Cuba marca el aniversario de Fidel Castro entre rituales, apagones y mosquitos que agobian a la población en plena crisis cotidiana.
La fecha llegó, otra vez, con un peso extraño: el noveno aniversario de la muerte del que no se nombra, como algunos dicen con ironía para no repetir el nombre de un hombre que marcó seis décadas de vida pública en Cuba.
En Candelaria, por ejemplo, militantes del Partido, combatientes y niños se reunieron bajo un árbol para encender velas, leer poemas y cantar canciones dedicadas a Fidel Castro. Era un homenaje íntimo, casi litúrgico, que incluía un recorrido hasta el lobby del cine Soroa para ver una muestra documental. Según la descripción del acto, se trataba de un “encuentro con nuestro Fidel desde el compromiso y la reafirmación revolucionaria”.
Mientras ese ritual transcurría, el país vivía, también, un escenario bastante menos solemne: mosquitos golpeando a los vecinos hasta la madrugada, apagones cada vez más largos y un calor detenido en las casas como si no hubiera aire.
Es un contraste doloroso, porque justo cuando se evocan los nueve años sin el líder que murió de causas naturales tras sobrevivir cientos de intentos de asesinato —como recuerda la prensa internacional—, lo que domina la vida diaria es una combinación de problemas demasiado terrenales que no entienden de aniversarios; problemas que, él mismo prometió solucionaría cuando llegase al poder.
En algunos barrios de Artemisa, Matanzas y La Habana, la noche del 25 de noviembre se recibió sin electricidad. La gente mataba el tiempo con la puerta abierta, moviendo un cartón o una toalla para espantar insectos. Desde hace semanas, la proliferación de vectores se ha acentuado por las lluvias intermitentes, la acumulación de escombros y el deterioro del sistema de recogida de desechos.
En zonas donde la fumigación estatal apenas llega, los vecinos comentan que los mosquitos se han vuelto más agresivos, y que basta media hora sin ventilador para que entren en enjambres. Las autoridades sanitarias llevan meses reconociendo que circulan varias enfermedades transmitidas por insectos, pero los reportes no alcanzan a provocar confianza: los hospitales están saturados, faltan reactivos para confirmar diagnósticos y cada familia enfrenta la situación como puede, con plantas medicinales, repelentes caseros o esteras humeantes compradas a sobreprecio.
Nada de eso apareció en el ritual de Candelaria, donde la puesta en escena parecía buscar una continuidad simbólica que hace tiempo no existe en la vida cotidiana. Ese intento de mística —cantos, velas, palabras al pie de un árbol— fue leído por muchos internautas como un anacronismo. En los comentarios del post, abundaban las burlas y el desconcierto: desde quienes calificaban la ceremonia de “rito satánico” hasta quienes imaginaban, con humor negro, al propio comandante saliendo del árbol para espantar a los presentes. Otros, más lacónicos, solo escribían: “Qué miedo”.
La figura de Fidel Castro sigue generando tensiones, incluso sin que nadie lo invoque directamente. Para unos, sigue siendo el arquitecto de la independencia frente a Washington; para otros, el responsable de la crisis que hoy se expresa en apagones interminables, colas para el pan y una epidemia de enfermedades vecinales que se expande con una facilidad alarmante. Es inevitable que, en un aniversario como este, las comparaciones afloren: mientras se evocan los años heroicos de la Sierra y la resistencia al bloqueo, el cubano promedio está más pendiente de si llegará la corriente antes de que los niños se duerman o de si podrá dormir sin que lo despierten las picaduras.
La noche del 25 también coincidió con cortes de agua en algunas zonas y con un aumento de las temperaturas nocturnas. Los mensajes en redes sociales iban por otro camino distinto al de las ceremonias: fotos de fosas sépticas desbordadas, quejas por los insectos que entran incluso en casas protegidas con mallas, y videos de calles oscuras donde solo se escuchaba el bullicio de la gente en los portales. Esa mezcla de oscuridad y calor crea un paisaje que recuerda la fragilidad actual: cada apagón es un recordatorio de hasta dónde ha caído el sistema energético; cada plaga, una señal de que los controles sanitarios ya no funcionan.
Nueve años después de su muerte, Fidel Castro sigue siendo un punto de referencia, pero no el único. Lo que marca la vida del país hoy es un cúmulo de problemas domésticos que se sienten más urgentes que cualquier acto de reafirmación revolucionaria. Aquel líder que murió en la tranquilidad de su casa después de sobrevivir más de 600 intentos de asesinato dejó un país que, hoy, enfrenta peligros más prosaicos: la picada de un insecto, el silencio repentino del ventilador, la ciudad sumida en tinieblas.
En medio de todo eso, los rituales persisten, quizá como una manera de sostener una memoria o una identidad que muchos sienten resquebrajada. Pero en la otra orilla, la de la calle, la conversación es distinta: ¿cuándo vuelve la luz?, ¿cómo espantar a los mosquitos?, ¿qué pasa con el agua?, ¿por qué seguimos así? Ahí, en esas preguntas domésticas que atraviesan la vida diaria, es donde se juega realmente el aniversario.





