Caídas, suicidios y muertes extrañas de aliados de Putin: una larga lista de la que nada se dice en Cuba

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Desde que comenzó la invasión de Ucrania en febrero de 2022, una inquietante sucesión de muertes dudosas ha envuelto a altos funcionarios, oligarcas, empresarios energéticos y críticos del presidente ruso Vladimir Putin. Aunque las circunstancias varían, los patrones se repiten: caídas desde edificios, suicidios sospechosos, enfermedades fulminantes en personas jóvenes y en aparentes buenas condiciones de salud. Solo este dato debería ser suficiente para que los medios del mundo hablen… excepto en Cuba, donde reina el silencio.

Una de las más recientes víctimas fue Andrei Badalov, vicepresidente del consorcio estatal Transneft, empresa que administra más de 50.000 kilómetros de oleoductos en Rusia. Según medios rusos y algunos canales de Telegram, Badalov cayó desde una ventana de su apartamento en Moscú. Las autoridades, señala The Times, hablaron de una nota de despedida a su esposa, pero el contexto —la creciente lista de muertes similares— siembra la duda.

Otros casos recientes incluyen al exministro Roman Starovoit, hallado muerto por un disparo tras ser destituido, así como figuras como Alexander Tyulakov, Leonid Shulman o la funcionaria Marina Yankina, todos vinculados al sector energético o a la administración pública rusa, y fallecidos en escenarios de aparente “suicidio” o circunstancias extrañas.

En total, medios internacionales como The Guardian, The Times o The Sun han documentado más de 35 muertes sospechosas desde el inicio del conflicto en Ucrania. Algunas investigaciones independientes van más allá y elevan la cifra, incluyendo a figuras del mundo empresarial, político, militar y de la prensa.

La lista también incluye a opositores notorios como Alexei Navalny, muerto este 2024 en una prisión del Ártico en circunstancias más que turbias, y a Yevgueni Prigozhin, líder del grupo Wagner, cuya vida terminó en una explosión aérea días después de haber desafiado abiertamente al Kremlin.

Pero de esto nada se dice en Cuba.

Los medios estatales cubanos guardan un silencio absoluto sobre este patrón, como si fuera irrelevante que uno de sus más cercanos aliados internacionales esté envuelto en una seguidilla de muertes que haría temblar a cualquier país democrático. El compromiso ideológico del régimen cubano con Moscú no solo es histórico, sino actual, estratégico y vital.

En plena crisis económica, energética y política, el gobierno cubano continúa alineado con Putin, respaldando su narrativa sobre la “operación militar especial” en Ucrania y reproduciendo acríticamente cualquier discurso oficial que provenga del Kremlin. Esta lealtad no es gratuita: Rusia es hoy una de las pocas fuentes de financiamiento, petróleo y apoyo internacional que le quedan a La Habana. A cambio, los medios cubanos han asumido la tarea de ocultar cualquier noticia que pudiera perjudicar la imagen de Moscú o debilitar ese vínculo.

Por eso no es de extrañar que en Granma, Juventud Rebelde o la televisión nacional no se hable jamás del misterioso goteo de muertes en Rusia; ni siquiera de una sola de ellas.

El principal órgano de prensa e información del Partido Comunista de Cuba, PCC, a cada rato regala perlas de eufemismo como esta, Cuba y Rusia miran con firmeza y determinación hacia el futuro; o titulares más apegados al protocolo, como Vicepresidenta del Parlamento cubano rindió tributo a Fidel en Moscú. Pero en ninguno de sus textos hay una sola línea que mencione las muertes dudosas de empresarios rusos, los presuntos suicidios desde ventanas, o la purga de opositores incómodos.

Como ejemplo de esta afinidad ideológica, basta con revisar el contenido de otra nota publicada por Granma el 25 de junio de 2025, titulada Cuba y Rusia hermanan relaciones periodísticas, donde se describe una reunión entre la Unión de Periodistas de Cuba y Leonid Savin, politólogo ruso y director de la Fundación Fidel Castro Ruz. En dicho encuentro, se habló abiertamente de estrechar los vínculos ideológicos, de crear redes sociales propias para evitar “la tergiversación de la verdad” y de establecer espacios de intercambio académico en torno a temas como la “guerra cognitiva” y la “zona gris”. Todo esto, mientras se silencia cualquier señal de alarma respecto a lo que ocurre dentro de Rusia; o en Rusia, dentro de Cuba.

Tampoco se hacen eco de los cuestionamientos internacionales por la represión, las purgas internas o el creciente autoritarismo en ese país. Ni una línea sobre Badalov, sobre Navalny, sobre Prigozhin o sobre los 50.000 kilómetros de silencio que recorren los oleoductos de Transneft.

Para el régimen cubano, la prioridad no es la transparencia ni el derecho a la información del pueblo, sino la fidelidad ideológica a su benefactor euroasiático. Y si eso implica callar sobre muertes dudosas, purgas políticas y misteriosos “suicidios” en rascacielos moscovitas, que así sea.

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