El gobierno cubano volvió a negar cualquier implicación en el envío de ciudadanos de la isla a combatir junto a las fuerzas rusas en Ucrania, tras la publicación de nuevas investigaciones que revelan una trama de reclutamiento mucho más amplia y organizada de lo que La Habana ha reconocido hasta ahora.
Mientras la Cancillería cubana insiste en que “ningún nacional actúa con el consentimiento o apoyo del Estado”, periodistas del medio ruso Systema, unidad de investigación de Radio Free Europe/Radio Liberty, documentaron una red activa de captación de cubanos y latinoamericanos para el frente de guerra. El epicentro de esa red sería la ciudad de Ryazán, a unos 200 kilómetros de Moscú, donde operaba Yelena Smirnova, una agente de viajes de 41 años convertida —según las fuentes rusas— en una especie de “reclutadora estrella”.
El reportaje detalla que Smirnova y sus colaboradoras —entre ellas Olga Shilyayeva, una peluquera cuyo esposo pertenece a una brigada de mantenimiento militar, y Dayana Díaz, una cubana residente en Rusia— utilizaban redes sociales para atraer interesados con anuncios en español. Prometían trabajos en la construcción, alojamiento, ciudadanía rusa y sueldos de unos 200.000 rublos mensuales, equivalentes a 2.000 dólares. Las publicaciones aparecían en grupos de Facebook y VK titulados Cubanos en Moscú, donde muchos jóvenes buscaban oportunidades para emigrar.

El mecanismo, según Systema, comenzaba con una supuesta “oferta laboral”. Smirnova financiaba los pasajes desde La Habana, gestionaba visados turísticos y recibía a los reclutas en Moscú. Una vez allí, los hacía firmar contratos en ruso, documentos que muchos no entendían, y les retiraba de sus cuentas el “anticipo” del viaje. Después eran enviados a Ryazán, alojados en un antiguo internado escolar y, sin previo aviso, trasladados al frente en Ucrania.

Dos de los reclutas, los jóvenes cubanos Alex Vega y Andorf Velásquez, contaron su experiencia en un video publicado en agosto de 2023: dijeron que viajaron a Rusia “para ganar dinero”, pero acabaron heridos en combate en la región de Kaliningrado. Otro caso es el de Frank Manfuga, capturado por las fuerzas ucranianas en 2024, quien aseguró haber sido engañado con una oferta de trabajo civil.
Los documentos obtenidos por Systema incluyen una carta del abogado de Smirnova, fechada en octubre de 2024, en la que admite que su clienta participó en la contratación de más de 3.000 extranjeros. En esa misma misiva, el abogado pedía clemencia a las autoridades rusas, ofreciendo que Smirnova sirviera como traductora militar a cambio de su liberación. Fuentes ucranianas aseguran que tanto ella como Shilyayeva fueron vistas luego integradas en una unidad militar rusa compuesta por exconvictos.
La investigación también muestra cómo estos esquemas, formalmente presentados como agencias de turismo, funcionaban con la tolerancia —y en ocasiones con la supervisión— de organismos vinculados al Ministerio de Defensa ruso. El legislador ucraniano Maryan Zablotskiy, quien ha seguido de cerca el caso, afirmó que las operaciones de Smirnova contaban con el conocimiento de los servicios de inteligencia FSB y GRU. “Los operadores turísticos han servido históricamente de cobertura logística”, explicó al medio.
Desde Cuba, sin embargo, el Ministerio de Relaciones Exteriores reiteró que los nacionales involucrados en el conflicto actuaron “de manera individual” y que las autoridades han procesado a cuarenta personas por el delito de mercenarismo. De ellas, veintiséis han sido condenadas a penas de entre cinco y catorce años de prisión. “Cuba no forma parte del conflicto en Ucrania ni participa con personal militar en ningún país”, insistió el comunicado del 11 de octubre.
Pese a esa declaración, Systema y otros medios como CBS News y Reuters coinciden en que la escala del fenómeno desborda los márgenes de lo que podría considerarse un caso aislado. Los testimonios de prisioneros, familiares y antiguos reclutas dibujan un patrón de engaño sistemático en el que confluyen la desesperación económica, el control estatal sobre la movilidad y la opacidad del aparato ruso.
Entre las promesas incumplidas y los contratos en una lengua que no entendían, decenas de cubanos han terminado atrapados en una guerra ajena, empujados por la necesidad y reclutados por una maquinaria que los ve como mano de obra desechable.
En ese tablero de versiones cruzadas, La Habana intenta deslindarse mientras los reporteros rusos siguen rastreando las huellas de un negocio que mezcla turismo, pobreza y sangre.



















