El colapso del Sistema Eléctrico Nacional (SEN) en Cuba ha puesto de relieve una crisis energética sin precedentes, desatando protestas en varias ciudades del país.
A pesar de los intentos del gobierno por restablecer el servicio, la realidad para millones de cubanos sigue siendo sombría.
Según los informes de la Unión Eléctrica (UNE), un 30% de la población continúa sin electricidad, concentrándose en las provincias orientales, donde la situación es más crítica. Este apagón, que comenzó el pasado 18 de octubre, ha dejado al país sumido en la oscuridad, afectando tanto la vida cotidiana como la actividad económica.
«Entre las provincias con mayor cobertura, más del 95% de los clientes en Pinar del Río, Artemisa, La Habana, Mayabeque, Las Tunas y Holguín ya tienen electricidad. En el caso de Matanzas, Cienfuegos, Villa Clara, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Camagüey y Granma, la cobertura se encuentra entre el 40 y 60%,» señala el diario Cubanet.
Las protestas se han multiplicado en diversas ciudades, como La Habana, Villa Clara y Holguín.
En muchas de estas manifestaciones, los cubanos han utilizado los cacerolazos como una forma de protesta pacífica contra la falta de energía, agua y alimentos.
Según el grupo Justicia 11J, se han registrado al menos 28 protestas en todo el país desde el inicio de la crisis energética, destacando la creciente desesperación de la población. Aunque las protestas se mantienen mayoritariamente pacíficas, el gobierno ha respondido con advertencias y amenazas de represión.
El régimen de Cuba, encabezado por Miguel Díaz-Canel, ha intentado calmar la situación asegurando que la crisis será resuelta pronto. Sin embargo, las críticas hacia la gestión del mandatario no cesan. Los ciudadanos denuncian la falta de planificación y el deterioro de la infraestructura energética del país. Mientras tanto, sectores clave como la salud y la educación siguen viéndose afectados por los constantes apagones y la escasez de recursos.
Buena parte de esa «esperanza» que tiene y sostiene Díaz-Canel pudiera haberla depositado en la pensada y nunca probable admisión de Cuba al BRICS. El gobierno cubano había mostrado gran interés en unirse a este bloque, liderado por economías emergentes como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, con la esperanza de obtener apoyo en medio de la crisis económica y energética que enfrenta la Isla.
Sin embargo, la reciente cumbre del BRICS, celebrada en Kazán el 22 de octubre de 2024, sepultó cualquier posibilidad para Cuba y otros países interesados, como Venezuela y Turquía, de unirse al grupo en el futuro inmediato.
El Kremlin, a pesar de la cercana relación de Putin con el régimen cubano, dejó claro que la ampliación del grupo no estaba en la agenda debido a las diferencias internas entre sus miembros sobre este tema. La postura de figuras clave, como el asesor del presidente brasileño, Celso Amorim, fue tajante al señalar que no querían que el BRICS se convirtiera en un «nuevo G-77», defendiendo un enfoque más cauteloso en la admisión de nuevos miembros.
Esta negativa representa un duro golpe para el régimen de Díaz-Canel, que veía en el BRICS una oportunidad de acceder a recursos y apoyo internacional que le permitirían aliviar, al menos parcialmente, la crisis económica y energética que afecta a la población cubana. La exclusión de Cuba del bloque reafirma el aislamiento internacional del país, que se queda sin alternativas visibles para resolver sus graves problemas internos.
En este contexto, la participación del canciller Bruno Rodríguez en la cumbre, en lugar de Díaz-Canel, fue poco más que una formalidad.
Mientras tanto, las promesas del gobierno cubano sobre una pronta solución a la crisis se ven cada vez más vacías ante la falta de apoyo internacional y la incapacidad de implementar medidas efectivas que mejoren la vida cotidiana de los cubanos.
Seguirá la isla recibiendo migajas petroleras desde Venezuela y México. Migajas arroceras desde China y Vietnam. Y migajas rusas, como siempre, amén de las «curitas» que envían los grupos de solidaridad con la isla.
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