Los gestos diplomáticos entre La Habana, Moscú y Teherán se multiplican mientras Washington sigue mirando, a ratos distraído, a ratos inquieto. En los últimos meses, Cuba ha aprovechado los espacios que dejan las sanciones y la fragmentación geopolítica para acercarse a dos aliados tradicionales de Estados Unidos: los adversarios declarados. En paralelo, los propios informes sobre la economía norteamericana hablan de incertidumbre, inflación y caída de la confianza del consumidor, un telón de fondo que da más relieve a cualquier movimiento en el “patio trasero”.
Desde Irán, los mensajes son claros. Durante la visita de una delegación comercial a La Habana, el presidente de la Cámara de Comercio iraní, Samad Hassanzadeh, no habló de gestos simbólicos, sino de negocios concretos. Puso sobre la mesa capacidades en sectores sensibles: tecnologías agrícolas, industria alimentaria, salud, minería, turismo, refinerías, petróleo y gas. La promesa es crear empresas conjuntas y abrir nuevas inversiones en Cuba, aprovechando la “flexibilidad” del gobierno cubano para comerciar con un socio igualmente sancionado por Occidente. Para dos economías asfixiadas, cooperar es también un modo de esquivar el cerco financiero impuesto por Washington.
Al mismo tiempo, la cúpula política cubana refuerza su narrativa de hermandad con Rusia. La visita del dirigente comunista Roberto Morales Ojeda a la región de Leningrado no fue un simple intercambio protocolar. De su reunión con el gobernador Aleksander Drozdenko salieron compromisos para materializar proyectos en educación, salud, turismo y agricultura. El discurso que acompañó esos acuerdos apeló a la memoria histórica: homenaje a las víctimas del sitio de Leningrado, elogios a la resistencia soviética y una idea fuerza repetida por Morales Ojeda, la de “defender juntos la independencia” frente a presiones externas. No hace falta decir de quién.
¿Debe preocuparse Estados Unidos? En términos militares, Cuba está lejos de ser hoy la plataforma de amenaza que representó durante la Guerra Fría. Ni Rusia ni Irán tienen, por ahora, capacidad ni interés en reproducir una crisis de misiles. Pero el valor de estos acercamientos está en otra parte: en el mensaje político y en la construcción de redes económicas alternativas a la hegemonía del dólar y del sistema financiero occidental. Si Teherán logra colocar tecnología, medicamentos o productos energéticos en la isla, y Moscú consolida proyectos agroindustriales o turísticos, Cuba reduce su dependencia de remesas y del turismo estadounidense, y se ancla más en el eje euroasiático.
Para Washington, la inquietud pasa menos por un riesgo inmediato de seguridad y más por el símbolo: mientras su propia economía aparece en los titulares por la inflación al alza y la caída de la confianza del consumidor, sus rivales aprovechan para presentarse como socios fiables para pequeños países en crisis. Cuba, con muy poco que perder, se ofrece como vitrina de esa narrativa. La verdadera pregunta quizá no sea si los nuevos abrazos entre La Habana, Moscú y Teherán deberían preocupar a Estados Unidos, sino si la Casa Blanca tiene una estrategia distinta a repetir sanciones y esperar que el tiempo haga el trabajo que la política no ha logrado.



















