Identifican a joven que presuntamente apuñaló a Carlos Laferté, el dueño de una cafetería en Cárdenas

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El crimen que estremeció a Cárdenas ya tiene nombre propio. El joven identificado como Dayfred Rizo Nodas, de 18 años, es el presunto autor del asesinato a puñaladas de Carlos Laferté, un vecino muy querido y dueño de una cafetería en esa ciudad de Matanzas.

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El ataque ocurrió en la madrugada del 20 de octubre, cerca de las cinco de la mañana, dentro o en los alrededores del negocio de Laferte. Fuentes locales aseguran que el joven irrumpió con un arma blanca y lo atacó de manera brutal. Laferte, de 61 años, practicaba defensa personal, pero no tuvo oportunidad de reaccionar. Murió en el acto.

Hasta el momento no existen testimonios sobre los antecedentes del agresor, ni se conoce si tenía relación con Carlos Laferté (la víctima), o los motivos por los cuales tomó la vida de una persona tan querida por todos. Pero la forma en que cometió el asesinato —con sangre fría y sin aparente motivo— ha dejado una marca profunda en una ciudad que ya acumula demasiados hechos violentos. En redes sociales, los vecinos lo describen como un acto de “pura maldad” y una señal más del deterioro moral que sufre la juventud cubana. Otros creen que estaba bajo los efectos del químico.

Entre los mensajes que circularon en la página “NiO Reportando un Crimen”, donde se dio a conocer el nombre del joven, hubo llamados a castigos severos y reclamos de justicia. “Esperamos que las autoridades tomen cartas en el asunto y lo castiguen con todo el peso de la ley”, decía uno. Otros fueron más duros: “Este país necesita leyes ejemplares. Ya basta de tanta impunidad”.

Lo más llamativo es el silencio del aparato oficial. La página “Con Todos La Victoria”, administrada por personas vinculadas al Ministerio del Interior en Matanzas, no ha publicado una sola línea sobre el crimen, y no ignora los crímenes por omisión: los entierra bajo una montaña de partes policiales menores que fingen orden donde hay caos. Si uno revisa sus publicaciones recientes, el patrón es evidente.

En las últimas 24 horas la página se ha concentrado en “éxitos operativos” de poca relevancia. Uno de los más recientes fue el decomiso de unos cigarrillos electrónicos con aceite de hachís en el aeropuerto de Varadero. Según el post, las autoridades aduaneras confiscaron el objeto y los pasajeros siguieron viaje, bajo la etiqueta “Tolerancia cero a las drogas”.

Otra publicación celebraba la recuperación de varias armas de fuego en el municipio de Perico, que tres ciudadanos habrían entregado voluntariamente por pertenecer a familiares ya fallecidos. Ningún hecho violento, ningún detenido, ningún contexto que refleje la tensión social que vive la provincia. Aun así, el mensaje terminaba con el mismo lema repetido en cada nota: “Frente al delito, las ilegalidades e indisciplinas sociales, tolerancia cero”.

Mientras Matanzas atraviesa una oleada de asesinatos, asaltos y agresiones, el medio que funciona como altavoz del Ministerio del Interior prefiere narrar una realidad higienizada, donde los delitos se previenen y el orden se mantiene gracias a la acción ejemplar de las autoridades. No hay víctimas, ni barrios inseguros, ni nombres de agresores. Solo un relato institucional que evita todo lo que pueda poner en entredicho la eficacia del Estado.

El resultado es una provincia ficticia. En esa Cuba oficial, los crímenes no ocurren si no son “esclarecidos”, y la violencia desaparece detrás de titulares menores. En la otra Cuba, la real, los vecinos se enteran de los asesinatos por los activistas y las redes sociales. El caso de Carlos Laferté lo confirma: el crimen no existe oficialmente porque no conviene que exista. El silencio no es olvido, es política editorial

Esa selectividad informativa ya se ha vuelto costumbre: los medios oficiales omiten los asesinatos y destacan los “éxitos policiales” menores. Pero en Cárdenas, donde los vecinos entierran a un hombre que todos conocían, ese silencio pesa más que cualquier comunicado.

Carlos Laferte fue sepultado entre lágrimas y rabia. En los muros digitales del barrio se repite una sola palabra: justicia.

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