿hacer magia con una lata vacía?”.
La situación que describe no es aislada. En publicaciones anteriores, Yirmara ha denunciado los apagones crónicos, la falta de agua, la creciente inseguridad y la desprotección ciudadana. Hace meses compartió un testimonio desgarrador sobre cómo sobrevivir en Matanzas se parece más a un acto de guerra que a una vida en paz. Habló de cisternas secas, madrugadas insomnes esperando una gota del fregadero, y del deterioro emocional que acompaña a la ruina material.
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También denunció la expresidenta de la UPEC en Matanzas el asalto a su propia casa, mientras su hijo dormía solo. Lo calificó como una prueba de que la llamada tranquilidad ciudadana en Cuba ha desaparecido, y se sumó a otros tantos cubanos que reconocen que ni el Estado protege, ni la policía responde, ni los medios estatales informan con claridad. La periodista ha cruzado ya varias veces la línea del discurso oficialista, al señalar sin tapujos lo que muchos sienten pero temen decir.
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Y así como esta nota recoge su testimonio más reciente, es inevitable recordar todo lo anterior: las denuncias sobre el colapso hidráulico en Matanzas, la creciente ola delictiva que ha denunciado tras sufrir en carne propia el robo en su vivienda, la ironía ácida sobre el “aguante infinito” del cubano promedio, y el desencanto generalizado de quien alguna vez defendió los logros del sistema y hoy es golpeada duramente por una realidad apabullante.
Porque sí, botar comida en Cuba ya es normal, como dijo Yirmara. Y eso, en cualquier país mínimamente funcional, sería un escándalo. Pero en Cuba, solo suma a la lista de tragedias cotidianas que ya dejaron de sorprender a la inmensa mayoría de la población y que – duele decirlo – comienza a normalizarse por todos.





