Hace un tiempo atrás, las redes sociales en Miami se incendiaron con una controversia que parecía menor, pero que decía mucho más de lo que aparentaba, cosa esta que en el mundillo cubano se entiende bastante y hasta se comprende.
En el centro del ruido estuvieron creadoras de contenido cubanas como Diliamne Jouve (La Dura), Náyer y, en otro plano, Camila Guiribitey, envueltas —de manera directa o a través de indirectas— en discusiones sobre bolsos Hermès, recibos, listas de espera, autenticidad y, sobre todo, legitimidad. El bolso no era solo un accesorio: era una declaración. Tenerlo, mostrarlo y defenderlo funcionaba como prueba pública de éxito, estatus y pertenencia a un circuito social muy específico.
Lo que ha ocurrido en los últimos días en el mercado internacional del lujo introduce, sin embargo, una grieta interesante en ese relato. Medios económicos y especializados han comenzado a reportar una caída en los precios de reventa de los Birkin de Hermès, especialmente aquellos que forman parte del circuito aspiracional y no del coleccionismo extremo. La narrativa del Birkin como inversión infalible empieza a perder fuerza entre compradores jóvenes, justo cuando el consumo ostentoso atraviesa un momento de desgaste evidente.
Pero… Mientras algunos titulares hablan de “slump” y de precios a la baja en subastas, otros destacan ventas récord que parecen desmentir cualquier crisis.
El primer Birkin perteneciente a Jane Birkin se vendió recientemente por una cifra cercana a los diez millones de dólares (ver foto aquí), y otro modelo asociado a la cantante alcanzó los 2,45 millones de euros. Pero en la misma temporada, un tercer Birkin vinculado a ella no recibió ni una sola oferta. El mensaje del mercado es menos glamur y más precisión: no todos los Birkin son iguales, y no todos garantizan valor simbólico ni financiero.
El ejemplo más reciente de esa otra liga del lujo lo dio Georgina Rodríguez, la esposa de Cristiano Ronaldo, quien en octubre de este año mostró la adquisición de un Hermès Himalaya Birkin 35, considerado el bolso más caro del mundo. No se trata de un Birkin de boutique ni de reventa aspiracional, sino de una pieza de ultra-coleccionismo, confeccionada en piel de cocodrilo niloticus y vinculada en el mercado internacional a precios que suelen moverse entre los 300 000 y los 500 000 dólares, y que en determinados casos pueden superar ampliamente esa cifra.
No es un bolso al que se accede con lista de espera, recibos defendidos en historias o validación social: es un objeto reservado a fortunas de escala global y a relaciones directas con Hermès que están fuera del alcance del ecosistema «influencer», aunque Georgina sin dudas lo es.
Ahí es donde el contraste deja de ser estético y se vuelve estructural. Mientras en Miami se discutía quién podía probar que su Hermès era auténtico o quién había “llegado” primero a la boutique, el Himalaya Birkin de Georgina circula en un universo donde esas preguntas no existen.
Ese nivel no se negocia en redes ni se legitima en comentarios; se compra en silencio, con cifras que no se pronuncian y con un capital que no necesita explicarse. Por eso la pregunta final incomoda: más allá de la pose, la marca y el discurso, ¿alguna de las protagonistas cubanas de aquella polémica estuvo realmente cerca de sentarse frente a una operación de medio millón de dólares por un bolso? Porque cuando el lujo exige ese umbral, la diferencia entre exhibirlo y poder pagarlo deja de ser retórica.
Ese matiz – digamos «esos otros bolsos Hermès – fue prácticamente inexistente en la discusión de redes. En el intercambio entre influencers cubanas, el bolso funcionaba como emblema universal: Hermès equivalía a triunfo, punto. Sin embargo, lo que hoy muestran las subastas es una separación cada vez más nítida entre tres categorías distintas. Está el Birkin como pieza histórica, casi museable, cuyo precio responde a la rareza y al relato cultural. Está el Birkin como activo de reventa, sujeto a ciclos económicos y modas. Y está el Birkin como performance social, diseñado para Instagram, stories y validación inmediata.

Es en esta última categoría donde la pregunta del título vuelve a cobrar sentido. ¿Quién de las cubanas hubiera podido comprar “ese” bolso? El de millones, el de Jane Birkin, el que entra a una sala de subastas como objeto histórico y no como accesorio. Probablemente ninguna de las protagonistas de aquella polémica: ni La Dura, ni Náyer, ni siquiera Camila Guiribitey, que juega en otra liga económica, pero no en la del coleccionismo patrimonial extremo. Probablemente ni se atrevieran – no sé si Camila – a comprar el que se compró Georgina.
La pregunta final queda en el aire, sin sarcasmo y sin envidia: si alguna de ellas hubiese estado frente a ese martillo de subasta, con cifras de siete u ocho dígitos en juego, ¿se habría atrevido a levantar la mano? Porque ahí ya no se compra un bolso. Ahí se compra historia. Y ese es un lujo que Instagram no valida.
O bueno, eso creo yo.

tal vez quieras leer:
Daniela Reyes: otra influencer cubana de compras en Hermès
“Al finnnn”: seguidores celebran con La Melliza su primer Hermès
Le cuestionaron su compra en Hermès y La Dura les responde con el ticket



















