La ONU pide 74 millones de dólares para ayudar a los 2,2 millones de cubanos damnificados por Melissa

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El desastre tan grande en la isla no fue provocado solo por Melissa. Melissa lo que sacó a flote las miserias acumuladas durante años de socialismo, «reordenamiento económico» y cada una de las mil calamidades provocadas por la mala gestión del Estado cubano.

Desde hace años, décadas, miles de cubanos en el Oriente del país viven en casas precarias, sin acceso al agua, ni a alimentos.

La Organización de las Naciones Unidas activó un plan de acción para atender a 2,2 millones de personas en el oriente de Cuba tras el huracán Melissa y lanzó un llamamiento de 74 millones de dólares para financiar la respuesta inmediata en salud, agua y saneamiento, albergue, educación y recuperación temprana, con enfoque de protección para mujeres, niños y grupos vulnerables.

El anuncio fue hecho en La Habana y confirmado por portavoces del sistema ONU, que detallaron que la Oficina de Coordinación de Ayuda Humanitaria (OCHA) ya había liberado 4 millones de dólares de fondos de emergencia antes del impacto del ciclón, mientras que las agencias desbloquearon otros 7 millones; el déficit a cubrir ronda los 64 millones, reseña SWI swissinfo.ch.

La ONU calificó a Melissa como uno de los huracanes más destructivos en la historia del Caribe, y ello explica en parte el por qué la ayuda solicitada posee una cifra tan alta.

El mapa de daños que justifica la magnitud del pedido no necesita adornos. Granma, Santiago de Cuba, Holguín y Guantánamo concentran deslizamientos, derrumbes de viviendas, afectaciones masivas en redes eléctricas y cortes de rutas; los boletines de OCHA venían alertando desde finales de octubre que la fragilidad de la infraestructura y los servicios haría más prolongada la vulnerabilidad de hasta tres millones de personas si la reconexión eléctrica y de telecomunicaciones no avanzaba con rapidez.

El reporte de ReliefWeb lo explica.

La petición específica de 74 millones para Cuba se integra al dispositivo regional que coordina también la respuesta en Jamaica y Haití, donde el golpe de Melissa dejó cifras altas de muertos y desplazados.

En paralelo, el Programa Mundial de Alimentos (PMA/WFP) empezó a distribuir raciones y asistencia en efectivo y reiteró su propio llamamiento financiero dentro del paquete humanitario. La agencia recordó que activó sistemas de alerta temprana y transferencias anticipatorias en el Caribe —mensajes masivos, redes de protección y pagos móviles— para reducir riesgos antes del impacto, pero que ahora la prioridad es sostener la seguridad alimentaria de los hogares más golpeados.

Mientras los organismos internacionales calibran necesidades y costos, desde Estados Unidos llegó una señal paralela: Washington anunció 24 millones de dólares para países del Caribe afectados por Melissa, con 3 millones dirigidos específicamente a Cuba, canalizados a través de la Iglesia Católica con el compromiso —según la parte estadounidense— de que la ayuda llegue directamente a la población. Esos fondos no forman parte del llamamiento de la ONU, pero completan el cuadro de recursos en ruta y muestran la diversidad de vías que se activan ante una catástrofe de escala regional.

El panorama sobre el terreno revela por qué el número de 2,2 millones de personas necesitadas no es una inflación retórica.

En Las Tunas, por ejemplo, los embalses están prácticamente llenos por las lluvias, pero los hogares siguen sin agua: bombas dañadas, potabilizadoras fuera de servicio, piezas en garantía que no llegan y un ciclo de entrega que se estira a diez días por falta de equipos, repuestos y electricidad estable. Es una postal clara del cuello de botella estructural que agrava la emergencia: hay líquido en la presa, no en la casa.

La respuesta no es solo institucional. En Santiago de Cuba, el suizo Mark Kuster —fundador de la ONG Camaquito— anunció que invertirá 50.000 dólares, de fondos propios y de amigos, para reparar viviendas de familias vinculadas a sus proyectos, con una condición explícita: sin intermediarios estatales y sin burocracia. Es un gesto que habla no solo del tejido de cooperación que rodea a Cuba desde hace años y que, en crisis como esta, se acelera en paralelo a los circuitos oficiales, sino también de cómo hasta los propios extranjeros solidarios con la isla saben que el Estado se roba las ayudas.

Desde España, la parroquia San Miguel de Soternes, en Valencia, que pastorea el sacerdote cubano Olbier Hernández Carbonell, lanzó la campaña “Un colchón, una esperanza para Cuba” para enviar colchones, medicinas, alimentos y artículos básicos a las provincias más afectadas.

La iniciativa, de la que forma parte la incansable Amalia Barrera, una cubana de esas que hace y hace sin que su nombre salga a la luz casi nunca, es coordinada con organizaciones locales, pone el acento en una carencia que suele pasar desapercibida en los grandes listados: el descanso digno. Un colchón en una casa anegada no es un detalle, es el punto de partida para recomponer una vida.

En el ecosistema de ayuda en la isla también aparecen rostros conocidos que operan como brazos logísticos. El actor Alejandro Cuervo y el artista urbano Ja Rulay comenzaron en Holguín la entrega de donaciones reunidas en Miami por decenas de emigrados y colectivos; no se trata de recursos salidos de sus bolsillos, sino de una cadena de acopio, clasificación, embarque y distribución que aprovecha su visibilidad para abrir puertas y sortear inercias. Los organizadores han adelantado que planean extender los repartos a Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo.

En este punto, la coordinación —o su ausencia— vuelve a ser decisiva. El llamamiento de 74 millones de la ONU se presentó “en apoyo de la respuesta nacional” y asigna prioridades claras: agua segura, saneamiento, refugio temporal, insumos de salud, educación y mecanismos de recuperación temprana con enfoque de género y niñez. Traducido a la urgencia, se trata de garantizar cloro, kits de higiene, pastillas potabilizadoras, lonas, herramientas, kits escolares, asistencia en efectivo y apoyo psicosocial, además de sostener cadenas de suministro y comunicaciones. El éxito del plan dependerá tanto del flujo de fondos como de la eficiencia para llevarlos a barrio y familia.

La suma de todas estas capas —la apelación financiera multilateral, la ayuda bilateral de Estados Unidos canalizada por la Iglesia, los esfuerzos de ONG y parroquias en la diáspora, y las redes de la comunidad cubana dentro y fuera de la isla— perfila una respuesta que ya está en marcha pero aún lejos de ser suficiente.

En las próximas semanas, el indicador real no serán los comunicados, sino la cantidad de hogares que vuelven a tener agua potable, techo seguro y comida sobre la mesa. Por eso la cifra de 74 millones no es un eslogan ni una competencia de promesas: es un presupuesto mínimo para que 2,2 millones de personas dejen de vivir en emergencia y empiecen, por fin, a reconstruir.

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