La Navidad en Cuba llegó con dos escenas que, puestas una al lado de la otra, parecen diseñadas para explicar el país sin necesidad de discursos. Por un lado, una donación de 24.600 toneladas de arroz enviada por Corea del Sur, gestionada para su distribución por el Programa Mundial de Alimentos, con el objetivo explícito de sostener a poblaciones vulnerables y duplicar durante varios meses las raciones que se entregan en provincias orientales. Por el otro, el parte eléctrico de la Unión Eléctrica que hablaba de un déficit por encima de los 1.900 MW en el horario pico, con una disponibilidad incapaz de cubrir siquiera la mitad de la demanda prevista. Entre el arroz y la oscuridad, entre el anuncio humanitario y el apagón técnico, se coló lo más difícil de medir: el apagón del ánimo.
El dato del arroz es, en sí mismo, un termómetro. Que se hable de “duplicar raciones” en el oriente —y por un período acotado— no suena a política alimentaria, sino a contención de una situación en específico. Digamos… resolver un buchito. El diario. ¿Mañana? No sé, pero hoy tengo arroz.
En una Navidad marcada por escasez y por una rutina de colas, precios inalcanzables y remesas como respiración asistida, la noticia del arroz funciona como esas ayudas que llegan para evitar el desplome total, o al menos para saber que el 31 podremos poner arroz en la mesa, no para devolverle ritmo a la vida.
Mientras tanto, la electricidad volvió a narrar el país con cifras. Para el 25 de diciembre, los reportes citados por la prensa independiente a partir de la información oficial proyectaban un déficit de 1.935 MW y un “impacto” que podía subir aún más, con una demanda máxima estimada cercana a los 3.300 MW.
La explicación repetía el inventario de siempre: fallas simultáneas en centrales, unidades fuera por mantenimiento, limitaciones de combustible. El 24, en Nochebuena, la situación fue aún peor y se habló de una afectación máxima de 2.015 MW, con el Sistema Eléctrico Nacional golpeado por averías y por la no incorporación de unidades previstas.
En medio de ese escenario, Lis Cuesta publicó un mensaje navideño que desató controversia en redes: una frase sobre la “solidaridad” que, según su criterio, no se ve en estas fechas, acompañada por la circulación de un texto de Abel Prieto contra símbolos navideños importados. La reacción no fue solo rechazo a un post; fue una respuesta al desajuste entre la retórica y la calle.
Porque fechas como estas deberían ser SOLIDARIDAD, desde todos y para todos, pero no sucede así. Encuentros y desencuentros con Santa Claus https://t.co/cneQKsTULl
— Lis Cuesta (@liscuestacuba) December 25, 2025
La discusión sobre el decorado moral de la Navidad —lo que debería celebrarse, lo que debería rechazarse— cayó en un momento en que una parte importante del país está concentrada en lo elemental: cocinar, alumbrarse, resolver la comida, sortear la falta de transporte, sostener a los viejos, estirar salarios que ya no alcanzan. El ruido alrededor del mensaje terminó exponiendo la distancia entre «los de arriba» y «los de abajo», donde se pelea «cuerpo a cuerpo, día a día».
En un video difundido en Instagram, un grupo de cubanos enviaron mensajes a familiares en el exterior con una mezcla de cariño y resignación por Navidad con los deseos de que “un día” vuelva a ser posible el sueño de estar juntos o celebrar una Navidad como se merecen. En esa frase, tan común, se condensa una fatiga colectiva que impacta a cientos de familias.
Declaraciones recogidas por medios como Martí Noticias destacan que a menudo, en la calle, cientos de cubanos expresan frustración y piden “libertad y cambio total” para 2026, no como consigna abstracta sino como respuesta a una crisis que describen como estructural, con énfasis en el deterioro de la vida cotidiana y en el costo humano de la precariedad. Esa demanda, repetida una y otra vez, convive con otra realidad: la gente está cansada. No solo cansada de la oscuridad en la casa, sino de una oscuridad más persistente, la de no ver salida.
La donación de arroz puede aliviar, y cualquier alivio cuenta. Un mensaje de Navidad desde el poder podría haber intentado tocar la realidad concreta de quienes pasan la fecha sin luz, sin comida suficiente o sin familia. Pero el clima que queda, después de leer todo junto, es otro: un país que recibe arroz, discute símbolos, acumula cortes y manda recados a distancia, mientras la vida se va poniendo en pausa. No es solo un país con apagones. Es un país apagado.



















