La figura de Nicolás Maduro vive uno de los capítulos más extraños —y al mismo tiempo más reveladores— de su década en el poder. Mientras Estados Unidos incrementa su presencia militar en el Caribe, mientras once buques y más de quince mil soldados se mueven en aguas cercanas a Venezuela, mientras Marco Rubio anuncia que el llamado «Cartel de los Soles» será designado como organización terrorista, mientras Trump confirma que hay “opciones sobre la mesa” que ya no excluyen operaciones terrestres, Maduro insiste en un mensaje tan repetido que ya suena a conjuro: “No me voy a ir.”
No se irá, pero duerme poco. O al menos eso cuentan en Caracas y replican medios de medio mundo.
En las últimas horas, informes de prensa —desde el New York Post hasta Al Arabiya— describen a un mandatario en modo paranoia permanente, cambiando de cama, de cuarto, de sábanas y de teléfonos cada noche, convencido de que un ataque sorpresa podría caer en cualquier momento; con tal frecuencia que hasta sus escoltas pierden la cuenta. Algunos lo describen como “insomne”, otros como “obsesionado”, otros como “inquieto”. Ninguno como un presidente seguro de su futuro.
Algunos medios hablan de “burner phones”, otros de “rotating beds”, otros de “safehouses”; todos coinciden en un detalle humano casi tierno en su torpeza: Maduro está durmiendo mal, muy mal. No por una condición médica, claro está, sino porque siente que la noche es demasiado larga y la presidencia demasiado corta.
El chiste interno que corre en redes —que Maduro “cambia las sábanas porque amanece empapado”— no aparece en ningún reporte, pero es una metáfora fácil de entender en un país donde el humor siempre ha sido más rápido que la información. Venezuela, como suele pasar en momentos críticos, vuelve a procesar el miedo colectivo a través de la ironía.
Pero detrás de la broma hay una verdad seria: Maduro se está moviendo, escondiendo, desconfiando y postergando decisiones, mientras la presión internacional llega a un punto que varios analistas describen como “irreversible”.
Una llamada que no calmó a nadie
En medio de la tensión, ocurrió algo inesperado: Trump y Maduro hablaron por teléfono. Y no solo hablaron, sino que ambos calificaron la conversación como “cordial” y “respetuosa”.
El mundo político latinoamericano se quedó mirando esa escena con la cabeza torcida, como quien escucha a dos enemigos jurados discutir sobre recetas de cocina.
Medios como El País, Arab News, Newsweek, The New York Times y la propia televisión venezolana se hicieron eco de la conversación. De acuerdo con las filtraciones surgidas después, Trump utilizó un tono que Maduro describió como “educado”, pero le soltó varias advertencias: el tiempo se está acabando, los militares estadounidenses están listos y la única salida digna es que “abandone el país”.
Maduro, fiel a su tradición, salió en televisión con dos frases que hoy parecen más un acto reflejo que una postura política:
- “Fue una conversación cordial.”
- “Me quedaré en Venezuela.”
Lo primero contradice todas las versiones filtradas desde Washington. Lo segundo contradice todos los movimientos que hace por las noches.
Entre la cordialidad pública y el abismo
La cordialidad telefónica no calmó la tormenta. De hecho, la amplificó.
The New York Times publicó un análisis en el que explicaba por qué Venezuela es ahora un asunto central para Trump: narcotráfico, operaciones del “Cartel de los Soles”, presencia de células del Tren de Aragua en Estados Unidos y una guerra geopolítica cada vez más abierta con China y Rusia, que ven en Caracas un punto estratégico.
Marco Rubio, desde su trinchera, empujó aún más fuerte: quiere que la estructura militar de Maduro sea oficialmente clasificada como terrorista. De lograrse, abriría la puerta a operaciones militares directas sin necesidad de largos debates en el Congreso.
Por si fuera poco, Trump ordenó cerrar completamente el espacio aéreo sobre Venezuela, reforzó la operación naval en la región e incluso —según reportes de AOL y Fox News— discutió con altos mandos la posibilidad de lanzar panfletos sobre Caracas ofreciendo recompensas de hasta 50 millones de dólares por información que conduzca a la salida de Maduro.
Todo esto ocurre mientras Estados Unidos reanuda vuelos de deportación hacia Venezuela, mientras miles de migrantes son enviados de regreso y mientras las sanciones se expanden hacia figuras del entretenimiento, empresarios, militares y operadores financieros ligados al régimen.
A la vez, medios como Bloomberg revelaron que un multimillonario brasileño viajó a Caracas para intentar convencer personalmente a Maduro de renunciar. La noticia, tan surrealista como todo lo demás, pasó sin desmentidos.
A estas alturas, el asunto de las sábanas no es un chiste superficial. Resume con precisión el estado mental del mandatario: un hombre que públicamente se exhibe como invencible, pero que en privado actúa como alguien que teme por su vida.



















