Un par de amigos me escribían Whatsapp mediante: “Si no encontramos el pavo, lo hacemos con pollo. Trata de buscar las zanahorias y las papas para el relleno. No dejes de venir, la pasaremos bien”.
La normalización de las celebraciones estadounidenses en la vida cubana ya no es un hecho aislado. Primero la noche de Halloween, recuerdo este año un grupo de niños disfrazados desde las 3:00 PM, goteando sudores en el octubre cubano; y ahora Thanksgiving Day y la cena improvisada por mis amigos y por varios grupos de personas que siguen las fechas festivas americanas como si hubieran nacido allí.
El famoso Día de Acción de Gracias se celebra el cuarto mes de noviembre y es una tradición íntima de cena familiar o con amigos muy cercanos, en la cual se agradece, siguiendo la religión católica, por las bendiciones recibidas durante el año que cierra y se degustan una lista de platos y elaboraciones típicas para la ocasión.
La tradición desde esta orilla, sin embargo, no sigue estrictamente los estándares acostumbrados desde el otro lado. Aquí si no hay pavo, se come pollo, si no hay relleno de zanahoria, ni puré de papas, salsa de arándano, brócoli o cualquier verdura, pues se cuece solo la carne y ya está.
En Cuba celebrar una cena de acción de gracias como se requiere, respetando algunos de los platos para la ocasión, los postres o las bebidas típicas podría costar unos 500 dólares, lo cual equivale a unos 12 mil pesos cubanos, si es que se pueden encontrar todos los ingredientes. La falta de comida en el país ha vuelto cotizado, por ejemplo, un alimento tan aparentemente trivial como los frijoles, por no hablar de las frutas y vegetales que ya prácticamente se han extinguido.
Pero lo más importante en todo esto del “Zenguivin” a la cubana, no es precisamente lo que se coma. Lo más significativo aquí es confirmar cómo se importan las festividades que en otro momento a penas se conocían por los medios o por la referencia de algún familiar en el exilio.
La asunción de tradiciones extranjeras pudiera reflejar la crisis de festejos propios dentro de la cultura cubana, a pesar de que a nadie se lo ocurre aquí pasar por alto un 31 de diciembre.
Sin embargo, un fecha “oficialmente” festiva como pudiera ser el 26 de julio, establecido por el gobierno como día de la rebeldía nacional, es cuando menos irrelevante al interior de las familias cubanas. Si no fuera por el feriado nacional y por las pequeñas o medianas ferias agropecuarias que se montan en todas las provincias, nadie en Cuba, o ya muy pocos, se acordarían de festejar el día que en 1953 el fallecido Fidel Castro asaltó un cuartel militar del dictador Fulgencio Batista.
¿Acaso la gente en Cuba prefiere celebrar fechas ajenas y no las suyas propias? Si lo pregunta la televisión nacional la respuesta es un no rotundo. La pregunta ni siquiera podría formularse, quizás. Pero si se lo cuestiona por ejemplo, el naciente sector no estatal en el país y la debutante clase social asociada a este grupo, amén de que esta última se niegue a reconocerla el estado, la respuesta, claramente, sería un Sí.
En Cuba subsiste una clase social pequeño burguesa que sí defiende costumbres americanas, las modifica a su estilo y las celebra en una suerte de nuevo estilo de vida en la Cuba cada vez más convencida de que la inversión extranjera y los negocios privados son la única salida de una economía estancada y de un pueblo cada vez menos comprometido con el proyecto social y político de antaño.
Nuestro “Zenguivin” no trae a continuación un Black Friday, contrario a lo que pasa en Estados Unidos, aquí los vendedores se apuran en aumentar tarifas a medida que se acerca diciembre; no obstante la variación que hacemos algunos del día de Acción de Gracias nos confirma estar dentro de una sociedad cada vez más mestiza, cada vez más autónoma de la rigidez, cada vez más independiente y lúcida.
