La tarde cubana se cerraba ayer con la narrativa oficial de siempre: “ni muertos ni desaparecidos, hasta ahora”.
Miguel Díaz-Canel lo escribió en X tras recorrer Holguín, y los medios estatales lo amplificaron como prueba de eficacia y control frente a Melissa. El mensaje parecía blindar un parte sin víctimas en medio de panorámicas de ríos desbordados, techos arrancados y pueblos incomunicados en el oriente del país.
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Pero desde Miami llegó el dato que agujereó ese relato. El periodista Javier Díaz, de Univision 23, confirmó con familiares la muerte de Roberto Pedrera en Yarayabo, Palma Soriano. No fue “un infarto”, como se rumoró primero, sino un ahogamiento mientras intentaba escapar de las aguas. La hija del fallecido ratificó la noticia en redes sociales. Con un nombre, un sitio y una causa, el eufemismo estatal se quedó sin aire.
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¿Se habrá equivocado Díaz-Canel? ¿Se habrá referido solo a Holguín, provincia donde se encontraba? ¿Le habrían ocultado el muerto? ¿Lo habrían «tapado» bajo el manto de un infarto cuando la realidad era otra? ¿En tan solo 24 horas, con decenas de reportes de comunidades y gente aislada, por qué un mandatario se atreve a soltar así, a rafagazo, una información sin contrastar? La respuesta es una: propaganda política.
Mientras el gobierno insistía en que “el triunfo es la vida” y celebraba la ausencia de pérdidas humanas, reporteros y vecinos en la zona afectada relataban lo contrario: derrumbes, barrios aislados, personas desaparecidas para sus familias durante horas interminables de inundaciones. Entonces, ¿cómo atreverse a decir tal cosa?
La prensa internacional añadía contexto sobre la devastación regional y recordaba que, con localidades incomunicadas, el recuento de daños siempre es provisional. Justo por eso, las afirmaciones categóricas del poder suenan prematuras; la realidad suele desmentirlas a pie de río.
El episodio encaja en un patrón conocido: ante desastres, la información fluye por dos carriles. En el oficial, la consigna manda; en el paralelo, la evidencia se abre paso con videos, actas de defunción, testimonios, nombres. Solo que esta vez, el choque se produjo en menos de veinticuatro horas. El 30 de octubre, el parte triunfalista; el 31, la identidad de un muerto confirmada por su familia y difundida por un periodista que no espera permisos. La consecuencia política es transparente: cuando la autoridad minimiza y un reportero verifica, la credibilidad migra hacia quien se toma el trabajo de preguntar, contrastar y publicar.
La lectura de Melissa tras el desastre con Oscar
Lo que ocurrió con Melissa no puede leerse aislado: explica más la prisa por cantar victoria que un parte serio de daños. Ya sabemos que nuestra «Defensa Civil» osa a menudo compararse – y ufanarse – de que en la pequeña isla del Caribe no sucede lo que sucede en otros países más desarrollados cuando llegan los huracanes. ¿Cómo olvidar aquellos golpes de pecho que se dieron no pocos «tanques pensantes» del oficialismo cuando Katrina dejó miles de muertos en Estados Unidos?
Un año antes de que llegara Melissa, con Óscar, el Estado llegó tarde a demasiados sitios o no llegó nunca, y dejó demasiadas grietas a la vista. Hubo ríos que se desbordaron en Oriente y crecidas súbitas que arrasaron barrios; mientras tanto, poblaciones enteras esperaban instrucciones que no llegaron NUNCA a tiempo.
Los partes oficiales, por el mal trabajo previo de la Defensa Civil – entiéndase régimen cubano – terminaron reconociendo no pocos muertos en Guantánamo y Santiago, de manera oficial; y todavía, de manera no oficial, en comunidades tan aisladas donde no llegó nadie ni los contabilizó nadie, se hablaba de desaparecidos que el parte oficialista no mencionaba.
Peor aún, entre los testimonios de los damnificados por Oscar hubo varios que, sin andaribeles lo expresaron: AQUI NO VINO NADIE A AVISARNOS. Tal vez por eso ahora, hasta hicieron convocatorias a la población que tuviese motorina y altoparlantes para que salieran por ahí, a avisar.
Muchas historias – cuando Oscar – circularon primero por los teléfonos y se hicieron virales gracias a las redes sociales, pues los equipos de prensa no podían acercarse a los lugares, debido a las inundaciones o puentes de acceso destruidos. Así conocimos la historia del vecino que cargó niños a cuestas, la familia que gritaba desde una escuela especial pidiendo auxilio, el reclamo de un hombre que encaró a Díaz-Canel porque “nos dejaron solitos, 29 niños”, sin rescatistas ni apoyo.
Con Melissa, el relato oficial volvió a correr más rápido que la verificación en terreno. Si con Óscar las cifras mortales terminaron admitiéndose casi de mala gana días después, tras jornadas de videos y testimonios que lo adelantaban, resulta imprudente repetir el libreto de la “vida triunfa” cuando todavía hay caminos cortados, ríos altos y comunicaciones intermitentes.
Con Óscar ese goteo se volvió torrente: primero seis muertos, luego más confirmaciones, mientras seguían apareciendo escenas de rescate precario y quejas por evacuaciones mal gestionadas. De esa lección se esperaba lo contrario, y es lo que tal parece ha sucedido ahora, en que Melissa ha sido trending topic desde que estaba al sur de Jamaica. Y ojo, Melissa demoró en formarse y llegar a Cuba y hubo tiempo para prepararse; pero la trayectoria de Oscar era predecible desde una semana antes, cosa que, por ejemplo, con Melissa no sucedía.
En emergencias, la credibilidad es un insumo tan vital como el combustible o el agua potable. Si el Estado vuelve a priorizar la imagen por encima del dato, delegará la verdad en quienes sí están a pie de río. Y cuando eso pasa, la autoridad no solo pierde el relato: pierde la coordinación que salva vidas.



















