Cuba: logran conseguir antibiótico para padre enfermo tras ola de solidaridad en redes

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En Cuba, la enfermedad suele tener dos frentes: el clínico y el logístico. El primero se libra en hospitales con médicos que hacen malabares; el segundo, en redes sociales, chats privados y cadenas de favores que intentan conseguir lo que falta.

Hace una semana, la historia de Rud González irrumpió con fuerza en ese segundo frente.

“Hija, tu papi se está muriendo… por favor no me dejes morir”, le dijo el padre, ingresado por una infección de E. coli en los riñones y sin acceso al antibiótico específico que los urocultivos habían señalado como sensible: cloranfenicol en presentación inyectable.

La familia denunció que el fármaco “no existe” en la red pública; la respuesta fue inmediata y masiva: decenas de comentarios, llamadas, mensajes y manos tendidas de cubanos dentro y fuera del país.

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Entre quienes articularon esa respuesta estuvo Yamilka Laffita Cancio, más conocida en las redes como Lara Crofs, activista que desde hace años canaliza donaciones, gestiona urgencias y arma cadenas de apoyo para enfermos que chocan con el desabastecimiento.

En esta ocasión, lo hizo pese a un escenario que retrata bien el día a día de millones: estaba en medio de un apagón prolongado y sin agua potable desde hacía semanas.

“Traté de canalizar toda mi frustración en hacer lo mejor que pude”, resumió. Lo que siguió fue una operación de relojería: consultas con médicos, incluido el especialista que trata al paciente en el Hospital Naval; verificaciones sobre posibles sustituciones terapéuticas; y la búsqueda contrarreloj de un antibiótico alternativo, controlado y de uso hospitalario, capaz de ofrecer la misma respuesta clínica.

La solidaridad –esa mezcla de urgencia y disciplina– fue poniendo piezas. Hirochi Robaina manejó desde Pinar del Río para llevar parte del medicamento hasta La Habana; Vivian Gutiérrez no detuvo gestiones hasta hallar una vía viable y rápida; otros ofrecieron recursos, contactos y logística.

No fue sencillo: se intentó en tres países, se tropezó con regulaciones propias de los fármacos controlados y se sorteó la precariedad doméstica de cada cual. Pero el itinerario desembocó en lo importante: ayer, Rud y su esposo recogieron el antibiótico en cantidad suficiente para completar el esquema pautado, y hoy el padre volverá a ingresar para iniciar el tratamiento supervisado.

Y así lo narró Lara en su perfil de Facebook.

En paralelo, la conversación pública en los comentarios dejó ver dos pulsos. Por un lado, la gratitud. “Bendiciones”, “gracias”, “pronta recuperación”, se repitió una y otra vez. También la advertencia práctica de quienes conocen el terreno: “Tienen que estar al tanto de que en el hospital le pongan el medicamento”, aconsejó una usuaria, atenta a que la escasez a veces distorsiona los procedimientos. Por otro lado, el reproche a un sistema que obliga a organizar una proeza colectiva para resolver lo que debería ser rutinario. “Es increíble todo el esfuerzo que hay que hacer para conseguir algo que la supuesta potencia médica debería garantizar”, escribió alguien en un comentario que sintetiza el ánimo de muchos.

El caso de Rud se suma a una realidad que en los últimos años ha dejado de ser excepción: la intermitencia de antibióticos y de otros fármacos esenciales, la dependencia de importaciones irregulares, las deudas con proveedores, la carencia de insumos y los baches logísticos que convierten cualquier tratamiento en una carrera de obstáculos.

Lo extraordinario ya no es la falta; lo extraordinario es el modo en que la sociedad civil intenta compensarla. Cuando aparece una urgencia, el país disperso se ordena: una activista que organiza; un chofer que conduce kilómetros con una bolsa térmica; una amiga que consigue una parte en una farmacia extranjera; un médico que, con rigor, confirma si el sustituto es seguro y eficaz; y una madre o hija que no suelta el teléfono hasta que la cadena esté completa.

Todo esto ocurre bajo un cerco sostenido: acoso y vigilancia diarios, con agentes de la Seguridad del Estado apostados frente a su casa para impedirle salir. A ese asedio se suma una enfermedad crónica que, con frecuencia, la deja en cama. El panorama no podría ser más adverso.

Lara Crofs lo dijo con sencillez: “Cada acción cuenta”. También dejó constancia con nombres y apellidos de quienes hicieron posible que este padre tenga, al fin, una oportunidad. Rud, por su parte, prometió mantener informados a quienes acompañaron la búsqueda y elevó un deseo simple: “Solo espero que sea el fin de esta bacteria para que mi papá pueda recuperar su vida”. La frase resume el punto exacto en el que hoy está la historia: una mezcla de alivio y expectativa, de gratitud por lo conseguido y de prudencia hasta ver la eficacia del tratamiento.

La noticia, en todo caso, permite fijar una imagen distinta a la del comienzo: ya no es el ruego desesperado de una hija frente a una cama; es un país de vínculos que, cuando toca, se activa para que un antibiótico llegue a tiempo. Si la medicina es ciencia y organización, esta vez la organización vino de abajo, con Yamilka Laffita Cancio –Lara Crofs– al timón y una multitud detrás. Ahora le toca al hospital, a los protocolos y a la suerte terminar el trabajo. Que alcance. Que baste. Que funcione.

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