Cuba inventó la energía oscura mucho antes que la física: se llama “apagón” y todo se lo traga. Como si fuera un agujero negro.
Anna Sofía Benítez Silvente no había nacido cuando las autoridades cubanas inventaron el apagón premium. En los primeros momentos era una versión 2G. Anna ha conocido el estadio superior: la versión 4G. Tanto una como la otra se llama “represalia”. Nace «allá arriba» y no hay técnico en ETECSA que la solucione. Donde manda capitán….
Anna, que no tiene un pelo de tonta, lo explica con precisión técnica: “Aquí estoy, en apagón”. Y no se refería a la nevera desconectada, sino al botón mágico que desde el 16 de octubre, a las 11:00 p.m., le apagó llamadas, mensajes e Internet en la isla. El silencio, en Cuba, no es ausencia de ruido: es política de Estado con cobertura nacional.
El 20 de octubre, o sea, cuatro días después, Anna Sofía hizo lo impensable: acudió a una oficina de ETECSA, ese spa de la paciencia ciudadana.
Posiblemente aún conservara esa dosis naïve que a muchos de nosotros, en alguna etapa, de nuestras vidas, nos golpeó el llamado «sexto sentido». El olfato de toda la vida. ¿Quién no empleó horas tratando de convencer a un dirigente de que lo que estaba haciendo y diciendo era un absurdo o una estupidez? ¿Quién no discutió una multa injusta y total, por gusto y pá ná ? ¿Quién no quiso salir con una flor blanca y esperar que miles se le unieran en la marcha? Pecar por ingenuos es intrínseco en los humanos. Incluso los más lúcidos e inteligentes sueñan.
En fin… Anna Sofia quería saber por qué su línea había sido convertida en túnel. La respuesta fue un clásico de sobremesa: ninguna. No sabía – la que la atendió – que estaba pasando y, sutil, empática, le ofreció a la joven que dejara su teléfono para revisarlo. Como si el problema estuviera en la pantalla y no en el interruptor invisible donde se deciden las voces autorizadas. Ella, inteligente, a pesar de su cortísima edad se negó. Si lo hubiese dejado, se lo hubiesen devuelto con la mísmisima Helena de Troya dentro.
Días después, oh milagro, el servicio regresó.
A pesar de la tarjeta amarilla, Anna anuncia que, si vienen más represalias, las denunciará. No, no le faltará una línea, y el monopolio militar de las telecomunicaciones, tan sensible a la épica, lo sabe y prefiere que la épica ocurra sin testigos. Eso sí, si la joven denuncia el hambre, la represión o la simple aritmética de los apagones, pues se le aplica la matemática correctiva: cero datos. ¿Por un mes? ¿Forever and ever? Conozco quien tuvo que sacarse un teléfono nuevo.
La platea reaccionó como suele: unos aplaudieron el coraje, otros aportaron testimonios de líneas “en sombra” y barrios enteros a la intemperie digital. No faltó el consejo práctico: que le compartan un hotspot. La solidaridad, en Cuba, siempre viene con datos limitados. También hubo teología aplicada: Dios te bendiga, cuídate, que hablar es peligroso. Y sí: hablar es la actividad de alto riesgo en una isla donde la libertad de expresión, como el pan, no siempre llega a la bodega.
Mientras tanto, ETECSA seguirá cobrando por el servicio prestado y por el no prestado. Es la belleza del modelo: facturar con el silencio. Anna Sofía ya avisó que no se calla. Tal vez por eso, el régimen prepara la próxima innovación: el plan “Ilimitado en silencio”.





