La Habana se cuenta muchas veces con el mismo tono: postal, música de fondo, carros antiguos y gente “cálida”. Pero basta con mirar dos videos recientes, grabados desde lugares muy distintos, para notar que la ciudad también se narra en clave de vulnerabilidad. En uno, una turista argentina recién llegada describe cómo la engañaron a pocas cuadras de su hotel. En el otro, una actriz cubana cuenta cómo presenció un rechazo por el color de la piel en la puerta de un negocio nocturno. Son relatos que no compiten; se rozan. Y ese roce dice más de la capital que cualquier promoción turística.
La primera escena la pone en circulación Rocío Juanes, creadora argentina en TikTok, que viajó sola a Cuba y decidió contar con humor una experiencia que, en frío, tiene la estructura clásica de la estafa al visitante desorientado: alguien se presenta como “del hotel”, genera confianza, desvía el recorrido hacia una opción “única” y aprovecha la falta de conexión o referencias para pedir dinero bajo una historia emocional.
Juanes insiste, en una serie de videos colgados en su cuenta de TikTok, en que no fue un malentendido ni una ayuda voluntaria, sino una maniobra sostenida con mentiras, en un contexto donde ella se sintió sin salida y sin cómo orientarse. Y, sin embargo, su conclusión no es la del viajero escarmentado que promete no volver: dice que La Habana le gustó, que hizo amigos y que, a pesar del arranque amargo, sigue viendo el país como un lugar hermoso.
@rocio.juanes Me engañaron en La Habana parte I #viajar #viajarporelmundo #viajarsola #cuba ♬ sonido original – Rocío
@rocio.juanes Me engañaron en La Habana, parte II #viajar #viajarsola #cuba ♬ sonido original – Rocío
@rocio.juanes ACLARACIÓNNNNN #viajar #viajarsola #cuba ♬ sonido original – Rocío
La segunda escena ocurre desde el lado opuesto de la ciudad social, donde no se trata de caer en una trampa por ser forastera, sino de ser filtrado por quién eres.
La actriz Anniet Forte contó en Instagram que el viernes 12 de diciembre presenció cómo a una pareja negra le negaron la entrada a un local habanero, mientras otras personas —incluida ella misma y varios de sus amigos— accedían sin reserva. Su relato subraya lo que vuelve difícil de discutir el incidente: la excusa utilizada para bloquear a la pareja no se aplicaba a quienes sí estaban entrando.
Después, según Forte, el negocio intentó neutralizar el daño con un mensaje genérico en redes, asegurando que había recibido clientes “de todos los colores”, una respuesta que ella consideró cínica porque, dice, la humillación ocurrió delante de sus ojos. Tras la denuncia, otras personas le escribieron para contarle episodios similares en el mismo sitio, lo que desplaza el tema de un mal rato puntual a una práctica que muchos reconocen.
En apariencia, los dos relatos hablan de cosas distintas: dinero en uno, dignidad en el otro. Pero juntos dibujan una continuidad incómoda. La Habana que “encanta” y a la vez “aprieta” no es una contradicción: es un sistema de puertas y atajos que castiga al que llega sin códigos y humilla al que no encaja en el molde.
Hay quien verá estas historias como anécdotas inevitables en una ciudad que sobrevive con lo que puede, y quien las leerá como síntomas de algo más profundo: un paisaje donde la precariedad empuja el oportunismo y donde el racismo, negado durante décadas en el discurso oficial, reaparece en gestos concretos y cotidianos.
La turista, aun contando el engaño, termina enamorada del entorno. La actriz, aun siendo parte del mundo cultural de la capital, decide incomodar con su denuncia. Dos visiones no tan distintas, porque ambas se encuentran en el mismo punto: cuando la experiencia se vuelve real, La Habana deja de ser un decorado.



















