Historiador cubano analiza las causas del mayor éxodo de la isla en décadas (+ audio)

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El historiador cubano Andrés Pertierra, investigador especializado en Cuba posterior a 1959 y candidato doctoral en historia latinoamericana y caribeña, ofreció para el Podcast The Take un análisis detallado del éxodo masivo que atraviesa la isla, un fenómeno que, según afirma, no tiene precedentes en un país que no se encuentra formalmente en guerra ni en un proceso de retorno de refugiados. Su lectura combina datos incompletos, observación directa y una interpretación política del vaciamiento humano que vive Cuba.

Pertierra advierte que todavía no se comprende del todo la magnitud real del éxodo. Las cifras disponibles son fragmentarias y durante años se utilizaron como indicador principal los cruces hacia Estados Unidos por la frontera mexicana, un método que hoy resulta insuficiente tras cambios recientes en las políticas migratorias. Para él, el rasgo distintivo del momento actual es que los cubanos no emigran hacia un destino específico, sino “a cualquier lugar”. La salida dejó de ser direccional y se convirtió en una huida generalizada.

Ese proceso, explica, tiene efectos visibles en la vida cotidiana. Durante los ocho meses que pasó recientemente en Cuba, Pertierra describe una sensación persistente de vacío. Cita como ejemplo el Malecón habanero, tradicional espacio de encuentro social, que encontró cada vez más desierto. No lo presenta como una imagen literaria, sino como un síntoma físico del despoblamiento acelerado.

A diferencia de otros momentos migratorios, sostiene que no se trata de una oleada puntual. Comparado con el éxodo del Mariel en 1980, el actual es más prolongado, más profundo y socialmente transversal. No solo se van jóvenes, sino también profesionales, personas formadas y sectores que antes podían considerarse relativamente protegidos. Incluso menciona casos de altos funcionarios que abandonaron el país durante misiones oficiales. Para Pertierra, ese dato revela que el malestar atraviesa todos los estratos.

En su diagnóstico, la raíz inmediata del éxodo es material. Los salarios estatales, que ya eran bajos, quedaron pulverizados por la inflación. Los apagones —especialmente en las provincias— alcanzan niveles extremos, con cortes de hasta 20 horas diarias o varios días consecutivos. Eso no solo afecta la comodidad, sino la supervivencia: alimentos que se echan a perder, rutinas imposibles, economía doméstica colapsada.

A ese deterioro se suma una desigualdad cada vez más visible. Pertierra señala la paradoja de las tiendas en divisas, donde hay productos importados que el Estado no logra distribuir por la libreta o en moneda nacional. El resultado es una brecha clara entre quienes pueden acceder a dólares y quienes no, en un contexto donde la mayoría queda excluida.

Pero el historiador no reduce el éxodo a una crisis económica. Introduce una lectura política: cuando no existen mecanismos reales de participación o alternancia, emigrar se convierte en una forma de voto. No simbólico, sino literal. Para Pertierra, la salida masiva funciona como una válvula de escape tras las protestas del 11 de julio de 2021. Incapaz de resolver la crisis material, el Estado opta por permitir que el descontento se disuelva por la vía migratoria.

El factor geográfico también resulta clave. La eliminación del visado para viajar a Nicaragua abrió un corredor práctico que transformó el deseo de irse en una posibilidad concreta. Desde allí, el tránsito hacia el norte se volvió una ruta conocida. Eso explica, dice, por qué ya no emigran solo jóvenes solos, sino también familias y personas mayores, incluso campesinos dispuestos a caminar miles de kilómetros. Para Pertierra, eso no es espíritu aventurero, sino ausencia total de esperanza.

Al analizar la respuesta del gobierno, subraya el contraste con 1980. Entonces, el Mariel tomó por sorpresa al poder y fue acompañado por actos de repudio y campañas de estigmatización. Hoy no ocurre lo mismo, no por mayor tolerancia, sino porque el Estado sabe que no puede ofrecer una solución a corto plazo ni cuenta con un patrocinador externo dispuesto a sostener el modelo. La Unión Soviética ya no existe, Venezuela atraviesa su propia crisis y China no parece dispuesta a ocupar ese lugar.

En el fondo, sostiene Pertierra, el problema es estructural. La economía cubana nunca funcionó sin subsidios externos y, aun cuando los tuvo, acumuló ineficiencias y deuda. Critica especialmente la falta de reformas profundas en la agricultura, un sector que considera clave y que describe como extremadamente ineficiente, al punto de que Cuba terminó importando azúcar.

El historiador también revisa el breve período de expectativas durante el deshielo con la administración Obama. Ese momento, afirma, se evaporó por una combinación de reformas incompletas, la reversión abrupta bajo Trump, el colapso del turismo durante la pandemia, la crisis sanitaria interna y el deterioro progresivo de la red eléctrica. El país, dice, siempre estuvo al borde, y finalmente cayó.

Su conclusión es sombría. El éxodo, combinado con una población envejecida y una natalidad por debajo del reemplazo desde hace décadas, pone en riesgo la capacidad misma de sostener la economía y los servicios básicos. Para Pertierra, el fenómeno no es una moda ni un accidente: es la consecuencia acumulada de un sistema que dejó de ofrecer horizonte y que hoy se vacía mientras continúa funcionando por inercia.

Su análisis puede escucharse aquí debajo (audio en inglés)

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