Carlos Lazo cambia leche en polvo por lentejas, pero así y todo lo detienen y hacen pasar mal rato en el aeropuerto

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Durante años, el profesor cubanoamericano Carlos Lazo fue presentado por la prensa oficial como un aliado incómodo pero útil: organizador del movimiento Puentes de Amor, promotor del levantamiento de sanciones contra Cuba y visitante frecuente del Palacio de la Revolución, donde llegó a ser recibido por Miguel Díaz-Canel y a escuchar elogios públicos a su activismo y a las donaciones que coordinaba desde Estados Unidos.

Esa relación, sin embargo, se ha tensado en los últimos tiempos y aún no se ha explicado bien por qué. En los últimos meses Lazo ha relatado obstáculos para entregar donaciones directamente a hospitales y proyectos sociales, así como un silencio casi total de los medios oficiales en torno a Puentes de Amor, a pesar de sus campañas de envío de leche en polvo a distintas provincias del país.

El «encontronazo» con el ministerio de Salud Pública (MINSAP), al denunciar que se le impedía entregar directamente donaciones a hospitales y orfanatos, alegando trabas burocráticas y “regulaciones misteriosas”, tenía nombres y apellidos: José Ángel Portal Miranda, el Ministro de Salud Pública de Cuba, amigo estrecho de Miguel Díaz-Canel, el mandatario cubano.

Foto: Estudios Revolución.

Portal Miranda, que no se manda, habría recibido alguna que otra instrucción o no habría dado las que Lazo precisaba y a partir de ahí todo se fue de control. El Ministro, que a pesar de la crisis epidemiológica y la ruina del sistema sanitario del país y las muertes ya confirmadas, AUN PERMANECE EN SU CARGO, movió algún que otro hilo para que Lazo, símbolo del “exilio patriótico” y defensor del levantamiento del embargo, renunciara a su activismo humanista que, no pocos desde dentro del núcleo duro del PCC critican, por considerarlo un «balsero gusano», «militar y asesino de Fallujah», y al que presuntamente le han encontrado algún que otro interés malsano tras su aparente altruismo. Y si no se lo han encontrado, se lo han fabricado.

Así y todo, el líder de ‘Puentes de Amor’, fiel frente al “bloqueo estadounidense”, ha entendido que la gran víctima de toda esta tragicomedia oficialista es el mísero pueblo cubano y ha decidido continuar con la reactivación de sus envíos humanitarios.

En un nuevo texto publicado el 4 de diciembre en su perfil de Facebook, el activista describe el más reciente capítulo de ese desencuentro. Cuenta que, tras coordinar desde Seattle una operación para reunir 50 000 libras de lentejas en grano, sumadas a unas 10 000 libras de leche en polvo ya distribuidas en hospitales infantiles, iglesias y asilos de las zonas golpeadas por el huracán Melissa, volver a salir de Cuba se convirtió otra vez en un trámite hostil.

Según su relato, al llegar al punto de emigración fue apartado y su única maleta pasó a revisión completa. La funcionaria que la registró, “de la edad de mi hija”, encontró dos banderas –la cubana y la estadounidense–, un ejemplar del “Diario de campaña” de José Martí y un cartel con el mensaje “Bloqueo no, solidaridad sí. Puentes de Amor”. Tras revisar una por una las páginas del libro y desenrollar el cartel, la joven terminó encogiéndose de hombros y se excusó: “Yo tengo que cumplir con mi deber”.

Lazo asegura que ese momento disipó sus dudas sobre si valía la pena continuar. Afirma que, pese a los interrogatorios y al silencio oficial, seguirá organizando envíos de ayuda a Cuba, convencido de que su deber es no darle la espalda a quienes, dentro de la isla, esperan esa solidaridad.


El régimen cubano funciona hoy —y con cada nuevo caso— como una auténtica fábrica de disidentes. Personas que deciden ayudar a su pueblo, contribuir con alimentos, medicinas o insumos, se convierten casi automáticamente en sospechosos. En lugar de facilitar donaciones, de articular canales de cooperación o de reconocer la solidaridad como un bien social, las autoridades priorizan el control, el escrutinio y la persecución. Quienes con buenas intenciones emprenden proyectos como envíos de ayuda humanitaria terminan sometidos a interrogatorios, demoras, retenes injustificados o trabas burocráticas que desincentivan la ayuda.

Un ejemplo claro lo ofrece un reciente informe nuestro: un contenedor con medicamentos e insumos médicos permaneció retenido durante ocho meses en el puerto de La Habana, aun cuando su contenido respondía a necesidades urgentes del sistema de salud.

En esa cuarentena forzada —que nada tenía que ver con controles aduanales reales o fallas en la documentación— se hizo evidente que la prioridad no era aliviar carencias, sino mantener el monopolio de la distribución y decidir quién tiene derecho a ayudar. Esa práctica sistemática demuestra que la aparente voluntad de recibir solidaridad termina siempre subordinada a una lógica de desconfianza y control: en ese contexto, los mismos voluntarios que muestran su compromiso con Cuba terminan convertidos en piezas incómodas dentro de una maquinaria estatal que prefiere disidentes antes que benefactores.

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